Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La lógica del crimen organizado

Al referirse al asesinato en Cuernavaca del llamado Jefe de Jefes, la DEA declaró: “El reinado de Arturo Beltrán Leyva ha llegado a su fin”. Por supuesto, bien leída, la afirmación anterior no pasa de ser una perogrullada, que no despeja las incógnitas que se abren luego de la muerte de a quien apodaban El Barbas; a saber: ¿son menos efectivos y peligrosos los jefes que quedaron sin jefe?, ¿la tropa de los jefes que ahora anda sin jefe dejó de hacer su chamba cotidiana?, ¿cuánto tiempo permanecerán sin jefe aquellos jefes?, ¿los otros jefes, los que no estaban bajo las órdenes del aludido Jefe de Jefes, tendrán otros jefes?, en cuyo caso, ¿los otros jefes de jefes saldrían ganando?

Encuentro iluminadora la explicación que, para el caso de la Camorra −los grupos mafiosos que operan desde Nápoles, Italia−, ofrece Roberto Saviano en su libro Gomorra: “... los boss no pueden ser eternos. Cutolo deja paso a Bardellino, Bardellino a Sandokan, Sandokan a Zagaria, La Monica a Di Lauro, Di Lauro a Los Españoles y estos vete a saber a quién. La fuerza económica del sistema de la Camorra reside precisamente en el continuo recambio de líderes y de opciones criminales. La dictadura de un hombre en el clan es siempre breve; si el poder de un boss durara demasiado, haría dispararse los precios, empezaría a monopolizar mercado, haciendo que este se volviera rígido... En lugar de convertirse en un valor añadido para la economía criminal, sería un obstáculo para los negocios... En este sentido, todo arresto, todo macrojuicio, parece más bien una manera de reemplazar los capos, antes que una acción destinada a destruir un sistema de cosas”.

Más allá de la nota roja, de la sangre y el morbo que salpican por todos lados las ráfagas de los AK-47, la novela-reportaje de Saviano logra un altísimo nivel de nitidez al enfocar el asunto del crimen organizado como un factor sustancial del sistema capitalista en su fase global. Ciertamente, desde la perspectiva del novelista napolitano, no hay mayor misterio en el basamento ideológico de la mafia internacional: “Euro, dólar, yuan. Esa es mi tríada... Ninguna otra ideología, ninguna clase de símbolo ni de pasión jerárquica. Beneficio, negocio, capital. Nada más”.


En Gomorra, queda claro que, para como hoy está (des)organizado el mundo, los grupos del crimen organizado o tienen actividad transnacional o sencillamente desaparecen. En el puerto de Nápoles, centro neurálgico de la Camorra, “todo debe llegar, moverse deprisa, a escondidas. Comprimirse cada vez más en la dinámica de la venta y de la compra.” De hecho, Saviano insiste una y otra vez en mostrar que la verdadera eficacia de la mafia no se mide en su facultad de ejercer violencia impune, sino en su capacidad de lucrar: “La lógica del empresariado criminal. El pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor. El resto es igual a cero”.


Nada escapa a la fórmula anterior, más allá del lucro no importa nada, ni siquiera el poder político: “No existe el paradigma Estado-anti Estado, sino únicamente un territorio en el que se hacen negocios, ya sea con, mediante, o sin el Estado”. Aquí en México, hace unos días nos enteramos de que en el municipio michoacano de Tancítaro, el Cabildo en pleno renunció por amenazas recibidas. En una excelente crónica (Excélsior; 7/XII/2009), Pedro Díaz G. cuenta cómo en Tancítaro, municipio poblado por poco menos de 50 mil habitantes, el silencio es la expresión estridente de la violencia: “Nadie quiere hablar. Ni el taquero, ni el propietario de una farmacia o la encargada de la cenaduría de un pueblo donde por iniciativa propia sus habitantes se han autoaplicado un virtual toque de queda. Nadie. En su ayuntamiento nadie, tampoco, los escucha. Habla la bala”. Lo mismo, consigna Saviano, ocurre en varias poblaciones de Italia: “La potencia de las armas se convierte... en la posibilidad de hacerse con los resortes del verdadero poder del Leviatán que impone la autoridad en nombre de su potencial de violencia... Con su potencialidad bélica, los clanes no se contraponen a la violencia legítima del Estado, sino que tienden a monopolizar ellos toda la violencia”.

Con todo, Saviano recalca: la del crimen organizado, es “una supremacía económica que no nace directamente de su actividad criminal, sino de la capacidad de equilibrar los capitales legales e ilegales”. ¿Será? Para muestra, un botón: hace unos días, la prensa de todo el orbe publicó declaraciones de Antonio Maria Costa, director ejecutivo de la Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU. El funcionario dijo que tiene indicios de que dinero del narcotráfico fue usado para mantener a flote a bancos en lo peor de la reciente crisis financiera mundial. ¿Más claro?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Los cuernos de chivo del liberalismo económico

Hace 90 años, Mikhail Timofeyevich Kaláshnikov nació en Kuriá, en la región sur occidental de Serbia. En su cumpleaños más reciente, apenas el pasado 19 de noviembre, Kaláshnikov fue nombrado Héroe de Rusia por el presidente de aquel país, Dimitri Medvedev, quien lo elogió por crear “la marca de la que todo ruso está orgulloso”. En su novela/reportaje Gomorra (2006), Roberto Saviano (Nápoles, 1979) cuenta que, hará unos cinco años, un amigo suyo, Gennaro Marino Mariano, viajó a Rusia con el único propósito de conocer al inventor siberiano; lo admiraba y quiso estrechar su mano antes de que la muerte alcanzara al anciano. Kaláshnikov lo recibió en su dacha con la afabilidad de la gente que desde hace mucho se ha acostumbrado a su propia fama. De regreso en Italia, Mariano mostró a sus amigos el video que había grabado para testimoniar aquel encuentro; algo que llamó la atención de Saviano fue el montón de fotos de niños enmarcadas que pululaba en la morada del ruso:

“− Oye, Mariano, ¿todos esos hijos y nietos tiene Kaláshnikov?

“− ¡Qué narices de hijos! Son todos hijos de gente que le ha mandado fotos de niños que se llamarán como él, a lo mejor gente que se ha salvado gracias a su metralleta, o que simplemente lo admira.”


Efectivamente, el Héroe de Rusia inventó una metralleta, pero no cualquiera, más bien La Metralleta: la avtomat Kalashnikov modelo 1947, mejor conocida por su acrónimo, AK-47. Por ello, en su momento Kaláshnikov fue multigalardonado por el poder soviético: recibió la Orden de Stalin de Primera Clase, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, la Orden Patriótica de la Guerra, la Orden de la Estrella Roja y la Orden de servicios distinguidos a la Madre Patria. Muchos metales cargados de orgullo nacional, aunque seguramente una bicoca si se compara con la fortuna que Kaláshnikov tendría si hubiera patentado el AK-47: “hoy seguramente sería uno de los hombres más ricos del mundo. Se calcula que se han fabricado más de ciento cincuenta millones de metralletas de la familia del kaláshnikov, todas ellas a partir del proyecto originario... Habría bastado con que por cada una de ellas hubiese recibido un dólar para que ahora nadara en la abundancia”. Pero no importa que el AK-47 no haya redituado en las toneladas de plusvalía que hubiera podido generar, con todo, ha sido un éxito indiscutible en el mercado global: “No existe nada en el mundo, orgánico o no orgánico, objeto metálico o elemento químico, que haya causado más muertes que el AK-47. El kaláshnikov ha matado más que la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del SIDA, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que ha sucedido en la corteza terrestre. Una cantidad exorbitante de carne humana imposible de imaginar siquiera”.


Roberto Saviano no exagera cuando afirma contundente que el AK-47 “es el auténtico símbolo del liberalismo económico, su icono absoluto. Podría convertirse incluso en su emblema: no importa quién seas, no importa lo que pienses, no importa contra quién ni a favor de quién estés, no importa de dónde provengas, no importa de qué religión tengas; basta con que lo hagas, lo hagas con nuestro producto. Con cincuenta millones de dólares se pueden comprar cerca de doscientas mil metralletas; es decir, que con cincuenta millones de dólares se puede crear un pequeño ejército. Todo lo que destruye los vínculos políticos y de mediación, todo lo que permite un consumo masivo y un poder exorbitante, se convierte en vencedor en el mercado; y Mikhail Kaláshnikov con su invento ha permitido a todos los grupos de poder y de micropoder contar con un instrumento militar. Después de la invención del kaláshnikov nadie puede decir que ha sido derrotado porque no podía acceder al armamento. Ha llevado a cabo una acción de equiparación: armas para todos, matanza al alcance de cualquiera.”

Más de medio centenar de ejércitos regulares en todos los continentes usan el AK-47 como fusil de asalto, igual que los camorristas –la gente de la mafia napolitana– a los que Saviano se refiere en Gomorra. Osama Bin Laden porta un AK-47 en las fotografías que se difunden por todo el mundo. Guerrilleros, terroristas, revolucionarios, narcos, mercenarios, en fin, de todo tipo de seres humanos por los más diversos motivos decididos por la vía de la violencia emplean el AK-47. En México, el invento del general Kaláshnikov popularmente se conoce como cuerno de chivo. Hay un corrido que comienza mentando esta plaza... “Estando en Aguascalientes / fui a visitar a un amigo / tuve en mis manos un arma / llamada cuerno de chivo / sus ráfagas son de muerte / no hay nadie que quede vivo...” Temible cuerno de chivo se titula la canción; es fácil encontrarla en youtube.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Pirata Parade 2009 (II)

Sigo sobre avenida Juárez, como quien viniera del Zócalo y fuera hacia el Monumento a la Revolución, dos iconos del sino de lo inconcluso de México. Y es que a la Plaza de la Constitución la llamamos “Zócalo” porque del obelisco a la Independencia que en 1843 Santa Anna quería erigir ahí sólo se alcanzó a construir el zócalo que lo sostendría. Y el Monumento a la Revolución, adefesio hecho altar cívico, que no es otra cosa que la huella de un Palacio Legislativo que don Porfirio no alcanzó a terminar.

En la esquina de Juárez con Dolores, ¡ironías urbanas!, se localiza un
banco que fue mexicano y hoy es español. Casi frente al BBV, está el tercer puesto de libros. El atisbo que me devuelve la mirada me indica que éste tiene una vocación entre nacionalista y esotérica: Velasco Piña, presente con varios títulos (Cartas a Elizabeth, Regina y San Judas Tadeo, apóstol de las causas perdidas) y Laurita Esquivel con Malinche. Entre una colección de la Historia General de México del Colmex y varios ejemplares de los Cuentos chinos de Andrés Oppenheimer, un libro de Jodorowsky que, según me cuenta el vendedor, está saliendo como paraguas en temporada de aguaceros: Donde mejor canta un pájaro…

− Aunque no tanto como este otro –explica el puestero mostrándome un
ejemplar de Psicomagia–, que sigue siendo jefe.

Hay montones de volúmenes sobre las profecías mayas que señalan que
en el 2012 el mundo se va a acabar, y en fehaciente demostración de que Monsiváis no pierde el colmillo de la oportunidad y que mientras quede mundo el mercado subterráneo será ágil como pocos, el paseante ya puede agenciarse un ejemplar de Apocalipstik, una novedad que apenas el 30 de noviembre se presentó en la FIL.

Para quienes a fin de año gustan de imponerse a sí mismos grandes retos,
dos libros: Las 100 tareas sexuales de Rubén Carbajal y 1001 vinos que hay que probar antes de morir. El surtido del negocio incluye ventas seguras, como la Cábala para no iniciados, La sombra del templario, Memorias de mis putas tristes de García Márquez, dos que tres ediciones del I Ching y uno que, claro, nunca falta porque siempre piden: Los hornos de Hitler de Olga Lengyel, un texto escrito en 1961 que sigue intrigando a los lectores.

− Oye, manito, recomiéndame uno para regalarle a una chava que estudia
filosofía –pide uno de los darketos que anda repartiendo El Machete entre los peatones.

− Éste. Está rebueno. Puritita
sabiduría −presto, el puestero toma del piso un libro en cuya portada reconozco al protagonista de la serie de televisión que logró más audiencia en Estados Unidos en 2009−: La filosofía de House: todos mienten.

Antes de moverme al siguiente
changarro, veo que éste también tiene su pequeña sección dedicada a los estudiosos de la alta política nacional; de entre ellos, los más solicitados, Si yo fuera presidente: Enrique Peña Nieto sin máscara ni maquillaje de Jenaro Villamil y Doña Perpetua: el poder y la opulencia de Elba Esther Gordillo de Arturo Cano.

En la librería informal que encuentro
después, entre el 7eleven y Chilli´s que está a la entrada de la Plaza Juárez, es evidente que la apuesta va por la diversidad: la novela más reciente de Francisco Martín Moreno, Arrebatos carnales, un libro que aparece ya como el quinto más vendido en el portal de Gandhi; El sueño de mi padre, firmado por quien seguramente es hoy por hoy la persona más conocida en todo el orbe, Barack Obama; la trilogía de Los reyes malditos; un Glosario Teosófico, que al parecer de pronto cualquier usuario del metro puede requerir; Beatles la leyenda, para que nadie dude que en 2009 el cuarteto de Liverpool volvió por sus fueros; La isla bajo el mar de Isabel Allende; más PNL para resolverle la existencia a oficinistas desorganizados y amas de casa con la autoestima decaída; muchos para no dormir, casi todos de Stephan King; ¿Por qué yo no? de Ponchito; y por ahí garbanzos de a libra como tres novelas de Bukowsky, cada una a 30 pesos o las tres por 75, o Noticias del Imperio de Fernando del Paso, a 50; y toneladas de libros de autoayuda: 20 pasos hacia delante de Bucay, La armonía oculta y El libro de la sabiduría del modesto Osho, Tus zonas erróneas de Wayne Dyer, que a pesar de tener más de treinta años sigue siendo una guía para combatir las causas de la infelicidad… Ése es el que compra una señora que bien podría ilustrar el concepto depresión en cualquier diccionario de sicología, paga y luego se va a sentar a los pies de la Ariadna Abandonada, la escultura de Lucano Nava que está en la pequeña placita ubicada a unos pasos del Hotel Sheraton, y se pone a leer... Ojalá le sirva.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Pirata Parade 2009 (I)

Oiga, ¿cuánto cuesta ese libro? -por su vestimenta y modito de hablar, supongo que la mujer que se apersona junto a mí debe de ser la asistente de algún encumbrado funcionario de Relaciones Exteriores.

− ¿Cuál? ¿El evangelio del mal?


− No, el de al ladito.


− ¿PNL para principiantes?


− No, del otro lado –responde con la firmeza de una ejecutiva neoyorquina pidiendo un expreso en el Starbucks de la 87th y Lexington, pero luego se ubica en la realidad del Centro Histórico de la Ciudad de México y baja la voz para precisar casi cuchicheando: – Ése…, Técnicas de masaje Chi para orgasmos internos.


¿Orgasmos internos? Morboso, busco con la mirada el objeto requerido... ¡Sorpresa!, mucho traje sastre pero a la dama le falla la lectura.


Ahí tengo otro de Chi Nei Tsang –informa solícito el despachador–. El de orgasmos cuesta 500, seño.

Breve regateo…: la operación queda en 350 pesos. La seño entacuchada guarda en el bolso su tesoro bibliográfico y se va muy oronda rumbo al Zócalo.

¿Se fijó, amigo? –confidente, me pregunta el comerciante callejero, mientras saca de una caja otro ejemplar del mismo título, Técnicas de masaje Chi para órganos internos, y lo coloca en el espacio vacío en la repisa–. A ver si al rato llega otra que tenga hambre y vea tamales.

Sobre Juárez, de su esquina con Lázaro Cárdenas
el crucero con más tránsito peatonal del país hasta Luis Moya, dos calles antes de llegar a Balderas, se encuentran no sólo varias librerías, sino también una excelente muestra del Pirata Parade editorial de México. En la primera cuadra, la Gandhi que está frente a Bellas Artes apenas tiene que competir con un puesto de periódicos, pero cruzando López la cosa cambia: casi en la esquina, después de La Joya, está la antañona Porrúa Hnos. y Cía., luego una farmacia de similares, dos negocios más y la librería Bellas Artes, enseguida un local de ésos de todo lo imaginable a siete pesos, un estanquillo y luego, dos locales antes de la desembocadura del callejón de Dolores, la librería El Sótano, y casi frente a ella, un puesto de libros... ¿piratas?

− ¿Tiene Mi lucha? –llega preguntando una chavita engalanada con su uniforme de la Secundaria Técnica, muy mona.


Ahí estaba el libraco de Hitler: 120 pesitos. ¡Uy!, ¿tan caro? Es que es original, justifica el puestero…, de donde se desprende que hay otros que no lo son. En el piso, a los pies del changarro, un montón de libros a veinte pesos, otros de a cincuenta. Ediciones de pastas descoloridas con los de cajón: El diario de Ana Frank, Corazón de Edmundo de Amicis, varias novelas de Verne, Historias extraordinarias de Poe, El Principito…, y también dos noveletas mexicanas que se van haciendo clásicos de a de veras: Aura de Fuentes y Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. Además, claro, chorros de libros para encontrarle la cuadratura al círculo (Dianética, La inteligencia emocional, El líder interior), y otros para encontrarse con diosito sin intermediarios (Conversaciones con Dios, ¿Quién escribió la Biblia?). Aunque todavía quedan algunos, el púber Potter va de salida, al igual que los vampiros metrosexuales de la Meyer. En cambio Stephen King, Ruiz Zafón e Isabel Allende continúan imponiéndose en el gusto del respetable.


El siguiente puesto, enfrente de Siebo Paris, tiene un ingente surtido de libros de segunda mano, debidamente plastificados para asegurarle un buen gatazo a los bestsellers que, como la música del 6.20, llegaron para quedarse: Sangre Azteca, Juan Salvador Gaviota, El triángulo de las Bermudas de Berlitz. Por autor, siguen siendo caballitos de batalla los Caballos de Troya de J. J. Benítez, el docto Carlos Trejo (Evidencias de la vida después de la muerte), Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Luis Spota que desde la tumba se niega a abandonar su puesto como uno de los novelistas mexicanos más leídos de todos los tiempos, el maestro Rius y, but of course, Velasco Piña y su esoterismo mexicanista (Tlacaelel, Olmeca, Regina, etcétera). Curioso, entre mucha portada que pide a gritos marchante (El tamaño sí importa de Fernanda Familiar, El señor de los cátaros, El señor de los anillos), me topo con varios ejemplares de un libro para pasantes con sentimientos de culpa por no haberse titulado: el insufrible Instrumentos de Investigación de la maestra Guillermina Baena, a 20 pesos. Un paso atrás para ganar panorámica: golpe de vista del puesto que despliega a puertas abiertas su plétora de ofertones… Sin duda, los rostros latifundistas de las portadas son dos, ¡qué extremos!, el Che Guevara y Adolfo Hitler. Una segunda mirada, más atenta a descifrar símbolos y leer portadas, me obliga a sumar un tercer bloque: decenas de sesudos estudios sobre las profecías mayas. Lo olvidaba, ¡caray!, que el mundo se va a acabar en 2012. No hay tiempo que perder, pienso, y enfilo al siguiente puesto…

sábado, 28 de noviembre de 2009

Apreciado general Villa

Ambientadas en los años de la Revolución Mexicana, se han escrito muchas novelas históricas; de todas, mis dos preferidas, El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán, y una contemporánea: Pancho Villa. Una biografía novelada, de Paco Ignacio Taibo II. La vida de un pelado muy complicado, misterioso, jabonoso, fantasmal, odiado y admirado. A quienes preocupe el asunto de los géneros, habría que decirles que si el libro de Paco fuera una película sería un documental. Para los lectores asiduos de PIT II no resultará sorpresivo encontrarse con un libro bien escrito –mucho oficio, mucho colmillo literario—, bien documentado —historiador de profesión, al fin y al cabo— y, claro, sin sentimiento de culpa metodológico mediante, cargado a la izquierda.

El título no es tramposo: el foco del libro está en la vida de ese señor que se llamaba Doroteo Arango y quien se cambió de nombre para dar vida a Pancho Villa. Los enredos del cabecilla revolucionario que nació en Durango, pero que en justicia deberíamos considerar de Chihuahua, son por sí mismos interesantes, significativos para comprender el acontecer reciente del país, y, más allá de la retórica de libro de texto gratuito, para comprendernos a nosotros mismos: Villa, aunque hijo descarriado de la Gran Familia Revolucionaria, sigue siendo héroe y referente simbólico: estampa del macho mexicano y del jinete justiciero. El mayor mérito que le encuentro al libro de Taibo es el esfuerzo por combatir la imagen mistificada de Villa, particularmente en cuanto a las deformaciones y francas mentiras que, ya sea desde el plácido lecho del lugar común o desde los cañonazos de difamaciones que durante casi un siglo se han tirado contra él, siguen distorsionando la verdad histórica del personaje y del movimiento que encabezó. Por ejemplo, resulta que Pancho no era el borracho y pendenciero que el imaginario colectivo suele ver, y con quien se adornan bares y antros en todo México, sino un abstemio que llegaba a los pueblos a encarcelar a los dueños de las cantinas por embrutecer a la gente. PIT II muestra que los hechos duros señalan que las explicaciones a las que la academia se aferra no siempre corresponden a lo ocurrido. Un botón: cómo está eso de que en la batalla de Celaya quien ganó fue la civilización representada por Obregón y quien perdió fue la barbarie representada por Villa…:
“... varios historiadores quisieron ver en la batalla la confrontación entre lo antiguo y lo moderno, y así se lo inventaron… Parecería, en esta delirante versión... que la modernidad eran los yaquis y los pimes [de Obergón] y no los aviones de Pancho”.
PIT II planeta algo que va más allá de la biografía de Villa. A lo largo de toda la narración se sostiene una tesis que el novelista sabe y no permite que el historiador olvide, una certeza que como lector se agradece: la historia nunca cabe en la historiografía. En La cama de Procusto, Alberto Vital explica:
“Estamos condenados a conocer sólo una parte de todos los documentos importantes para la reconstrucción de una época. Estamos condenados a entender sólo una parte de todo lo que podrían decirnos los documentos. Estamos condenados a explicar, a poner por escrito… sólo una parte de lo que hemos entendido. Esta triple condena sugiere que la historicidad de todo sujeto que reconstruye hechos se manifiesta sobre todo como parcialidad…”
Una cuestión más sobre la que Taibo insiste: la lógica del ganador, el deber ser de los hechos, misma que según entiendo puede resumirse en un silogismo:

• la historia la escriben los vencedores
• los historiadores buscan la lógica que presuponen a la historia
• ergo, los historiadores suelen demostrar que los ganadores ganaron porque tenían que ganar.

PIT II se esfuerza por demostrar que el acontecer de Pancho Villa ocurrió como ocurrió no necesariamente porque así lo marcara la lógica de la historia o el destino o el dedo de dios… Por el contrario, en reiteradas ocasiones Paco recalca las evidencias que a gritos proclaman que el azar interviene en todo y siempre… La novela de Paco muestra que, efectivamente, la historia hubiera cambiado si la nariz de Cleopatra hubiera sido un centímetro más grande, o si realmente hubiera salido el balazo que se disparó a sí mismo Obregón al levantarse del suelo para darse cuenta, en Celaya, de que un cañonazo le había volado el brazo derecho.

Pancho Villa, una biografía novelada es un completísimo compendio de fuentes sobre el revolucionario. Es un libro divertido, como casi todo lo que escribe Paco... Pienso que bien podría recetarse a los millones de jóvenes que cada día se encuentran más alejados de la lectura y sin referentes históricos. Además, es un trabajo en el cual es imposible no sentir –y en muchos tramos compartir– el aprecio que el autor profesa por el general Francisco Villa…

viernes, 20 de noviembre de 2009

Reinventar la nación

En el colofón del siglo XV, simultáneamente aparecieron en el horizonte de la cultura occidental el Nuevo Mundo y el orden político de la Modernidad. Los Estados modernos permitieron la integración sociopolítica al interior de los nacientes países y la conformación del un nuevo orden geopolítico de Europa, y se erigieron como los protagonistas en la relación del Viejo Continente con el resto del planeta. Poco más de trescientos años después, las posesiones de la Corona española en América se aventuraron por el camino de la emancipación siguiendo dos guiones fundacionales: el ánimo de romper con el régimen colonial y la afiliación al paradigma del Progreso. Buscando senda hacia un mejor futuro, con las luces de la Ilustración y al amparo del ejemplo de las dos grandes revoluciones políticas del siglo XVIII —la independentista de las colonias norteamericanas y la Francesa—, las entidades políticas que emergieron desde la Patagonia hasta la Alta California optaron por el Estado moderno para encausarse hacia el Progreso, reclamando cada una para sí una legitimidad basada en la soberanía nacional.


La idea de nación es tan moderna como la de Estado. Se trata de una creación en la cual al menos intervienen, en distinta jerarquía dependiendo de cada caso, dos bases, una cívica y otra étnica. La primera concepción se refiere a grupos sociales asentados en un determinado territorio, con una economía y leyes comunes, y que al menos idealmente abrevan de un mismo sistema de valores e ideológico. La segunda remite a las poblaciones que se identifican en un pasado y ancestros compartidos, tejen comunidades con un alto grado de solidaridad, y tienen costumbres afines. En ambos casos, la nación es el producto de una voluntad de unir lo diverso. Paradójicamente, la fuerza de cohesión más fuerte de la que suele disponer el ideal de nación es la de hacerse pasar como una entidad inmanente, desvaneciendo en el imaginario colectivo su carácter de invento. En Hispanoamérica, si bien desde los brotes independentistas se buscó crear un concepto de nación cívico, en México hubo primero que echar mano de una noción bastante más arraigada, la de patria. Durante la época colonial, el concepto de nación se empleó para señalar a los diferentes grupos étnicos, incluso a los grupos aislados de la hegemonía de la Corona. En cambio, en la tradición hispánica, la idea de patria resultaba mucho más concreta, en lo territorial y en lo genealógico: la patria, el terruño, el legado de los padres. En el discurso independentista resultaron muy útiles dos acepciones ligadas al término patria: tierra natal y libertad. Con esa carga semántica, el patriotismo criollo fue el pilar a partir del cual se comenzó a construir la nación cívica. Luego, a causa de la invasión napoleónica de España, la dimensión institucional de nación se fortaleció: la idea de nación como el pueblo gobernado por una misma autoridad. Desde esa perspectiva, el cuerpo nacional español se componía entonces de la nación peninsular y de la nación americana. Lo anterior, claro, favoreció la consolidación de la nación cívica.


Alcanzada la independencia, para distinguirse ya no del origen colonial común, sino entre sí, fue necesario que el proceso de invención de las distintas nacionalidades pasara por una etapa de singularización, durante la cual se pusieron en marcha mecanismos de mitificación y apropiación simbólica del mundo indígena. Ello resultó de gran ayuda para conformar identidades como la “mexicana”, la “peruana”, etcétera, esto es, distinción hacia afuera. En cuanto a la unificación al interior, los liberales decimonónicos apostaron por la política: tuvieron lo que Charles A. Hale llamó fe en la magia de las constituciones. Con la mira puesta en la construcción de una nación de ciudadanos, se buscó sobreponer a la dimensión cultural la institucional. Las desigualdades étnicas no tenían por qué determinar necesariamente las desigualdades sociales, siempre y cuando existiera el aparato legal adecuado. Pero en los hechos las cosas no se dieron así: “la nación de ciudadanos se vía obstaculizada por ‘la abyección de muchos siglos’... y el apego a las costumbres... A partir de esta concepción, la nación cívica... da paso a la nación civilizada, cuya imagen se irá asociando paulatinamente a la exclusión de los elementos que no se adapten a ella” (Mónica Quijada, ¿Qué nación?).


El indio heroico quedó en un pasado mítico, porque en la realidad había que batallar ahora con ‘salvajes’ irredimibles. Entonces, la nación civilizada daría paso al ideal de la nación homogénea, en la cual las dimensiones cultural, institucional y territorial serían absorbidas.

Con ese espejismo entramos al siglo XX. Hoy, luego de que el nacionalismo impulsado por los grupos triunfantes en la Revolución Mexicana luce incapaz de sobreponerse a la caricaturización de sí mismo, más nos valdría tener en mente que la nación nunca ha estado ahí, siempre ha sido necesario inventarla, reinventarla.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Se busca modelo de civilización

La semana pasada, al término de su participación en un foro organizado por la Universidad Complutense, el filósofo francés de origen sefaradí Edgar Morin (París, 1921), se refirió al clima de desesperanza que desde hace un rato se ha propagado por todo el mundo: “Las viejas generaciones tienen la sensación de que fueron engañadas en su fe en el comunismo, en una sociedad democrática armoniosa, civilizada, en el progreso como ley de la historia… Todo eso se desintegró y hoy los jóvenes están totalmente desorientados. Hay posibilidades, no probabilidades de esperanza… Antes la esperanza era una fe; ahora es sólo esperanza”. Esta declaración del pensador octogenario ocurre días antes de la conmemoración del veinte aniversario de la caída del Muro de Berlín: a las ocho y media de la noche del lunes 9 de noviembre, el líder de Solidaridad, Lech Walesa, empujó, junto a Miklos Nemeth, primer ministro húngaro en 1989, la primera pieza del dominó gigante que en la ceremonia simbolizaba el detestable Muro. A un lado, Gorbachov y Ángela Merkel. Pero el espíritu festivo que levantaron las imágenes que cundieron por las pantallas de todo el orbe resultó efímero, dio apenas para mantener una sonrisa mientras comenzaba el siguiente corte informativo. La alegría se esfumó rápido porque esas imágenes traen recuerdos, no disparan esperanzas.

En un texto impecable e implacable, Agustín Basave (“El renacimiento de México”, Excélsior, 9/XI) perfila a la generación que hoy batalla en el tránsito de la vida adulta: “Capeamos como pudimos el temporal de evidencias que demostraban que, una vez enterrado el socialismo real y entronizada la globalidad, el repliegue del Estado interventor y la apertura comercial constituían la única opción cabalmente viable. Las pruebas eran contundentes: la quiebra de la Unión Soviética y de sus aliados había engendrado al antifantasma de mano invisible que después de recorrer Europa se seguía de frente rumbo a los países del Tercer Mundo. Así, frente a argumentos abrumadoramente realistas, acabamos encogiéndonos de hombros e ingeniándonoslas para abrigar esperanzas de que la justicia social se abriera paso entre las inefables fuerzas del mercado”. Pero no, la justicia social no se abrió paso. El propio Basave esquiva la frialdad de las estadísticas y traza el cuadro: seguir como vamos “equivaldrá a hundirnos cada vez más: ayer nos rebasó España, hoy nos rebasa Brasil y al paso que vamos mañana nos rebasará Nigeria”.

La advertencia que hace Agustín se suma a voces que comienzan a generalizarse es urgente replantearnos, replantarnos en la historia. Hace unos días, el rector de la UNAM, José Narro, dijo que tenemos que darnos la oportunidad de revisar el modelo de desarrollo y de organización, porque el que tenemos “ya no sirve ni para vernos hacia afuera, y mucho menos para resolver los problemas internos”.

Sin minimizar la gravedad de la coyuntura mexicana, pienso que el problema no es sólo nuestro. El broncón que nos tocó vivir no es cómo cambiar el modelo de desarrollo, va más allá, implica reformular qué queremos entender por desarrollo. El paradigma civilizatorio sencillamente se nos agotó.

Hace doscientos años, México, junto con toda Hispanoamérica, se conformó como una nueva unidad política echando mano de dos pilares fundacionales: por un lado, la ruptura respecto al antiguo régimen colonial, y por la otra, la adopción consciente de un paradigma civilizatorio forjado en la Ilustración: el ideal del Progreso, alma mítica de la Modernidad (Franz Hinkelammert dixit). Hoy, la desesperanza que se respira en todo Occidente tiene que ver con el gran revés del ideal del progreso: el desarrollo científico, tecnológico y económico no asegura ni desarrollo humano ni justicia social. El progreso sí genera desarrollo, pero uno, según Morin, “cuyo modelo, ignora que esta civilización está en crisis, que su bienestar trae malestar, que su individualismo trae encierros egocéntricos y solitarios, que sus florecimientos urbanos, técnicos e industriales implican estrés y daños, y que las fuerzas que ha desencadenado conducen a la muerte nuclear y a la muerte ecológica. No necesitamos continuar, sino un nuevo comienzo”.

Entonces, más allá de los estira y aflojes de la crisis financiera global, de los gritos y sombrerazos en el Congreso para aprobar lo que luego nadie dice que quería aprobar, de la mayor o menor precisión con que se pueda mesurar la pobreza o el crecimiento económico, de las discusiones de si el Estado es fallido o con fallas, es el concepto mismo de desarrollo el que
ya dio de sí. Es en este amplio sentido en el que, me parece, hay que leer el desafío que propone Basave: “Tenemos que lanzar una cruzada por la creatividad asumiendo que el dogma es catástrofe y la originalidad es redención. Si creemos que ser libres implica ser injustos, del salto del siglo XXI caeremos en el siglo XVIII”.

The winds of change de Scorpions es hoy una oldie…, como el ideal civilizatorio del progreso.

viernes, 6 de noviembre de 2009

¿Y el ogro filantrópico?

Octavio Paz (1914-1998) publicó en la sección “Letras, letrillas, letrones” de la edición 21 de la revista Vuelta un ensayo que pronto se convirtió en una referencia obligada para todo aquel que pretenda entender la realidad sociopolítica del México contemporáneo: El ogro filantrópico.

Corría el mes de agosto de 1978. Después de un proceso electoral en el cual no contendió contra nadie, José López Portillo ocupaba la silla presidencial y los mexicanos tenían motivos para sentirse desilusionados: en junio, la selección nacional había echó un papelón en la Copa Mundial de Futbol que se disputó en Argentina, cayendo 6 a 0 ante Alemania, 3 – 1 frente a Túnez y 1 – 0 contra los polacos. Los gauchos ganaron el campeonato: Passarella levantaría el ansiado el trofeo y la guerra sucia seguiría manchando de sangre aquel país. Cuando el número de agosto de Vuelta comenzó a circular, el mundo católico andaba despapado: el día 6 falleció Paulo VI, y no sería sino hasta veinte días después que en el cielo del Vaticano se vio humo blanco: Albino Luciani tomaría el nombre de Juan Pablo I para convertirse en el Sumo Pontífice número 263, aunque solamente durante 33 jornadas. Lo sucedería un polaco, Karol Józef Wojtyła. En 1978, The Eagles lanzaron al mercado Hotel California; Annie Hall ganaría el Óscar a la mejor película, con la cual Woody Allen también se llevaría la estatuilla para el mejor director, dejando con las ganas a George Lucas (Star Wars) y a Steven Spielberg (Close Encounters of the Third Kind). Ese año Carlos Fuentes publicó La cabeza de la hidra y John Irving The World According to Garp. Quizá entonces Paz soñaba ya con el Nobel de Literatura que ganaría doce años después, pero aquel año el galardonado fue Isaac Bashevis Singer. En 1978, mientras los jóvenes occidentales comenzaron a disfrutar de las mieles de la estereofonía portátil gracias al primer walkman de Sony, Brézhnev gobernaba la URSS.

En 1978, ninguno de los hombres más ricos del mundo era oriundo de México, y Octavio Paz afirmaba que el gobierno mexicano “hoy es el capitalista más poderoso del país aunque, como todos sabemos, no es ni el más eficiente, ni el más honrado”. Unos meses después, a resultas del descubrimiento de grandes yacimientos petroleros en la Sonda de Campeche, JLP declaraba ufano: “México… ha estado acostumbrado a administrar carencias y crisis, ahora tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia”.


En El ogro filantrópico, Paz parte de una afirmación que hoy, a toro pasado, derribado el muro de Berlín, podría parecer una obviedad: “el Estado del siglo XX se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas”. Y de ahí don Octavio se arranca a explicar la situación prevaleciente en nuestro país: “el Estado creado por la Revolución Mexicana es más fuerte que el del siglo XIX... Salvo durante los interregnos de anarquía y guerra civil, los mexicanos hemos vivido a la sombra de gobiernos alternativamente despóticos o paternales pero siempre fuertes: el rey-sacerdote azteca, el virrey, el dictador, el señor presidente.”


En todo el ensayo, el dichoso “ogro filantrópico” únicamente aparece mentado una vez, en el título. Con todo, luego de leer la encantadora prosa del poeta, no se necesita ser particularmente avispado para entender que tal es el mote que él le asigna al Estado mexicano; dicho en corto, subraya su carácter patrimonialista, centralista y autoritario. Entonces, Paz seccionaba al Estado mexicano en “tres órdenes o formaciones distintas (pero en continua comunicación y ósmosis): la burocracia gubernamental propiamente dicha, más o menos estable, compuesta por técnicos y administradores…; el conglomerado heterogéneo de amigos, favoritos, familiares, privados y protegidos, herencia de la sociedad cortesana de los siglos XVII y XVIII; [y] la burocracia política del PRI, formada por profesionales de la política, asociación no tanto ideológica como de intereses faccionales e individuales, gran canal de la movilidad social y gran fraternidad abierta a los jóvenes ambiciosos, generalmente sin fortuna, recién salidos de las universidades”. En cuanto a los partidos políticos, antes de la reforma política impulsada por Reyes Heroles, Paz anotaba: “La situación de los partidos políticos es uno de los signos de la ambigua modernidad de México. Otro signo es la corrupción”. Han pasado 31 años. En 2010 no habrá elecciones y los partidos políticos recibirán 3,012 millones de pesos, monto con el cual, según las cuentas que presenta Denise Dresser en Proceso, se podrían sumar 500 familias al programa más filantrópico del Estado, Oportunidades.

Con otros ensayos, el hasta aquí referido puede encontrarse en el libro homónimo publicado en febrero 1979 por Joaquín Mortiz. Letras libres, heredera de Vuelta, también lo tiene disponible en su hemeroteca en línea [click aquí].

lunes, 2 de noviembre de 2009

Saramago, ficcionista, mentiroso

La penúltima obra de José de Sousa Saramago (Azinhaga, Portugal, 16 de noviembre de 1922) es una novela histórica: El viaje del elefante (2008). Don José sigue escribiendo con precisión y elegancia, y si bien esta no es una de sus genialidades (mis favoritas siguen siendo Historia del cerco de Lisboa, El evangelio según Jesucristo y Ensayo sobre la ceguera), en ella encuentro un garbanzo de a libra, más ahora que sigo afanado en comprender las relaciones, en el universo de lo narrativo, entre las constelaciones de la historia y la literatura:

En el fondo, hay que reconocer que la historia no es selectiva, también es discriminatoria, toma de la vida lo que le interesa como material socialmente aceptado como histórico y desprecia el resto, precisamente donde tal vez se podría encontrar la verdadera explicación de los hechos, de las cosas, de la puta realidad. En verdad os diré, es verdad os digo que vale más ser novelista, ficcionista, mentiroso.

jueves, 29 de octubre de 2009

Preguntas bastardas

¿Ya viste Inglorious Bastards? Si sí, sigue leyendo; si no y piensas verla y además no te gusta entrar al cine sabiendo en qué termina la película, bótame, aborta esta lectura.
Descuida, esto no es una crítica cinematográfica; para qué ponerse serio y argumentoso si siempre resulta más sencillo declarar descaradamente las querencias propias. Así que a las claras: la última creación de Quentin Jerome Tarantino (Knoxville, Tennessee; 1963) me pareció estupenda, magnífica, y podría anotar genial pero me contengo, no porque no lo crea, sino para evitar sonar muy visceral. Como ha ocurrido con las seis cintas previas de Tarantino, por los cafés, las aulas, la prensa y el ciberespacio ya cunde una legión de criticones sospechosamente vehementes. ¿Que Inglorious Bastards no es original? Enzo Castellari, director de Quel maledetto treno blindato, distribuida en Estados Unidos como The Inglorious Bastards (1978), juzga: “Es una película completamente diferente, es algo propio de Quentin, no se trata de un remake, es algo que inspiré”. ¿Qué dura mucho? Dos horas y 32 minutos, y ojalá durara más: desde el primer capítulo y hasta el gran final, minuto a minuto fílmico el espectador va siendo engarzado en una historia bien contada. ¿Qué Brad Pitt no interpreta al Lieutenant Aldo Raine, sino a una caricatura más de sí mismo? ¡Falso!, con Óscar o sin Óscar, en este film de Tarantino, Pitt se corrobora como el gran histrión que es. Con él y Mike Myers (Ed Fenech), en Inglorious Bastards se demuestra por enésima ocasión que, para que el producto cinematográfico sea uno y bueno, director mata estrella. ¿Qué Tarantino mezcla géneros a lo bestia? Cierto y acierto: el resultado es maravilloso, una película de guerra cocinada como spaghetti western, de nuevo un pulp fiction enredado con una película homenaje e intertextual, una tragicomedia que termina descubriéndose como un gran romance... Pero, alto, ya dijimos que esto no es una crítica cinematográfica.
¿De qué se trata Inglorious Bastards? Fácil: dos historias punitivas que confluyen en el asesinato de la crema y nata del aparato de poder nazi, Adolfo Hitler incluido. La primera historia trama la venganza de una joven judía, cuya familia fue masacrada en Francia por los nazis. La segunda historia tiene por protagonista a un comando guerrillero de soldados judeo-norteamericanos que, durante la II Guerra Mundial, opera dentro de los territorios de Europa ocupados por los alemanes. ¿Una película histórica? La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla: los hechos ocurren efectivamente en un contexto histórico preciso, esto es, en lugares localizables en un mapa y entre fechas sin mayor problema ubicables en un calendario; además, buena parte de los personajes no son producto de la ficción sino que fueron personas de hueso y carne, mucha como Winston Churchill o exigua como Joseph Goebbels, y las intenciones que mueven las acciones resultan perfectamente coherentes respecto a lo que realmente pasó. Pero, ¿en verdad ocurrió que Hitler y sus principales secuaces murieron achicharrados en un pequeño cine parisino? Según toda la historiografía, desafortunadamente no... ¿Es mentira pues lo que cuenta el último film de Tarantino? Pues tampoco. So...?
Para entender la narración que propone el cineasta y escritor gringo, la clave está al merito inicio de la película, en la primera línea del guión: Once Upon A Time in Nazi-Occupied France. Es decir, una fórmula híbrida. De entrada el había una vez típico de un relato de ficción, con el que se apela a un pacto tácito con el lector: ojo, que lo que viene sucedió en un tiempo que no es ni el tuyo ni el mío, o sí, pero en cualquier caso no lo vas a encontrar en los libros de historia. Y luego, el pesado anclaje a un momento histórico preciso, fotografiado, testimoniado, historiografiado, filmado hasta el empacho: en la Francia ocupada por los nazis. ¿Qué propone entonces Quentin El Travieso Tarantino ¿Una realidad alterna? ¿La mentira en la que necesariamente deviene todo hubiera?
Inglorious Bastards obliga a la reflexión respecto a la complicadísima relación que existe entre ficción e historia, atadas indisolublemente, claro, por la narrativa. La historia (story) que cuenta Tarantino muestra espectacularmente que la ficción ofrece verdades. Como la literatura y la mitología, la historia-ficción puede perfectamente erigirse en una forma de conocimiento... Por lo demás, uno puede salir del cine dispuesto a plantearse preguntas impertinentes... ¿Y si el cura Hidalgo se hubiera aventado a tomar la Ciudad de México? ¿Y si no le hubiera dado pulmonía a don Benito? ¿Y si don Porfis le hubiera entregado pacíficamente el poder a Pachito Madero? ¿Y si la señora de Fox se hubiera agenciado la candidatura del PAN a la Presidencia de la República? ¿Y si las pejehuestes no se hubieran ido a tomar Reforma sino Los Pinos? Preguntas bastardas que, ¿a poco no?, podrían catapultar ficciones pertinentes.

viernes, 23 de octubre de 2009

La i de un GIS

Uno nunca sabe… A ver, ¿quién iba a decirme que a las faldas del volcán Xitle iba a encontrarme con una neta? Una hora antes de la cita, nos metimos al Anillo Periférico a la altura de San Antonio y por las alturas del segundo piso transitamos hasta San Jerónimo, donde va a terminar la polémica pejeobra. De nuevo a nivel de suelo, seguimos por el Bulevar Adolfo Ruiz Cortines, que ahí tal es el nombre del peri, aunque del otro lado, en el mismo tramo, se llama Adolfo López Mateos; pasamos la CNDH, y no, no tomamos el Camino a Santa Teresa, porque la verdad no me aguardaba en el ITAM. Metros adelante de TV Azteca, tomamos a la derecha por el Entronque Picacho-Ajusco… Tampoco me dirigía al Colmex ni al FCE. Pasamos la Universidad Pedagógica y FLACSO. A la izquierda dejamos atrás la Medusa, la Catarina y todas las demás tentaciones del Six Flags. Vuelta en Chemax, por la cual subimos hasta su cruce con avenida Contoy... He ahí el sitio: el CentroGeo, uno de las 27 centros públicos de investigación del CONACyT.

En el aula magna del CentroGeo, minutos después de las once de la mañana, comenzó la conferencia magistral de Nicholas Chrisman.

Chrisman (1950; Northampton, Massachusetts, EU) es geógrafo y doctor en Geografía por las universidades de Massachusetts y Bristol, respectivamente. Pionero, del 72 al 82 fue analista programador en el Harvard lab for Computer Graphics. Actualmente es profesor titular de geomática en la Universidad de Laval, Quebec. Desde 2005, Nick Chrisman es director científico de Geoide, GEOmatics for Informed DEcisions, una red de centros de excelencia en geomática, creado en 1998 por el gobierno canadiense. Hoy participan en Geoide 135 investigadores de 32 universidades, 64 agencias gubernamentales y 40 empresas de Canadá; además, convergen una serie de organizaciones de todo el mundo, como el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, la Asociación Europea de Laboratorios de Información Geográfica, el Land S Group de Corea del Sur y el Future Position X de Suecia, entre otros. Algunas investigación en curso de Geoide: una alusiva a los procesos de adaptación del entorno humano en el contexto del cambio climático, ¡prospectados al 2100!; el desarrollo de un sistema de simulación de patrones de dispersión de enfermedades contagiosas. Geoide impulsa también proyectos tan disímiles como soluciones geomáticas para juegos didácticos y la conformación de un protocolo de protección ética de datos geoespaciales.


Chrisman dedicó la parte medular de su conferencia a comentar una ponencia que escribió en colaboración con Barbara Poore: Order from Noise: Towards a Social Theory of Information. Y aquí sí fue en donde se erigió, ¡redoble de tambores!, una gran neta. Como aperitivo, la traducción del abstract: “En la llamada Era de la Información, es sorprendente que el concepto de información sea impreciso y prácticamente obviado. La literatura histórica y reciente de las ciencias de información geográfica (GIScience) se basa en dos metáforas en conflicto, a menudo expuesta por el mismo autor en párrafos adyacentes. La metáfora de la no variabilidad, originada en las telecomunicaciones, que define la información como una cosa que debe ser transmitida sin pérdida a través de un canal. La otra metáfora, proveniente de los movimientos utópicos del siglo XIX, ubica a la información en el contexto de una jerarquía de refinamiento, como punto intermedio en el camino que va de simples datos hacia formas superiores de conocimiento y, tal vez, hacia la sabiduría. Ambas metáforas se basan en debates olvidados, lo cual usualmente impide observar que hay importantes problemas sociales y éticos en la relación entre las tecnologías de información y la sociedad.”


Nick Chrisman no puso el punto sobre la i, sino el énfasis en la i misma: explicó que a lo largo del desarrollo de la geomática (híbrido de la geografía y la informática) y de sus expresiones por antonomasia, los GIS (sistemas de información geográfica, por sus siglas en inglés), se ha reflexionado mucho en torno a la g y a la s, mapas y bites, coordenadas y pixeles, descuidándose totalmente la necesidad de teorizar en torno al concepto mismo de información. Por supuesto, el talón de Aquiles que señala Chrisman no sólo está en la geomática: después de la Teoría Matemática de la Comunicación de Shannon (1948), el desarrollo no únicamente de la informática sino de todos los ámbitos del quehacer científico en el cual se ha involucrado la cibernética, quiero decir todos, la información se ha analizado como una cuestión de transmisión y no de significado.

Hace meses escuché a un matemático afirmar que las sociales no eran ciencias porque carecían de teoría. Entonces pensé que su dicho se justificaba por mera ignorancia; después de la plática de Chrisman, opino que aquel señor además estaba expresando una carencia propia, por lo demás generalizada... Lo bueno es que hay ya camino andado. Ya veremos...

viernes, 16 de octubre de 2009

De civilitate morum puerilium II

Tryna Middleton vivía en Cleveland, tenía 14 años de edad y cursaba el último grado de secundaria... No se graduaría jamás: el viernes 21 de septiembre de 1984 la violaron y fue asesinada. El 16 de septiembre del año siguiente, el acusado, Rommel Broom, fue declarado culpable y condenado a muerte. Desde entonces, el hombre permaneció en la Penitenciaría Estatal de Ohio. El pasado 15 de septiembre, un cuarto de siglo después del crimen, personal especializado de la Southern Correctional Facility, en Lucasville, procedió a concretar la sentencia. La técnica, inyección letal. Este domingo, leí en El país un documento fechado el 17 de septiembre; es devastador: se trata de la declaración de Rommel Broom, en la que narra cómo, luego de 18 jeringazos, sobrevivió al procedimiento. El relato, extraordinariamente lúcido y bien redactado, se estructura en 31 párrafos, y concluye así: “Me veo obligado a recordar constantemente el hecho de que la semana próxima tendré que sufrir la misma tortura que el Estado de Ohio me infligió el martes 15 de septiembre de 2009, porque no ha habido ningún cambio en el protocolo de ejecución de Ohio y no ha habido ningún cambio en mis venas. El declarante no tiene nada más que decir.” Efectivamente, al ser enterado de que durante tres horas intentaron, sin conseguirlo, asesinar al sentenciado, el gobernador Ted Strickland decidió posponer la ejecución. Rommel Broom sigue vivo; hace unos días se decidió que será hasta noviembre que un tribunal se reúna para dictaminar su futuro.

¿Todo esto es civilizado? ¿Retrata a Occidente o es una desviación, un lunar de barbarie? Norbert Elias ayuda a comprender (El proceso de la civilización, 1987): “El concepto de ‘civilización’ se refiere a hechos muy diversos: tanto al grado alcanzado por la técnica, como al tipo de modales reinantes, al desarrollo del conocimiento científico, a las ideas religiosas y a las costumbres…, puede referirse a la forma de las viviendas o a la forma de la convivencia entre hombre y mujer, al tipo de las penas judiciales o a los modos de preparar los alimentos. Para ser exactos, no hay nada que no pueda hacerse de una forma ‘civilizada’ y de una forma ‘incivilizada’…”


En Estados Unidos, muchos blogs y periódicos en línea han dedicado espacio a la fallida ejecución de Rommel Broom. La catarata de comentarios de los ciberlectores no ha cesado, la gran mayoría en el mismo sentido. Una muestra: So his veins did not cooperate. Onto plan B: Either a noose around his neck or a bullet in his head. Either is acceptable; just get rid of this creep! Esto es, ahorcándolo o pegándole un tiro, como sea, simplemente hay que deshacerse de esa basura.

Quizás tal sea la gran contrariedad civilizatoria: cómo diablos deshacernos de la basura, de lo que somos o es parte de nosotros pero que nos disgusta … Regreso a Elias: “… si se trata de comprobar cuál es, en realidad, la función general que cumple el concepto de ‘civilización’..., llegamos a una conclusión muy simple: este concepto expresa la autoconciencia de Occidente… Con el término de ‘civilización’ la sociedad occidental trata de caracterizar aquello que expresa su peculiaridad y de lo que se siente orgullosa…” Autoconciencia y orgullo: autoestima.

Conciencia de sí: tanto como el aparato legal y judicial que lo condenó a muerte y no ha podido ejecutarlo, Rommel Broom, violador y homicida, forma parte de la civilización occidental del siglo XXI. Ello nos puede provocar muchas cosas, pero no orgullo. Entonces, ¿cómo deshacerse de esa basura en forma civilizada? Hace casi quinientos años, Erasmo de Rotterdam ofrecía respuestas al mismo cuestionamiento.

La Real Academia de la Lengua Española establece que el vocablo basura tiene seis acepciones: suciedad, desechos o desperdicios, lugar de residuos, estiércol, “cosa repugnante o despreciable”, y adjetivo para calificar algo como de baja calidad. La basura que más le preocupaba a Erasmo en su De civilitate morum puerilium (1530) era toda aquella que la Naturaleza nos depara irremediablemente: el excrementum, esto es, todos los residuos metabólicos que produce el organismo. Un solo ejemplo: “Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente, y eso, volviendo de lado por un momento el cuerpo…” Cuidado, la postura del humanista no debe reducirse a una sencilla oposición entre Cultura y Natura; he aquí una clara muestra: “Los hay que aconsejan que los niños, comprimiendo las nalgas, retengan el flato del vientre; pero por cierto que no es civilizado, por afanarte en parecer urbano, acarrearte enfermedad”. La alegoría escatológica queda, pues, a tiro…, pero me contengo.

Termino recordando que creep, que traduje como basura, también significa, además de “persona repugnante”, una “sensación inquietante como la causada por los reptiles de los insectos sobre la propia carne, en particular un sentimiento de aprensión o de horror”. Algo así como el malestar de la barbarie.


REPORTAJE: PENA DE MUERTE PRESIDIO DE LUCASVILLE (OHIO)
18 pinchazos no mataron a Romell Broom
Declaración del hombre que sobrevivió a su propia ejecución

viernes, 9 de octubre de 2009

De civilitate morum puerilium I

Es repugnante: entra al sauna, se sienta, y comienza a contar chistes soeces mientras carraspea escandalosamente y escupe. ¡Guácala! Aunque nunca falta un roto para un descocido, casi nadie se ríe de sus trilladas cuchufletas; la repulsión termina imponiéndose y el marrano suele quedarse solo. Pero ayer fue distinto: me agarró de malas y con una lectura fresca, así que tan pronto tiró el primer gargajo al suelo, lo espeté:

− Resorbere salivam inurbanum est, quemadmodum et illud quod quosdam videmus non ex necessitate, sed ex usu, ad tertium quodque verbum expuere.


Entre curiosos y espantados, sin dejar de mirarme, él y el resto de los encuerados guardaron silencio. Van a creer que estoy poseído...
¿Qué crees, mi amor?, a un señor le dio glosolalia en los baños del club... Pero no, resulta que el cerdo reaccionó en forma insospechada:

− Perdone, padrecito –dijo, se levantó y se fue.

− ¿Pos qué le dijiste, tú? –tan pronto el puerco salió, me preguntó uno que me conoce y sabe que no soy cura.

− “Sorberse la saliva es incivilizado, así como lo es aquello que a algunos, no por necesidad, sino por usanza, vemos hacer, escupir a cada tres palabras”... Erasmo de Rotterdam.

− Órale. ¿Y ése? Un cura, ¿no?

Efectivamente, Erasmo fue ordenado sacerdote en 1490. El humanista holandés fue un trotamundos, pero ya en sus últimos días trató de sentar cabeza. En 1529, rodeado por la ola reformista, se fue a vivir a la ciudad católica de Friburgo de Brisgovia, en el suroeste de lo que hoy es Alemania. Al año siguiente, allí publicó un pequeño opúsculo, De civilitate morum puerilium.

En El proceso de la civilización (FCE, 1987), el sociólogo Norbert Elias (1897-1990) concede un lugar destacadísimo en la historia de las ideas de Occidente al librito de Erasmo: “la transformación del concepto civilité en el de civilisation”. El pequeño tratado erasmiano, dedicado al joven Enrique de Borgoña, hijo de Adolfo, príncipe de Veere, aborda las formas correctas de conducta. ¿Cómo debe comportarse una persona civilizada? Algunas muestras…
Hace casi medio milenio, Desiderius Erasmus Rotterdamus (1466/69 - 1536) dedicó pluma e ingenio para prescribir, por ejemplo, que Si aliis præsentibus incidat sternutatio, civile est corpus avertere; o sea: si estornudas vuelve de lado el cuerpo para no salpicar, y ello, mucho antes de que se tuviera noticia de la existencia de los virus y de su fea maña de volar por los aires para ir a invadir nuevas víctimas.

Dudo que el renacentista imaginara el azote que la bulimia causaría siglos más tarde entre algunas adolescentes, sin embargo establecía: “vomitar no es deshonroso; pero por glotonería provocar el vómito es monstruoso”.

Erasmo pide pulcritud, pero sin exageraciones: “Pueblerino es andar con la cabeza despeinada; rija en ello el aseo, no el lustre, propio de muchachas.” Metrosexuales, abstenerse: “las mejillas tíñalas el pudor natural y biennacido, no afeite ni color postizo.”

El anterior y algunos similares son mandatos que pueden atenderse, o no, sin mayor dificultad, pero encuentro otros que de plano sólo los iniciados podrían seguir al pie de la letra; por ejemplo, intenta plantar la mirada como don Erasmo indica: “sean los ojos plácidos, pudorosos, llenos de compostura: no torvos, lo que es señal de ferocidad; no maliciosos, que lo es de desvergüenza; no errantes y volvedizos, que es signo de demencia; no bizqueantes, que es propio de suspicaces y maquinadores de trampas, ni desmesuradamente abiertos, que lo es de estúpidos, ni apiñados a cada paso con párpados y mejillas, que lo es de inestables, ni estupefactos, que lo es de pasmados..., ni demasiado penetrantes, que es seña de iracundia, tampoco insinuadores y habladores, que es seña de impudicia”.

De civilitate morum puerilium se compone de veinte capítulos. El primero juega las veces de prólogo. Después dedica diez capítulos al externum corporis decorum; la mirada, las cejas, la frente, la nariz, las mejillas, la boca, los dientes, el cabello, la postura, la desnudez y las excrecencias son motivos sobre los cuales Erasmo de Rotterdam dictamina. El siguiente apartado se aboca a la vestimenta, y los seis que continúan tienen que ver con las formas de conducirse en el templo, en la mesa y en el juego. El último se refiere a la conducta en el dormitorio. El manualito fue un exitazo editorial; en el mismo siglo XVI aparecieron traducciones en francés, el lenguaje cortesano por antonomasia, y también, claro, en italiano e inglés. Aunque hubo una versión en catalán, la primera traducción al castellano se la debemos a Agustín García Calvo, publicada en una edición bilingüe del Ministerio de Educación y Ciencia de España (2006, 2ª ed.). Pienso que la mayoría de quienes hoy compartimos la condición de occidentales seguimos valorando como apropiadas las maneras que Erasmo recopiló. Y en buena medida, descontando al asqueroso escupidor compulsivo del sauna, en ello estriba el ideal de civilización que nos agrupa. Veremos...

jueves, 1 de octubre de 2009

Literatura mata Sociología

Jorge Mario Pedro publicó Conversación en La Catedral, su sexto libro, hace cuarenta años. Entonces, julio de 1969, su juventud no impedía que el escritor fuera ya un encumbrado: tres años antes, su novela La casa verde había sido distinguida con el Premio Rómulo Gallegos. Arriesgaba, pues: ¿llamarada de petate o uno de los grandes? Seguirían una docena de títulos –Travesuras de la niña mala (2006), la más reciente–, y de toda la obra de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), junto con La guerra del fin del mundo (1981), yo me quedo con Conversación en La Catedral. En aquel portento narrativo, publicado originalmente por Seix Barral en dos tomos, el peruano formuló un cuestionamiento para el cual en Latinoamérica seguimos sin encontrar respuesta:

“... Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a nada, espacio, hacia la colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución”.

Puestos a tratar de entender las cosas, Conversación en La Catedral, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, El otoño del patriarca de García Márquez o Tres tristes tigres de Gabriel Cabrera Infante resultan aliados bastante más efectivos que toneladas de investigaciones y tesis doctorales en historia de Hispanoamérica, ciencias políticas y la alucinación colectiva que algunos insisten en seguir llamando sociología latinoamericana.
Precisamente una licenciatura en sociología fue lo que estudió Juan Villoro, en el campus Iztapalapa de la UAM. Digo, nada que deba ser juzgado como imperdonable, en ingenuidades similares han caído otras personas inteligentes. No traigo a cuento el dato académico con ánimo de balconear a nadie; sirva sólo para contextualizar el siguiente fragmento de Palmeras de la brisa rápida, del propio Juan: “En una época me sentí capaz de escribir una tesis sobre la ‘subsunción formal del trabajo en capital’. Ahora sólo podía emular al Zavalita de Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió México? ¿Quién se levantó con el primer pie izquierdo?, ¿quién hizo añicos el primer espejo? De los virreyes a los priístas, un país de sangre y polvo.”

La editorial oaxaqueña Almadía acaba de publicar Palmeras de la brisa rápida, un texto que aunque cuenta con dos ediciones previas (Alianza 1989 y Alfaguara de bolsillo 2000) resultaba difícil de conseguir. Un diario de viaje, en el que Villoro, con el buen pre-texto de relatar el periplo que realizó a finales de los ochenta a Yucatán, explora las puntas de la compleja estrella en la que se puede entretejer la identidad de cualquier persona: la familia y sus anecdotarios, el país y sus historias, lo típico y lo mítico... Van algunas pizcas.


Querendón y despiadado, Villoro recuerda a una abuela de primera generación en el Distrito Federal, quien resulta botón de muestra de la moralidad de una clase media urbana que, con todo y la globalización y el desbarranque económico, sigue aquí: “Todos los días renovaba su decencia describiendo con lujo de detalle la indecencia de los demás”. Como ése, cientos de páginas de etnología caben en un ramalazo literario: “La abuela se reconciliaba con Yucatán y con el abuelo por el paladar... La mesa era la zona de armisticio y mi abuela, la orgullosa artífice de esa pax succulenta”.


Como otros buenos libros de viaje en los que la literatura se alza inalcanzable sobre la pretensión de la verdad científica (por ejemplo, Un bárbaro en Asia de Henri Michaux), en Palmeras... el lector puede toparse con garbanzos de a libra, concentrados de sabiduría: “¿pero puede haber algo más irreal que una mexicana que viaje sola? La soledad es un caso de alarma para las mexicanas. En los restoranes de lujo van juntas al baño, en las reuniones se arremolinan en torno a las galletas con paté, en las escuelas deambulan en apretadas flotillas”.
Las palabras que Juan borda de la península, con todo y que cargan ya veinte añitos, soplan brisa, nada que recuerde las pétreas monografías museográficas. Si bien los mayas prehispánicos eran “astrónomos que viajaban en lianas y salían de la maleza para llegar a una milpa donde discutían de hipotenusas”, “hoy en día... usan gorras de beisbolistas y pantalones de mezclilla stone-washed, son fanáticos de Chicoché y la Crisis y lo más probable es que no sueñen glifos sino oportunidades de trabajo en Cancún.”

viernes, 25 de septiembre de 2009

La muerte parcial de usted mismo

Cuenta Juan Villoro que en septiembre de 1985, ¡hace ya casi un cuarto de siglo!, luego de participar en una de las tantas y tantas brigadas de rescate que se organizaron en el abatido Distrito Federal, lo asaltó una tentación en forma de pregunta: ¿qué sucedería si no regresara a casa y me dieran por muerto? Villoro no cedió ante el arrebato de plantarle un punto final artificioso a su propia biografía; regresó a casa y se encarriló de nuevo en su vida. Pero el asunto no quedó allí: varios años después escribiría una pieza dramática a partir de aquella interrogante, Muerte parcial (Ediciones El Milagro, 2008).

De por sí, al Teatro de Santa Catarina hay que llegar temprano. El oasis ideado hace cuarenta años por el escenógrafo Alejandro Luna y la actriz Olga Martha Dávila, originalmente llamado Teatro Coyoacán, únicamente dispone lugar para ochenta espectadores. Súmale que aquella tarde era una de las últimas funciones de una corta temporada, y agrégale que a Villoro no le faltan seguidores. Cerezota en el pastel: era jueves, lo cual se traduce, ¡viva la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM!, en que la entrada costaba 30 pesitos. Un lujo, pues. Por eso llegamos dos horas y media antes. Terceros de la fila, relevos para cruzar Francisco Sosa e ir a tomar algo en la cafetería de la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, lectura agradable bajo un cielo encapotado que jamás pasó de la amenaza..., total que fuimos recompensados: afuera se quedaron por ahí de veinte millones de residentes de la Megaloca capitalina, entre ellos más de cien personas que no alcanzaron boleto; adentro, nosotros, los afortunados. En justicia, podría ensalzar la dirección escénica de Regina Quiñones, no escatimar adjetivos halagüeños para calificar las dotes histriónicas de don Fernando Becerril y Violeta Sarmiento, subrayar el tino del diseño sonoro de Nicolás Cruz y de la iluminación de Lydia Margules..., pero no, me aguanto, para limitarme a decir que el resultado, la ensambladura de recursos y talentos, una coproducción del INBA y la UNAM, logró el efecto teatral que Juan Villoro traza en su obra: el montaje de un montaje dentro del cual ocurren varios montajes... A ver, barajeo los naipes más despacio.

El dramaturgo explica: “Muerte parcial trata de dos accidentes, uno real y otro imaginario. Un grupo de montañistas estuvo a punto de perder la vida. Ese sobresalto, esa situación límite, les hizo pensar que no valía la pena continuar con las burdas existencias que llevan. Decidieron entonces poner en escena otro accidente, para que los dieran por muertos y pudieran adoptar nuevas vidas.” Es decir, que en punto de las ocho de la noche comenzó una función de teatro, durante la cual nosotros, los espectadores que pagamos una módica cuota, presenciamos cómo un puñado de gente, los personajes interpretados por un grupo de buenos actores, representaban a su vez una puesta en escena. Pero el embuste no para ahí: al menos la mitad de los integrantes del grupo de falsos occisos interpreta un sainete particular, cada cual el suyo, para embaucar al resto: a los demás personajes y a nosotros. “La pieza oscila entre lo real y lo fantástico –explica Juan Villoro-. En su intento por convertirse en otros, los personajes asumen su destino en distintas claves. Irónicos o realistas, paródicos o delirantes, todos teatralizan su personalidad. Surge entonces la pregunta: ¿en verdad podemos ser actores de nosotros mismos?”


Hace unos días, en la Cineteca Nacional, se estrenó Naco es chido, el largometraje de Sergio Arau que, “basado en hechos más o menos reales”, narra el reencuentro del grupo ochentero de guaca rock Botellita de Jerez. Arau no solamente dirige la producción, también actúa interpretando al Uyuyuy; como el Mastuerzo, claro, va Francisco Barrios, y Armando Vega-Gil como el Cucurrucucú. Es decir, cada quien representa a cada cual. No he visto la película, pero hace unas semanas me tocó en suerte ver un documental sobre la cinta, en el cual aparece una serie de entrevistas a los botellos, vestigios arqueológicos del siglo pasado. Armando relata que cuando vio por primera vez el film se desconcertó, sobre todo cuando se observó a sí mismo: yo no soy así, reclamó. Su conclusión entonces me pareció una buena puntada, pero después de ver Muerte parcial pienso que más bien describe certeramente la enorme ingenuidad con la que todos andamos por la vida. Recuerdo que el Cucurrucucú dijo algo así: “Soy tan mal actor que ni siquiera puedo actuar como yo”.

Bien pensado, no sólo cada mañana sino a cada momento, uno está emplazado a encarrilarse de nuevo en el papel que creemos estar interpretando. Los cambios de rol que nos vemos obligados a realizar a lo largo de la función son tantos, que la vida entera resulta eso, una acumulación de muertes parciales.

viernes, 18 de septiembre de 2009

¡Todo es puro cuento!

¿Por qué nos pasa lo que nos pasa?

Por ejemplo... Minutos después de las tres de la madrugada llegó un SMS a tu celular: al Juanelo Guerrero, el más sano y bien portado de la banda, lo sorprendió una embolia. Increíble: ahora estás en un velatorio, custodiando el féretro de tu mejor amigo. Junto a los padres y la viuda, recibes también el pésame de los que van llegando. Casi no escuchas a nadie porque sigues sin poder recuperar el hilo de los acontecimientos, hasta que se apersona doña Coty, una de las ancianitas tías del Juanelo. Abraza y besa a la familia. Luego se aproxima a ti, te toma ambas manos y dice: “Ay, hijo, por algo pasan las cosas”. Tú, claro, no sabes por qué carajos pasan las cosas y quieres agarrar a patadas a la viejita.

Uno más... El día de tu cumpleaños recibes un correo electrónico: te ofrecen un empleo en una ciudad del sur del país que te parece espantosa; sin embargo, sonríes: “Es mi regalo. Gracias, Diosito”. Ni siquiera lees en el mail que el sueldo es inferior al que percibes actualmente.

Entonces, ¿por qué nos pasa lo que nos pasa? ¿Todo tiene una razón de ser, un sentido? Tal es uno de los cuestionamientos eje de Fiebre y lanza, el primer volumen de Tu rostro mañana, la más reciente novela de Javier Marías (Madrid, 1951). Y su respuesta muy probablemente no te va a gustar: Tendemos a pensar que hay un orden oculto que desconocemos y también una trama de la que quisiéramos formar parte consciente, y si de ella vislumbramos un solo episodio que nos da cabida o así lo parece, si percibimos que nos incorpora a su débil rueda un instante, entonces es fácil que ya no sepamos volver a vernos desgajados de esa trama entrevista, parcial, intuida –una figuración– nunca más... Nada peor que buscar el sentido o creer que lo hay. O sí lo habría, aún peor: creer que el sentido de algo, aunque sea del detalle más mínimo, dependerá de nosotros o de nuestras acciones, de nuestro propósito o de nuestra función, creer que hay una voluntad, que hay un destino, e incluso una trabajosa combinación de ambos. Creer que no nos debemos enteramente al más errático y desmemoriado, divagatorio y descabezado azar, y que algo consecuente se puede esperar de nosotros en virtud de lo que dimos o hicimos, ayer o anteayer.

Excéntrica en el contexto de la novelística de Marías, Tu rostro mañana es una obra que arranca con muy poca acción: a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de su primer volumen, prácticamente no ocurre nada; sin embargo, se reflexiona mucho y, prestidigitación del lenguaje mediante, en sintonía con los argumentos de sus personajes principales, se cuenta mucho: La gente va y cuenta irremediablemente y lo cuenta todo pronto o más tarde, lo interesante o lo fútil, lo privado o lo público, lo íntimo y lo superfluo, lo que debería permanecer oculto y lo que ha de ser difundido, la pena y las alegrías y el resentimiento, los agravios y la adoración y los planes para la venganza, lo que nos enorgullece y lo que nos avergüenza, lo que parecía secreto y lo que pedía serlo, lo consabido y lo inconfesable y lo horroroso y lo manifiesto, lo sustancial –el enamoramiento– y lo insignificante –el enamoramiento–. Ciertamente, junto con Jacobo Deza, el protagonista del libro, el lector va convenciéndose de que palabra mata acción: lo que tan sólo ocurre no nos afecta apenas o no más que lo que no ocurre, sino su relato (también de lo que no ocurre), que es indiscutiblemente impreciso, traicionero, aproximativo y en el fondo nulo, y sin embargo casi lo único que cuenta, lo decisivo, lo que nos trastorna el ánimo y nos desvía y envenena los pasos, y seguramente hace girar la perezosa y débil rueda del mundo. Dicho en corto, Javier Marías busca probar, ¡en una novela!, que todo es puro cuento, un relato que jamás recrea fielmente a la realidad: nada es nunca objetivo y todo puede ser tergiversado y distorsionado... Y con todo, tejones porque no hay liebres, que para narrar el mundo hemos sido expulsados del Paraíso: ... lo que más nos define y más nos une: hablar, contar, decirse, comentar, murmurar, y pasarse información, criticar, darse noticias, cotillear, difamar, calumniar y rumorear, referirse sucesos y relatarse ocurrencias, tenerse al tanto y hacerse saber, y por supuesto también bromear y mentir. Esa es la rueda que mueve al mundo... por encima de cualquier otra cosa; ese es el motor de la vida..., ese es su verdadero aliento. Por eso, narrando compartimos y nos sumamos, unos más otros menos, a la pandilla de los humanos: Queremos sentirnos parte de una cadena siempre..., víctimas y agentes de un inagotable contagio, el cuento.