Todo, todo es posible en la historia
—lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión.
Porque la vida, individual o colectiva, personal o histórica,
es la única entidad del universo cuya sustancia es peligro.
Se compone de peripecias. Es, rigurosamente hablando, drama.
José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.
Últimamente el profesor Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), una de las inteligencias más lúcidas que le quedan al mundo contemporáneo, no ha perdido ocasión para hacernos saber que, si bien la historia jamás se repite, la Humanidad se encuentra en un momento crítico y en un impasse muy parecido al que se vivió después de la Gran Depresión y poco antes del estallido de la II Guerra Mundial. Hace apenas unos días, el nonagenario pensador concedió una entrevista al doctor Richard Wolff, quien le preguntó:
— Esta situación de extrema desigualdad, que ha sido creada al menos a lo largo de los últimos cuarenta años, y que recientemente se ha agudizado aun más aceleradamente, es un tipo de episodio en la historia del ser humano que nunca suele terminar bien. ¿Crees que el creciente enojo o amargura o rabia o envidia, o como quieras denominarlo, seguirá siendo útil para la derecha más de lo que ha sido para la izquierda?
— Bueno, soy lo suficientemente viejo para recordar un caso anterior a este —respondió Chomsky—. Al inicio de los años treinta, durante mi niñez, sucedió algo similar. El sistema había colapsado por una depresión muy severa, mucho peor que la de ahora. Entonces se presentaban esencialmente dos posibles vías para salir del atolladero. Una salida era el fascismo, el cual, deberíamos recordar, alcanzó su horrible apogeo en el país más avanzado del mundo, el país que entonces era la cumbre de la civilización occidental en las ciencias, en las artes, el país que era considerado el modelo de la democracia liberal: Alemania. Y en unos pocos años, ese país se convirtió en lo más atroz de la historia humana. La otra posible salida era la social democracia que se desarrollaba en Estados Unidos bajo el New Deal, con el apoyo de un tremendo empuje y presión popular. Organizaciones empresariales, la milicia, sindicatos de trabajadores, activistas políticos lograron equilibrar la balanza de intereses. Y fue un equilibrio muy delicado. Entonces, respondiendo a tu pregunta, no estamos en 1929, pero hay algunas similitudes y creo que podríamos encaminarnos a cualquiera de las dos salidas.
En 1929, José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955) publicó su portentoso ensayo La rebelión de las masas. Acabo de leerlo de nuevo a la luz del paralelismo que Chomsky advierte entre la primera mitad de los años treinta del siglo XX y nuestro atribulado presente histórico. Leer a don José siempre es placentero; en esta ocasión, resultó además sorprendente y revelador. Para el filósofo español, la crítica situación que vivía Europa en aquellos años era consecuencia del espíritu ingenuo que se apoderó de Occidente durante el siglo XIX. El retrato que hace del necio candor decimonónico europeo recuerda obligadamente el descabellado triunfalismo neoliberal de los noventa: “La fe en la cultura moderna era triste: era saber que mañana iba a ser en todo lo esencial igual a hoy, que el progreso consistía sólo en avanzar por todos los siempres sobre un camino idéntico al que ya estaba bajo nuestros pies”. Una fe tan próxima a la que impulsó en 1989 a Francis Fukuyama (Chicago, 1952) a proclamar feliz el fin de la historia. El politólogo norteamericano explicaba que, como Kant, Hegel y Marx, él entendía el “fin de la historia” no como “el fin de la ocurrencia de eventos”, sino como “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos”. ¡Sí, cómo no…! Tal y como el propio Fukuyama tendría que reconocer muy poco tiempo después —incluso antes del brote pandémico del SARS-Cov2—, la historia no llegó a su fin y en cambio la incertidumbre cundió. Refiriéndose a los años treinta del siglo pasado, Ortega y Gasset reportaba: “Ahora ya no sabemos lo que va a pasar mañana en el mundo, y eso secretamente nos regocija; porque eso, ser imprevisible, ser un horizonte siempre abierto a toda posibilidad, es la vida auténtica, la verdadera plenitud de la vida”. No es casual pues que hace poco yo hablara aquí de la pasión de la posibilidad, puesto que la actualidad resulta una extraordinaria temporada para ella. Hoy por hoy, trepados en la cresta de la ola pandémica, el futuro, incluso el futuro inmediato, todavía se ve lejano, distante, desdibujado.
Penúltimo día de enero de 2021, sábado. Varios periódicos de (dizque) circulación nacional se dieron vuelo tocando fuerte las trompetas del Apocalipsis en sus portadas: El Universal alertaba “Economía mexicana se desploma 8.5%”, Excélsior:“Pandemia se comió el fondo de emergencia”; La Razón: “Cae PIB 8.5%, el peor desplome desde 1932… y se agotan ahorros”; El Sol de México: “Economía mexicana tiene caída histórica”; Ovaciones: “Sufre PIB peor caída desde la Gran Depresión”… Pero el que se llevó la mañana fue Reforma: “Histórico. 2020: la peor crisis”, y sobre el cabezal, de extremo a extremo, la gráfica de líneas rojas… Sin discusión, la peor crisis económica, cierto, causada por la pandemia, y con repercusiones mundiales.
Hace casi cien años, Ortega y Gasset, en contra del prejuicio entonces imperante, sostenía en La rebelión de las masasque “la vida pública no es sólo política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar”. Como entonces se limitaba todo a la política, hoy y desde hace mucho se suele reducir todo a la economía —o más precisamente a la macroeconomía—. Pero la vida de una Nación no es sólo la economía. Con todo y la crisis de salud y la crisis económica, el país está mucho mejor que hace un par de años. ¿Por qué? Porque se retomó el contrato social, porque se pasó de sólo reaccionar frente a los retos que presenta la realidad a accionar en dirección hacia una realidad distinta. En casi todo el mundo campea la incertidumbre porque evidentemente se rompió la continuidad; aquí en México en eso estábamos, en eso estamos, tomando conciencia de lo posible… Salimos de la fatalidad trágica, regresamos al drama humano.
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