Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Clase económica

Dos linajes sólo hay en el mundo: como decía una abuela mía,
que son el tener y el no tener, aunque ella al de tener se atenía.
Sancho Panza (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha)


En estas páginas he discurrido sobre la insolencia con que se ha agudizado la desigualdad en México. Después me referí a la mísera prosperidad en que vivimos. En ambos casos, he buscado sustentar mis pareceres en datos duros, citando cifras y numeralias, rankings, porcentajes, promedios, proporciones… Así que se justifica plenamente la apelación que desde su guarida me espetó el maestro de El Pueblito: "Las estadísticas son como la tierra: son de quienes las trabajan; permiten decir lo que quien las trabajó deseó. No hay neutralidad aséptica. Sí hay argumentos para decir equis o ye, eso sí, con apoyo científico objetivo: números-porcentajes. Las descripciones y metáforas son más cercanas a mis pobres entendederas y gustos". Emplazado quedé: ¡basta de data!

Afortunadamente, llegó la asistencia: el sesudo doctor Ibarjair se dio tiempo para despachar un e-mail de inusitada amplitud para sus usos y costumbres, en el que ofrece una narración en la que empaqueta una alegoría de la desigualdad. Su disertación no tiene desperdicio:
Salí del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México sobrecargado: dos maletas de 23 kilogramos cada una, además de mi propio equipaje. Tenía que ir a Washington. El viaje fue en dos tramos, primero a Miami y luego a Washington. Despegué en el DF a las nueve de la mañana, sin haber desayunado. En el avión no me dieron nada de comer. Al llegar a Miami, perdí demasiado tiempo en la fila de inmigración, y además resultó complicadísimo mover solo todo el equipaje, así que perdí el vuelo a Washington. Un agente de la aerolínea me ayudó a encontrar un asiento en un vuelo que salía dos horas después. Mientras tanto, no comí, ni me ofrecieron nada. Pregunté si en el vuelo siguiente me darían algo de comer… Nada. Me había levantado a las seis de la mañana y llegué a dormir a las dos de la madrugada del siguiente día sin haber comido durante toda la jornada. ¿Por qué? Porque viajé en clase “económica”. Si hubiera volado en primera clase habría desayunado, comido, disfrutado quesos, manzanas y vino. El mundo actual está diseñado para maltratar a los pobres, a los “económicos”. En los aviones, las mejores áreas son para la primera clase, sigue la llamada business class, algo que las grandes compañías gestionaron con todas las aerolíneas para que sus empleados viajen bastante bien sin tener que pagar los costos de primera clase. En el resto del avión va la clase “económica” o eufemísticamente llamada clase “turista”. Los asientos son ajustados, algunos no se inclinan, a diferencia de los de primeras clase, que son amplios y muy cómodos. Adelante puedes dormir espléndidamente. Ahí viene lo bueno, sólo para entre diez y veinte personas. Atrás, viajan cien o más pasajeros “económicos”. A ellos no les dan nada de comer, sólo refrescos, ninguna proteína. Adelante, tres platillos, bebida, abundante, postre… El trato, por supuesto, es distinto para los distinguidos. Frecuentemente en primera y en business class el vuelo va casi vacío; eso a las aerolíneas no les preocupa, porque se utilizan si vendieron más boletos, hay lista de espera o tienen que transportar trabajadores de la misma línea, etcétera. El que llega al final y le urge viajar compra boleto sin importar el costo, porque la clase “económica” siempre está vendida completamente.
En tanto alegoría de la desigualdad socioeconómica, la descripción del doctor Ibarjair tiene una ventaja para explicar el asunto: todos van en el mismo avión y no tienen alternativa, a diferencia de las sobadas metáforas de las carreras, en las que cada participante puede en un momento dado, sobre todo si va perdiendo, confortarse convenciéndose de que en realidad va compitiendo contra sí mismo. El doctor Ibarjair concluye:
Quiénes pagan realmente el costo del vuelo? La clase “económica”, los más pobres, los que no comen, los que viajan incómodos… Cuando este enfoque económico de organización social cambie el mundo vivirá mejor…
Y cierra con una idea que es difícil no apreciarla colorada:
Imagínate que 120 personas viajaran con todas las facilidades, y sólo unas veinte o treinta atrás pagando menos, porque los 120 pagarían el vuelo y comerían y beberían bien… Sólo unos pocos viajarían limitados. Creo que así no sentiríamos el terrible golpe que es ser pobre, de la clase “económica”. 
Le pongo un solo pero a la metáfora del doctor. En los aviones, entre la primera clase y el peladaje siempre se coloca una cortina, misma que las aeromozas cierran discretamente justo antes de que comience la desigual repartición de las viandas. Los pasajeros que viajan atrás saben o imaginan lo bien que van los de adelante, pero no lo ven. En cambio, abajo, acá en nuestra cotidianeidad, la desigualdad no se oculta, por el contrario, se subraya y se ostenta. Usando la expresión del doctor, el terrible golpe que es ser pobre lo sienten constantemente los muy pobres, los pobres y la clase media que por definición se siente pobre. No sólo viajamos sin cortinita, la publicidad se encarga de mostrarnos continuamente todo de lo que nos estamos perdiendo…  Los llamados creativos se devanan los sesos para despertar el deseo de compra no en quienes tengan con qué adquirir tal o cual producto, sino en todos aquellos que reciben sus anuncios. El resultado es obvio si uno recuerda, por ejemplo, que los millones de jóvenes nini —y me abstengo de citar una estadística, pero la hay— dedican la mayor parte de su tiempo a ver televisión, una ventana al mundo plagada de anuncios que muestran el esplendor con que pueden viajar los que no son clase “económica”.

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