Jacques-Louis David - Leonidas at Thermopylae [1814] |
Según el mismísimo Hegel, hace dos
milenios y medio, en las guerras médicas —que como hemos contado aquí fueron
dos, una resuelta en Maratón
(490 a. C.) y la otra en Salamina
(480 a. C.), en ambos casos en favor de los defensores griegos contra los
invasores orientales—, “el interés de la historia mundial colgaba temblando en
la balanza” (Georg
Wilhelm Friedrich Hegel, The Philosophy
of History. Batoche Books, Canadá, 2001).
Conté el origen del imperio medo: un atajo
de tribus iranís, seminómadas y fundamentalmente dedicadas al pastoreo, que decidieron
paliar sus apremiantes necesidades de orden y justicia erigiendo una ciudad, Ecbatana.
Conté que esta gente, los medos, avasallaron a los persas, y que, después de
liberarse del yugo asirio, lograron extender su soberanía más allá del medio
oriente: hacia el oeste, hasta Anatolia central, y hacia el este, hasta lo que
hoy es Afganistán. Conté como, después de salvarse de ser asesinado por órdenes
de su abuelo materno, Ciro
creció en la pobreza
sin saber quién era. Conté que el joven Ciro arrebató al viejo Astiages el
imperio medo, para inaugurar así el imperio
persa (c. 559 a. C.). Conté que
Ciro comenzó la expansión aqueménida a costa, inicialmente, del rico reino de Lidia (c. 547 a. C.), y que luego se haría del
imperio neobabilónico (c. 539 a. C.),
con todo y la ciudad más grande del mundo por aquel entonces, Babilonia. Y conté
que Ciro fue a perder la cabeza y encontrar la muerte
a manos de los fieros masagetas (c.
529 a. C.). Ciro el Grande dejó el poder a uno de sus hijos, Cambises II, quien
lo mantuvo hasta su muerte (c. 522 a.
C.). Su reinado no duró mucho, aunque tiempo suficiente para extender su
imperio, nada menos que con la conquista de Egipto. Bien a bien no sabemos si Cambises
II se suicidó, lo mataron o murió accidentalmente al caer del caballo, el caso
es que para entonces otro hijo de Ciro, Bardiya/Esmerdis, se había levantado en
su contra. El tal Bardiya/Esmerdis se alzó como gran rey persa…, aunque el gusto,
el cargo y la vida le duraron menos de un año. Conforme al sueño
premonitorio que Ciro había tenido a orillas del río Amu Daria, Darío,
quien no era su familiar directo, llegó al poder (523 a. C.). Para ello, él y otros seis aristócratas
aqueménidas habían tenido que asesinar a puñaladas ya sea a un usurpador, el
mago Gautama —según la versión de la inscripción de Behistún—, o bien al verdadero
emperador Bardiya/Esmerdis. Haya sido uno u otro, Darío se convirtió en el gran
rey persa. De entrada, se concentró en sofocar varias insubordinaciones. Él
mismo tuvo que encabezar el asedio de la rebelde Babilonia. Después, pese a que
no pudo someter a los escitas, Darío logró consolidarse y, lo que es más
importante, apuntalar la organización política, administrativa y económica del
imperio —estableció la división territorial en satrapías, construyó caminos
seguros, instauró el uso de una moneda común—. Es muy posible que Darío I
instaurara el zoroastrismo como religión oficial del imperio, sin embargo gobernó con tolerancia,
permitiendo la diversidad religiosa y cultural. Durante el reinado de Darío,
quien como Ciro II sería llamado El Grande, los persas se adentran a Europa y
consiguen la conquista del reino de Macedonia (492 a. C.)… Al principio de su avance
hacia occidente, la conquista de las colonias jónicas fue pan comido para el
ejército aqueménida. “Incluso las dos principales potencias de la Grecia
continental, la naciente democracia de Atenas y el severo estado militarista de
Esparta, se mostraban mal equipados para aguantar una guerra efectiva —escribe
Tom Holland en su imprescindible Persian
Fire: The First World Empire and the
Battle for the West (Hacheette Digital, 2006)—. Cuando el gran rey de
Persia se decidió al fin a pacificar de una vez por todas a los facciosos y
peculiares pueblos de la franja occidental de su imperio, el resultado parecía
ser una conclusión inevitable”. Parecía, en efecto, y si alguien medianamente
informado hubiera tenido que apostar, la cuestión no hubiera resultado muy
difícil de decidir: de un lado estaba un gran imperio, multicultural,
multirreligioso, transcontinental, acaudalado y bien organizado…, mientras que
del otro “Grecia misma era poco más que una expresión geográfica: no era un
país sino un mosaico de ciudades-estado pendencieras y a menudo violentamente
chovinistas. Es cierto que los griegos se consideraban un solo pueblo, unidos
por el idioma, la religión y las costumbres; pero lo que muchas ciudades
parecían tener más en común era una adicción a luchar entre sí”. Con todo, los
hoplitas primero echaron a las fuerzas enviadas por Darío y diez años después a
la inmensa flota comandada por el mismísimo gran rey, entonces ya Jerjes
I, vástago de Darío.
Así que Hegel no ahorra palabras para enaltecer aquel momento axial: “El despotismo oriental, un mundo unido bajo un señor y soberano, por un lado, y estados separados, insignificantes en extensión y recursos, pero animados por la individualidad libre, por el otro lado, se colocaron frente a frente… Nunca en la historia se ha manifestado tan gloriosamente la superioridad del poder espiritual sobre la masa material… Esta guerra… es el período más brillante de Grecia. Todo lo que implicaba el principio griego, luego alcanzó su floración perfecta y salió a la luz del día”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario