Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 23 de mayo de 2015

De vuelta a la Naturaleza en viernes

Nature has left this tincture in the blood,
That all men would be tyrants if they could.
Daniel Defoe


Apenas doce años después de que Daniel Defoe diera a conocer en Londres The Life and Strange Surprizing Adventures of Robinson Crusoe… (1719), un tal Gisander, pseudónimo del escritor Johann Gottfried Schnabel (1692-c. 1758), publicó en la localidad alemana de Nordhausen un libro en el cual relataba la historia de un náufrago europeo, quien, además de sobrevivir, haría vida ejemplar en una remota isla del océano Antártico. Con un título de más de ciento veinte palabras —a partir de la edición 1828, sencillamente Insel Felsenburg, literalmente La isla de la fortaleza de piedra—, la obra sería la primera de cuatro partes (1731, 1732, 1736 y 1743) y gozaría de un enorme éxito en Alemania durante todo el siglo XVIII. Schnabel escondía su nombre verdadero pero no sus influencias: en el prefacio de la primera entrega se refiere al libro de Daniel Defoe, e incluso acuña una palabra para referirse a lo que hoy es prácticamente un subgénero literario: Robinsonaden, vocablo que regresó como robinsonade al inglés y traducimos robinsonada al español.


A partir del relato del marinero que naufraga en una ínsula incomunicada de la civilización europea y logra sobrevivir gracias a su trabajo, en Insel Felsenburg la trama corre para desarrollar un clásico planteamiento utópico: la pequeña comunidad que vive feliz gracias a una insólita forma de organización social. Ciertamente, desde el Robinson Crusoe de Defoe y en todas las robinsonadas se entrecruzan ambos motivos: primero, el destierro y separación de un individuo respecto de la sociedad europea, y luego alguna suerte de utopismo. Con razón, Coetzee afirma que en el caso de Crusoe la narración se trama a partir de un modelo bíblico: desobediencia - castigo - arrepentimiento - liberación. El joven Crusoe no se queda en York tal como lo conmina su padre, y en lugar de ello se deja arrastrar por la ambición; el naufragio y su reclusión en la isla desierta serán, primero, el castigo de la Providencia, y después de que reflexiona y se arrepiente —escoltado por sus cotidianas lecturas de la Biblia, claro—, el escenario en el cual alcanza su liberación, fundamentalmente a través del trabajo: “… mis pensamientos estaban tan adaptados a mi presente condición, y había llegado a resignarme tanto a los designios de la Providencia, que hasta me consideré un hombre feliz en todos los aspectos, salvo el de la compañía”. Tiempo después llegaría Viernes, un salvaje a quien rescata de ser devorado por sus congéneres; con él no solamente consigue acompañamiento, sino también amistad y la posibilidad de organizar una comunidad. La utopía robinsoniana es en efecto fraternal, pero sobre todo jerarquizada. En 1954, Luis Buñuel realiza una versión cinematográfica de la novela de Defoe; en su adaptación, meses después de que Robinson se ha empeñado en civilizar a Viernes, en off el protagonista suspira y se desahoga: “¡Qué agradable es tener otra vez un sirviente!”

Ni en Robinson Crusoe ni en las variaciones que le siguieron se presentan proyectos utópicos que signifiquen un rechazo a la civilización occidental con los que se abogue por el regreso a un pasado idílico en el que una supuesta armonía primigenia impere. Entre agosto y septiembre de 1857, Karl Marx (1818-1883) redactó una introducción (Einleitung) que pudo ser para sus Grundrisse o para la Contribución a la crítica de la economía política. Para entonces se encontraba ya avecindado en Londres, la ciudad en la que dos siglos antes había nacido Daniel Defoe. En aquel texto, calificándolas como robinsonadas, Marx arremete en contra las teorías de quienes suponen la posibilidad de un ser humano producto de sí mismo y de sus dotes naturales, un individuo “en tanto que puesto por la naturaleza y no en tanto que producto de la historia”: 
… la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida. EI cazador o el pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo, pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas del siglo XVIII, las cuales no expresan en modo alguno, como creen los historiadores de la civilización, una simple reacción contra un exceso de refinamiento y un retorno a una malentendida vida natural. EI contrato social de Rousseau que pone en relación y conexión a sujetos por naturaleza independientes tampoco reposa sobre semejante naturalismo. Esta es sólo la apariencia, apariencia puramente estética, de las grandes y pequeñas robinsonadas… 
Y cual más, el propio Crusoe es un producto su historia. Andando de viaje por Italia, en 1912, el novelista irlandés James Joyce (1882-1941) ofreció una conferencia en la Universidad Popular de Trieste, en la que se refirió a Robinson Crusoe:
El verdadero símbolo de la conquista británica es Robinson Crusoe, quien, abandonado en una isla desierta con un cuchillo y una pipa en el bolsillo, se convierte en arquitecto, carpintero, afilador, astrónomo, panadero, alfarero, guarnicionero, agricultor, sastre, talabartero y clérigo. Él es el verdadero prototipo del colono británico, como Viernes es el símbolo de las razas sometidas. Todo el espíritu anglosajón está en Crusoe: la independencia viril, la crueldad inconsciente, la persistencia, la inteligencia lenta pero eficiente, la religiosidad utilitaria y bien equilibrada, el cálculo taciturno… Quien relee este sencillo libro, visto a la luz de la historia posterior, no puede dejar de caer en su hechizo profético.

En efecto, Robinson Crusoe es creatura y creador de Occidente; lo es él, pero también Viernes... Supongo que varios días a la semana, Robinson llegó a exclamar: ¡Gracias a dios es Viernes!

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