Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 25 de junio de 2020

Remate de era


La noche se desploma sobre otra época.
José Emilio Pacheco, Santa María.


Años antes del Brexit, años atrás del sorpresivo ascenso al poder del orangután megalómano y mucho antes de la aparición en China del microscópico bicho que vendría a bajarnos la ínfulas de grandeza a los sapiens, desde los primeros albores del siglo XXI el trance agónico por el que transitamos se ha hecho cada vez más y más evidente. En todos los ámbitos del quehacer humano, a lo largo y ancho del orbe entero, proliferan los indicios de que estamos viviendo el remate de nuestra era histórica. Esto se acaba.

¿Y qué era es esa? La era del mundo moderno, el mundo “nacido con la Revolución francesa, decían los franceses, con la Reforma, decían los alemanes, con el Renacimiento, decían los italianos, con la Revolución industrial y el Imperio británico, decían los ingleses, con la Independencia de los Estados Unidos, corregían los estadounidenses, con el principio de la era Meiji, insistían los japoneses”. La Modernidad, la era del capitalismo, de los estados nacionales, la revolución científica y el ideal de progreso, de la dominación racional-instrumental de la Naturaleza y del cálculo de la utilidad, de la conquista del Otro por parte de Europa, la era de los derechos humanos y la democracia… Incluso quien quiso ver el fin de la historia en el mundo moderno tiene ya que aceptar que el futuro inmediato, más que una pradera tranquila y sin accidentes, se vislumbra como un camino incierto al borde de un abismo.

 
El sociólogo Alain Touraine (1925) perfila nuestra era con una caracterización mucho más abstracta: “Desde que nos sentimos bastante fuertes para representarnos a nosotros mismos ya no como criaturas de un dios, sino como sus creadores, nos hemos dejado llevar por la idea según la cual teníamos que desdibujarnos nosotros mismos e identificarnos con nuestras obras, nuestras máquinas, nuestras decisiones políticas y, sobre todo, nuestros conocimientos”. La fe ciega en el bigdata, la inteligencia artificial y en general en el poder de los datos y los algoritmos ilustra muy bien tal noción.

En 2013, Touraine publicó La Fin des sociétés —desde 2016 el FCE editó en México la traducción a nuestro idioma—, obra en la que define la situación actual, la que usted y yo vivimos, como “postsocial y posthistórica”. De acuerdo al pensador normando, la cuestión que tiene en franco estado moribundo a nuestra era es la “ruptura entre el capitalismo financiero y la economía industrial”, hecho que motivó directamente la crisis financiera de 2008 —de la cual, por cierto, posiblemente jamás ha terminado de recuperarse el sistema—. Por lo demás, no se trata de un evento novedoso, puesto que una ruptura igual ya había acarreado la debacle de la crisis mundial de 1929. Claro, el asunto no se reduce a un desperfecto del sistema económico, sino que incide en el arreglo social en su conjunto y produce “la pérdida de contenido de las instituciones sociales, trátese de la democracia, de la ciudad, de la escuela, de la familia o de los sistemas de control social…” Las fuerzas económicas, cada vez más concentradas, disponen y mueven los recursos sin control institucional alguno, ni cultural ni político, y esto “desemboca en la destrucción de las instituciones sociales y en la separación de los recursos, por un lado, y los valores culturales por el otro”. Tal fenómeno no sólo queda en la incapacidad de controlar la dinámica económica por parte de los agentes culturales y políticos, sino que llega a su total sometimiento. En este orden de ideas, paradigmática resulta la postura de varios mandatarios frente al brote y propagación pandémica del coronavirus SARS-CoV-2; tal es el caso del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y del presidente norteamericano y su rush to reopen. Particularmente significativo fue el pronunciamiento del vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien a finales del mes de marzo pasado declaró que era urgente levantar todas las restricciones sanitarias impuestas para frenar el avance de la epidemia de COVID-19, sin importar las consecuencias en términos de vidas humanas, con tal de reactivar la economía. ¿Y los diabéticos, las mujeres embarazadas, los adultos mayores? “Los que tenemos 70 años o más —dijo—, nos cuidaremos nosotros mismos. Pero no sacrifiquemos al país”. Es decir, el político aseguró estar dispuesto a morir para reactivar la apurada economía texana —por cierto, según estimaciones de Forbes, Texas tiene un PIB mayor que el de Rusia—.

Touraine no duda en llamar el fin de las sociedades a la condición que ha generado dicha ruptura. Ante tal circunstancia, se vuelve pertinente una pregunta: “la economía financiera, vuelta salvaje, ¿puede ser nuevamente controlada y resocializada?” El cuestionamiento cobra especial relevancia ahora que parece inminente el término del impasse que ha traído el confinamiento con la que prácticamente todos los países del mundo han enfrentado la pandemia: deja la comodidad de la teoría y se vuelve concreta. El sociólogo establece que hay dos posibles respuestas. “La primera, que parte de la constatación del debilitamiento o la desaparición de las normas sociales y morales, concluye que, necesariamente, nos guían orientaciones que son más económicas que sociales, como la búsqueda de nuestro interés…” Es la contestación que suele ofrecer el pesimista, quien apuesta a que las cosas, sin cambian, será para empeorar. La segunda respuesta sostiene que “son los valores culturales los que sustituyen a las normas sociales institucionalizadas. Por lo general, dichos valores se oponen directa y firmemente a la lógica del poder y del lucro”. El gobierno de México ha optado por esta segunda respuesta —el decálogo que sugirió López Obrador la semana pasada así lo muestra—, falta averiguar qué ruta seguirá la mayor parte de nosotros.

jueves, 18 de junio de 2020

La pasión de la posibilidad


Unfortunately, the clock is ticking,
the hours are going by.
The past increases, the future recedes.
Possibilities decreasing, regrets mounting.
Haruki Murakami, Dance Dance Dance.




Siendo apenas un mozalbete —aún no había cumplido treinta años de edad—, un gran danés decimonónico se dolía: “El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece, mucho me apesadumbra”. Por supuesto, se trataba de un lamento figurativo. Enseguida, el joven filósofo Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855) deja el vino en paz por un rato y construye, con una sencillez envidiable, una analogía ecuestre inmaculada. “Mi alma languidece y se debilita; en vano hinco las espuelas del placer en sus costados: no puede más, ya no se pone en pie de un majestuoso salto. He perdido por completo mi ilusión”. Unas líneas más abajo, impecable, remata la idea: “De tener que pedir algo para mí, no pediría ni riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá…, eternamente ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!” (O lo uno o lo otro. Editorial Trotta, 2006).



La pasión de la posibilidad. Si está, si existe, la posibilidad tiene que presentarse aquí y ahora mismo, viva, acechando el mañana. Así que, en la medida en la que el futuro se perciba más incierto, las posibilidades se acrecientan. Por eso, la actualidad resulta una extraordinaria temporada para la pasión de la posibilidad. Hoy por hoy, trepados en la cresta de la ola pandémica, el futuro, incluso el futuro inmediato, todavía se ve lejano, distante, desdibujado. Aunque nadie se atrevería a negar la factibilidad de que el impasse pueda concluir la próxima semana, sigue vislumbrándose alejado. Toda esta situación resulta novedosa para nosotros, para los coetáneos quiero decir, tú y yo y los demás que por aquí andamos, hartos de vivir varados en la aburrida certeza de un monolítico presente continuo, acelerado sin duda, pero supuestamente condenado a la soberbia de la mejora continua, el crecimiento sostenido y otras formas de tragarnos completita la noción del fin de la historia. Porque no lo neguemos: hasta hace muy poco tiempo, la versión neoliberal era la hegemónica manera de comprender el mundo y nuestro propio devenir. ¡Pero, ah, qué trasnochada se escucha hoy la explicación del otrora venerado Francis Fukuyama (1952)! ¿Recuerdan? El politólogo norteamericano explicaba que, al igual que Kant, Hegel y Karl Marx, él entendía el “fin de la historia” no como “el fin de la ocurrencia de eventos”, sino como “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos” (The end of history and the last man, 1992). Pero pues no, sucedió que no se detuvieron ni la ocurrencia de los eventos ni mucho menos el proceso evolutivo de todos los pueblos; ya antes enero de 2020 sobraba evidencia de que quedaba muchas páginas de la historia por delante. Además la realidad vino a recordarnos que las fuerzas del cambio no se limitan a lo que los seres humanos hacemos o dejamos de hacer, sino que además otros agentes intervienen, agentes totalmente independientes de los procesos históricos en que los sapiens nos hemos venido entreteniendo a lo largo de los siglos. Pasa que, además de las ideas revolucionarias de los grandes pensadores, además de las contradicciones en las fuerzas productivas, además de la voluntad de los caudillos y los personajes ilustres, además de la tecnología y la continuidad de las tendencias históricas, el azar juega, los terremotos juegan, los bichos microscópicos juegan, el accidente y el desorden juegan…



Si durante buena parte de los ayeres recientes parecía que el mañana en nada o en casi nada se iba ya a diferenciar del presente, durante estos días hemos permanecido en una suerte de Purgatorio, provisional por definición, en el que al parecer se está decidiendo qué va a ocurrir con nosotros. ¿Qué va a pasar? ¿Qué mundo nos espera después del paréntesis pandémico? Es más, ¿realmente se cerrará algún día este paréntesis? ¿O esto no es en verdad un evento histórico de gran calado, sino apenas un bache en la súper carretera del fin de la historia y en unos meses lo habremos dejado atrás como si nada hubiera sucedido?



Yo me niego rotundamente a entender el porvenir como un regreso. Tampoco creo que esté ya definido lo qué vaya a acontecer. La pasión de la posibilidad y la creencia en la fatalidad del destino se excluyen entre sí. Si bien abundan quienes han querido dedicarse a leer inexistentes bolas de cristal, quienes apuestan a que el guion ya está escrito y sólo se requiere saber leerlo, ya sea en las estrellas o en los datos duros, hay otros que más bien se animan a proponer cómo escribirlo. Apenas el sábado pasado, sin ir más lejos, el presidente de la República se aventó a sugerir diez “acciones y actitudes” para “enfrentar la nueva realidad”, ni más ni menos. La formulación misma es ya propositiva y hay que subrayarla: “la nueva realidad”. López Obrador presentó un decálogo que mi amigo Sergio Macías, a botepronto, sintetizó en quince palabras y tuiteó: infórmate, anímate, solidarízate, aléjate del consumismo, cuídate, disfruta la naturaleza, aliméntate bien, ejercítate, ama, sueña. Hasta hace muy poco, en este país la realidad era una pesadilla; hoy conviene soñar despiertos. La posibilidad no decepciona.

viernes, 12 de junio de 2020

El gran danés y el vago


El gran danés… No, por favor no pienses en un perro, menos en un dogo alemán… En cambio, sí te pido que recuerdes a un filósofo copenhagués perrísimo: Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855). La primera obra publicada por el gran danés —aunque firmada con un seudónimo, Victor Eremita—, apareció en 1843, así que él debió de haberla escrito antes de cumplir treinta años: Enten-Eller en danés; en español O lo uno o lo otro (Editorial Trotta, 2006). Ahí el joven expresa: “Pídaseme lo que se quiera mientras no se me pidan razones…” Su impedimento, explica, no estriba en que haya carecido de ellas, sino justo lo contrario: “Por lo general, cuento con tantas razones y, a menudo, tan contradictorias entre sí, que por esta razón me resulta imposible aducir razones.” Y humilde punto seguido mediante, procede a tronchar en unos cuantos renglones uno de los pilares esenciales del pensamiento racionalista occidental: “Tampoco me parece que la cuestión de la causa y el efecto se tenga en lo más mínimo en pie. Unas veces, de enormes y violentas causas resulta un efecto muy pequeño e inaprensiblemente parvo y, en ocasiones, incluso ninguno; otras veces, una viva causa mínima engendra un efecto colosal.” Al gran danés le sobra razón en esto, y sobran ejemplos frescos y de dominio público… ¿Cómo diablos explicar, metiéndolo en una cadena lineal de causas y efectos, el hecho de que el asesinato, por parte de uno de tantos policías blancos abusivos, del señor George Floyd, un afroamericano contagiado de coronavirus, desempleado por la pandemia y uno entre miles de consuetudinarias víctimas del racismo norteamericano, haya catapultado la tormenta de protestas que hoy cunden a lo largo y ancho de Estados Unidos? ¿O cómo entender razonablemente que la aparición de un microscópico agente patógeno, el SARS-CoV2, causante de una enfermedad, el COVID-19, que a la fecha apenas ha llevado a la tumba a menos de 0.0052% de la población mundial, tenga de cabeza el planeta?



Nassim Nicholas Taleb (1960) es un pensador de origen libanés nacionalizado norteamericano. En su cuenta de Twitter, de entrada se presenta a sí mismo como un flâneur, es decir, un paseante callejero, un hombre afecto a vagar por las calles sin ruta ni meta predeterminadas. ¿Un vago, un ocioso? No, hay que agregar un par de características: el flâneur camina explorando, para adentro y para afuera de sí mismo. Walter Benjamin (1892-1940) perfiló muy bien al personaje: “Si el flâneur se convierte en un detective involuntario, le hace mucho bien socialmente, ya que acredita su ociosidad. Él sólo parece ser indolente, porque detrás de esta indolencia aparente está su acechanza. Así, el detective desarrolla reacciones que están en consonancia con el ritmo de una gran ciudad.” (Isabel Vila-Cabanes, Urban Walking. The Flâneur as an Icon of Metropolitan Culture in Literature and Film. Vernon, 2020). Así pues, el flâneur no es más que un peripatético urbano, un pupilo moderno de Aristóteles.  Nassim Nicholas Taleb completa su descripción tuitera: “concentrado en probabilidad (filosofía), probabilidad (matemáticas), probabilidad (lógica), probabilidad (vida real), vino fenicio, lenguas muertas.” En apretado resumen de su manera de entender las cosas, Taleb juzga, igual que Søren Kierkegaard —el gran danés también un peripatético tardío, aunque un flâneur adelantado: “acostumbro vagar por doquier al aire libre”—, que sobrevaloramos las explicaciones racionalistas y que, en contraparte, menospreciamos el peso del azar, la aleatoriedad. En el texto inicial de su libro de aforismos, El lecho de Procusto (Paidós), Nassim Nicholas Taleb expone: “… nosotros, los seres humanos, al afrontar los límites del conocimiento y las cosas que no observamos, lo oculto y lo desconocido, resolvemos la tensión embutiendo la vida y el mundo en ideas claras y trilladas, en categorías reduccionistas, en vocabularios específicos y en narraciones manidas…” No siempre sirven, pero preferimos creer que sí en vez de tener que aceptar que no comprendemos. Por descontado, una de esas narraciones trilladas e insuficientes por lo común es precisamente el encadenamiento lineal de los acontecimientos en eslabones de causas y efectos. Buena parte de los aforismos que Taleb compila en El lecho de Procusto combaten la propensión humana a explicar lo que no entendemos echando mano de las razones que, aunque no vengan a cuento, son las que tenemos. Enseguida, reducido muestrario de ellos:


Tu cerebro es más inteligente cuando no le dices qué hacer, algo que a veces descubre la gente al ducharse.

• Adaptarse a la camisa de fuerza de la restrictiva lógica (aristotélica) no es lo mismo que evitar incoherencias fatales.

• Confundir lo inadvertido con lo inexistente es una enfermedad muy reciente…

• Pedir a la ciencia que explique la vida y algunas cuestiones vitales equivale a pedir a un gramático que explique la poesía.

• Puedes sustituir una mentira con una verdad; pero un mito sólo se reemplaza con una narración.

• A la larga es más probable que te engañes a ti mismo que engañes a otros.

• En caso de opacidad, información incompleta y comprensión parcial, mucho de lo que no entendemos se etiqueta como ‘irracional’.

• Sea cual sea el tema, si no sientes que no sabes lo suficiente es que no sabes lo suficiente.

• Las mentes normales encuentran similitudes en relatos (y situaciones): las mejores mentes detectan diferencias.

• Cuanto más complejo es el sistema, más débil es la noción de universal.

• Creen que la inteligencia consiste en advertir cosas que tienen importancia (detectar pautas); en un mundo complejo, la inteligencia consiste en ignorar cosas irrelevantes (evitar pautas falsas).

lunes, 8 de junio de 2020

Un chiste

Lo que sigue lo escribió un gran danés antes de cumplir 30 años: Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855). Esta parva y magnífica analogía fue publicada en en el primer libro del filósofo, O lo uno o lo otro (1843). Conviene sopesarlo: el texto que vas a leer en seguida tiene casi 180 años de haber salido de la pluma del joven Kierkegaard, es decir, en un mundo en el cual el cambio climático y la amenaza nuclear sencillamente no existían:
Sucedió una vez en un teatro que se prendió fuego entre bastidores. El payaso acudió para avisar al público de lo que ocurría. Creyeron que se trataba de un chiste y aplaudieron; aquél lo repitió y ellos rieron aún con más fuerza. De igual modo pienso que el mundo se acabará con la carcajada general de amenos guasones creyendo que se trata de un chiste.

sábado, 6 de junio de 2020

Fantasía profeta


Our reasons are not prophets
When oft our fancies are
Shakespeare, The Two Noble Kinsmen.



— En 2020, la realidad sorprendió a la humanidad con un evento totalmente previsible.

— Incluso predicho, si me permites…, un evento predicho.

— De acuerdo: la realidad nos sorprendió con un evento que no debería haber sorprendido a nadie porque había sido predicho por más de uno.

— La realidad… o la Naturaleza, como dirían los ecologistas: la Naturaleza sorprendió a la humanidad.

— De acuerdo, la realidad o la Naturaleza, si prefieres… Apareció una amenaza microscópica y para pronto, para paliar un poco el susto, le pusimos nombre: SARS-CoV-2.

— Y después del estupor por la aparición del nuevo coronavirus…, ¿qué pasó?

— Sucedió que el asombro sentó sus reales…

— ¡Claro! Y comenzamos a proyectar escenarios, a tratar de domar la incertidumbre presente haciendo como si fuéramos capaces de adivinar el futuro.

— En México se advirtió: aún no hay uno solo caso detectado, pero va a llegar, hay que prepararse.

— Y llegó. El 27 de febrero se confirmó el primer caso de COVID-19 en el país.

— El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 como pandemia. Y enseguida, el pánico comenzó a propagarse: pánico y pandemia no comparten raíz etimológica, pero deberían.


— ¡El pánico púnico! ¿Y luego de la sorpresa y el pánico?

— Pues nada, darse cuenta: darse cuenta de que realmente sabemos muy poco del condenado bicho, y darnos cuenta de que el orden de las cosas está mucho más desbarajustado de lo que habíamos pensado…

A partir de ahí, la contingencia sanitaria ha extendido una especie de manto de incertidumbre por todo el mundo. La perplejidad se ha instalado como estado de ánimo generalizado. Acto seguido vino la encerrona: más bien atolondrados, miles de millones de seres humanos —alrededor de la mitad de la población del planeta, distribuida en más de noventa países— nos recluimos, casi todos voluntariamente, confinados en nuestros propios hogares. Aquí en México, la cuarentena comenzó el 23 de marzo, y conforme se extiende el impasse, una suerte de Purgatorio, de ignoto paréntesis, la normalidad previa al brote endémico va caducando.


— Pero ¿cuándo regresaremos a la normalidad? —la pregunta misma día a día ha ido perdiendo sentido. Permanecer en la creencia de que algún día vamos a regresar a la normalidad previa a la pandemia no es resistencia al cambio, es una combinación de ceguera e ingenuidad…, por lo demás, una actitud muy humana.

El domingo pasado concluyó la Jornada Nacional de Sana Distancia…, pero el confinamiento no se acaba: el semáforo se ha encendido y estamos en rojo, todo el país excepto Zacatecas, así que debemos seguir como estábamos o como debíamos haber estado: en casa.

— ¿Y el miedo?

— Tú dirás: el 17 de abril alcanzamos los primeros mil muertos por COVID-19; el 1º de junio, sobrepasamos los diez mil.

— No, pues se ve difícil que volvamos a la normalidad.

Regresar a la normalidad. El fraseo es tramposo. Si retornaremos a la normalidad anterior o si pasaremos a una nueva normalidad cuando todo esto termine es una falsa disyuntiva. Será imposible regresar al orden anterior de las cosas porque todo esto no va a terminar —vacunar contra el COVID-19 a más de siete mil y medio millones de personas no se ve como algo próximo, si ni siquiera existe la vacuna—. Será imposible regresar a la normalidad previa, sencillamente porque el mundo cambió.

Hace unos días The New York Times publicó un excelente trabajo de abstracción y síntesis: 54 Ways Coronavirus Has Changed Our World. Un pequeño párrafo da entrada: “La pandemia de coronavirus ha alterado el mundo inconmensurablemente, pero las mentalidades estadísticas persisten en tratar de medirlos cambios. Estos son algunos aspectos de nuestras vidas que han tenido una tendencia ascendente o descendente, o ambos, con una historia de fondo vinculada a cada uno de ellos”. Y enseguida la lista, con flechitas para arriba o para abajo: desempleo en el mundo ­; globalismo ¯; mortalidad mundial ­; emisiones globales de gases de efecto invernadero ¯; acciones bursátiles ¯­¯­; petróleo ­¯­¯; robos ­; delincuencia ¯; suplantación de identidad­; mascarillas ­; aprecio por los trabajadores de la salud ­; pago de los seguros de salud de los trabajadores ¯; tasas de vacunación ¯; trasplantes de órganos ¯; donación de órganos ¯; exceso de velocidad en las ciudades ­; bicicletas ­; animales atropellados en carreteras ­; ventas de juguetes sexuales ­; sexo ¯; ganas de escribir ­; escritura en línea ­; ceremonias fúnebres en línea ­; venta de tarjetas de condolencias ­; correo ¯; enseñanza en línea ­; videoconferencias ­; apuestas en línea ­; ebooks ­; libros ¯; tiempo frente a la computadora ­; energía eléctrica ¯; trabajo en casa ­; niños en casa ­; niños en los trabajos ­; mascotas en los trabajos ­; solicitud de crianza de perros ­; consumo de frijoles ­; venta de semillas ­;  harina ­; levadura ­; masa fermentada ­; comida rápida ¯; cenas informales ¯; cenas elegantes ¯; entregas a domicilio ­; paquetes de comida ­; bebidas alcohólicas ­; cielos azules ­; tiempo en la calle ¯; arcoíris ­; distancia ­…, y cierra con… ¿cercanía?

Junto con las grandes mutaciones, con los grandes cambios que podríamos llamar estructurales, con los quiebres que desde ahora parecen ya sistémicos, también debemos tomar en cuenta las pequeñas transformaciones que han y están ocurriendo intramuros, en casa. Miles de millones —no exagero— de hombres y mujeres alrededor del orbe nos hemos visto obligados a modificar sustancialmente nuestras rutinas cotidianas. El mundo cambió, nosotros mismos cambiamos. Pronto, poco a poco vamos a reencontrarnos en las calles, en los trabajos, en las escuelas, en el espacio público, y nos hallaremos distintos… Es previsible, pero nos vamos a sorprender.