Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano
derecha,
para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes;
para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán.
Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos;
quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos..
Isaías, 45: 1-2.
El primer
imperio de la historia que aglutinó varios imperios, el aqueménida, fue
levantado a partir del imperio medo. Su constructor fue Ciro el Grande. Haya
sido por las buenas o por las
malas, el joven persa desplazó del trono medo a su abuelo materno, el cholenco
Astiages, y a partir de Ecbatana inició la expansión persa, algunas veces
por la fuerza y otras persuadiendo. El hombre fue sin duda un estratega. “Gobernó
sobre pueblos que no tenían la misma lengua que él ni una lengua común entre
ellos…”, admirado, escribiría Jenofonte —Ciropedia,
c. 365 a. C. —. Se apoderó de Lidia —c. 547 a. C. —, de las colonias griegas
de Anatolia y del poderoso imperio neobabilónico con todos sus dominios —c. 539 a. C. —, en tanto que, hacia el
este, llevó su soberanía hasta lo que hoy es Afganistán. El periodista polaco Ryszard
Kapuscinski (1932-2007) lo compedia así: “Estamos en el siglo VI antes de
nuestra era y los persas viven su gran época de expansión… Después de ellos,
pasados los años y siglos enteros, a cada momento un país u otro intentará
dominar el mundo, pero el ambicioso intento de los persas de aquellos tiempos
remotos acaso sea tal vez el más temerario y valiente” (Viajes con Heródoto).
Ciro falleció en
el 530 a. C., muy lejos de su tierra de origen. Andaba por los
confines del mundo, de su mundo, a donde, según todos los indicios, fue a
perder la cabeza por avaricia. El gran rey, para entonces ya con treinta años
de triunfos, se había animado a conquistar a los masagetas, habitantes de las
oceánicas llanuras de Asia central. Por entonces, aquellas tribus seminómadas eran
gobernadas por una viuda, la reina Tomiris. Heródoto de Halicarnaso (c. 484 a. C. – 425 a. C.) —él mismo
súbdito de nacimiento de los aqueménidas— cuenta que, al llegar las huestes
persas a las orillas del río Amu Daria —actualmente frontera natural entre
Afganistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán—, por intermediación de un
mensajero, Ciro propuso matrimonio a Tomiris, sin embargo ella, “comprendiendo
que no pretendía su mano, sino el reino…, le prohibió la entrada”. Pero Ciro ya
había andado mucho desde Susa hasta aquellos lares, e iba decidido a ampliar su
imperio a como diera lugar. Kapuscinski compara la expedición de los persas a
Asia central con la que, más de dos mil años después, emprendería Napoleón contra
la Rusia zarista. Juzga que a ambos, al persa y al corso, “… la capacidad por
conquistar les ha privado la capacidad de juicio, les ha arrebatado el sentido
común”. Y enseguida, él mismo acota y nos pregunta: “Aunque, por otra parte, si
el mundo se rigiese por el sentido común, ¿habría nacido la historia?
¿Existiría?”
Mientras Ciro
comenzaba a construir puentes para que su ejército cruzara el río, Tomiris le
haría llegar un mensaje “lleno de palabras meditadas y de sentido común”;
Heródoto las consigna: “Bien puedes, rey de los medos, excusar esa fatiga que
tomas con tanto calor: ¿quién sabe si tu empresa será tan feliz como deseas?
Más vale que gobiernes tu reino pacíficamente, y nos dejes a nosotros en la
tranquila posesión de los términos que habitamos. ¿Despreciarás por ventura mis
consejos, y querrás más exponerlo todo que vivir quieto y sosegado? Pero si
tanto deseas hacer una prueba del valor de los masagetas, pronto podrás
conseguirlo. No te tomes tanto trabajo en juntar las dos orillas del río.
Nuestras tropas se retirarán tres jornadas y allí te esperaremos; o si
prefieres que nosotros pasemos a tu país, retírate a igual distancia, y no
tardaremos en buscarte”.
Creso, rey de
los lidios derrotado años antes por Ciro, y quien lo acompañaba en aquella
expedición, le advirtió: “… ten ante todo presente que en el ámbito humano
existe un ciclo que, en sucesión, no permite que siempre sean afortunadas las mismas
personas”. Por supuesto, la inercia de la historia era ya imparable y Ciro no
recapacitó, incluso desatendiendo un sueño funesto —en el cual por cierto se
cuela Darío por primera vez en la Historias
de Heródoto—… En un primer encontronazo, Ciro tendió una trampa a los
masagetas —primero les mandó un montón de carne de guerra persa y luego les
dejó mesas dispuestas con manjares y vinos, en las que los envanecidos
guerreros comieron y se embriagaron—, y logró derrotar a una parte importante
de su ejército, y apresar al hijo de Tomiris, Espargapises. Incluso después de
este episodio la reina Tomiris intentaría apelar al buen jucio de Ciro,
enviándole el siguiente recado con un heraldo: “Sanguinario Ciro…, no te ufanes
si con el fruto de la vid… has vencido a mi hijo en una celada… Acepta ahora…
el consejo que mi benevolencia te dicta. Devuélveme a mi hijo y vete impunemente…
Si no lo haces, te juro por el sol…, que, por sanguinario que seas, yo te
saciaré de sangre”. A Ciro aquellas palabras no le hicieron la menor mella, y
ocurrió puntual la desgracia: primero, al despertar de la borrachera,
Espargapises, viéndose prisionero de sus enemigos, decidió suicidarse… Días
después tendría lugar la batalla definitiva… “El grueso del ejército persa fue
aniquilado…, también perdió la vida el propio Ciro… Entonces Tomiris mandó
llenar un orde de sangre humana y buscar el cadáver de Ciro entre los muertos…”
Los masagetas hallarían el cuerpo del gran rey aqueménida y lo decapitarían,
para que su atormendada reina introdujera la cabeza de Ciro en el orde: “Yo,
tal como te prometí, voy a sacierte de sangre”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario