Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Cuatro domingueras


Embarullar con abulencias


Porque nadie debería considerar nada propio,
excepto quizá una mentira, ya que
toda la verdad es de Aquel que dijo: “Yo soy la verdad”.
San Agustín

… se embarullaba y hacía un pisto de notas que ni Cristo lo entendía.
Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta.

Quedan quienes el 28 de agosto todavía conmemoran al africano Aurelius Augustinus Hipponensis, mejor conocido como San Agustín de Hipona. Ese día, Alberto Barranco, columnista y próximo embajador de México ante el Vaticano, tuiteó: “Antes eran falacias en las que se apuntalaban juicios de valor sobre cimientos de lodo. Ahora son especulaciones calenturientas: Que se me hace que AMLO…” Con el fondo estoy de acuerdo. En cuanto la forma, de la primera afirmación sólo quiero encomiar la elocuencia de la alegoría con la que se expresa. De la segunda, me animo a sugerir una precisión: en lugar de especulaciones calenturientas, que achabacana un poco el tuit, me parece que lo que hay que denunciar son abulencias.

Abulencia significa “falsedad, invención, especulación, superchería”. La etimología de la palabra da cuenta de que en una abulencia hay siempre cierta intencionalidad de engaño. El vocablo es un derivado de abullonar, es decir, “adornar una tela o una vestimenta con pliegues anchos en forma esférica” —Fulanita abullonó su falda para verse más cadernona—. Y abullonar proviene de bullón, el plegado de la tela en forma de bolas. Finalmente, bullón viene del latín bulla, bola o burbuja. Hacer bulla es armar escándalo, bullicio, pero también, como en una burbuja, inflar, abultar: un pavo real, al desplegar las plumas de su cola, hace bulla, y cuando los maorís danzan y gritan el haka, interpretan una intimidatoria bulla coordinada. El latín bulla está vinculado con la raíz indoeuropea beu, hinchar, y aparece también en el latín bucca, mejilla inflada y luego boca. Una abulencia es una especulación inflada para embarullar.

Ejemplar abulencia tuiteó el opinante Leo Zukermann hace unos días: “¿Dejará AMLO el poder el 1/10/2024? El presidente podría caer en la tentación de reelegirse por soberbia, convicción ideológica y/o mantener la amplia coalición política. Una alternativa de reelección puede ser una especie de Maximato”. El mensaje tiene la misma categoría argumental que los siguientes:

¿Se mantendrá fiel su cónyuge hasta, digamos, las próximas Olimpiadas? Su pareja podría caer en la tentación de ponerle el cuerno por lascivia, por aburrimiento y/o por no dejar… Una opción —que no “alternativa”— de infidelidad puede ser una suerte de canita al aire.

¿El piloto del avión en que viajamos podría decidir suicidarse ahora mismo, en pleno vuelo, matándonos de paso a todos? El piloto podría caer en la tentación de suicidarse por depresión, por hartazgo y/o por puras ganas de joder… Una opción de suicidio puede ser un tipo de ataque kamikaze al multifamiliar en donde vive su novia.

Zukermann pretende embarullar a sus lectores con una abulencia fincada en la sustitución del prejuicio de la confianza por el de la desconfianza. La operación es perversa: la confianza es un prejuicio indispensable para el funcionamiento de cualquier sociedad.


Espuria aporía

When once your point of view is changed,
the very thing which was so damning becomes a clue to the truth.
Arthur Conan Doyle, The Case-Book of Sherlock Holmes.

Una aporía es, literalmente, una vía clausurada, un callejón sin salida. La existencia de la nada, por ejemplo. Las hay también unas que parecen aporías, pero que en realidad son planteamientos errados; falsas aporías. Ejemplifico con una fábula…

Tres topos convencieron a un conejo pobre de que, si se decidía a tirar a un pozo muerto 169 zanahorias, de ahí brotaría una zanahoria descomunal y también mágica; por ella, todos los animales lo respetarían, a él y a su familia, e incluso los lobos lo tratarían con deferencia. El conejo comenzó a tirar una por una las zanahorias que con grandes dificultades cosechaba en su humilde huerto. Fueron pasando los días, el conejo perdiendo peso y los topos engordando, pero de la zanahoria mágica ¡nada! “No te preocupes, somos expertos: no de dejes de tirar zanahorias al pozo”. Un mal día los topos le dijeron al pobre lepórido que por razones complicadas de entender para un conejo, ahora tenía que tirar al pozo no las 169 zanahorias inicialmente planeadas, sino 285…  El conejo aceptó y siguió echando zanahorias al pozo y enflacando, y los topos embarneciendo… Una tarde, un ave que había observado todo desde la rama de un árbol le preguntó al conejo: “¿No eres tú un animal pobre?” Él respondió que sí, pero que con la zanahoria mágica saldría de tal condición. “¿No sería mejor que te comieras tus zanahorias? Además, ¿cuánto te falta?” El conejo le dijo que llevaba menos de la tercera parte de zanahorias que tenía que echar. A la mañana siguiente, el conejo refirió a los topos la plática con el ave, y como se mostró dubitativo, uno de ellos le dijo… “No te apures, podemos hacer que no sean más de 260 zanahorias las que te falten…, sino, digamos, la mitad, ¡130!” El conejo preguntó si el resultado sería el mismo… “Igualito, somos expertos”. Ahora sí el conejo comenzó a desconfiar de los topos, y les dijo que iba a consultar con su familia si seguiría adelante o no… Horas después, el conejo le dijo a los topos que habían decidido dejar hasta ahí el cultivo de la zanahoria mágica…

— ¿¡Pero estás loco!? ¡Ya has tirado al pozo unas 30 zanahoria! ¿Vas a tirar a la basura tu inversión?

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