Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Wikipedia confabula contra Arreola

… venero a los que mediante la palabra
han manifestado el espíritu,
desde Isaías a Franz Kafka.
Juan José Arreola


Agazapada en una aparente cotidianeidad doméstica, Elinor llevaba varios meses deseando enviudar y escribiendo un mismo cuento: el de un hombre que, al tiempo que estudiaba Abogacía, se iba convirtiendo paulatinamente en un rinoceronte, sin percatarse de que durante el lance literario algo le estaba ocurriendo a ella misma, hasta que una mañana, tras un sueño intranquilo, la susodicha señora Elinor, esposa del juez Joshua McBride, se despertó convertida en Juan José Arreola.


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En mercadolibre.com se ofrece un ejemplar de la edición príncipe de Confabulario; cuesta 2,500 pesos. Se trata de uno de los dos mil libritos que tuvo aquel tiraje, salido de la imprenta el 30 de agosto de 1952. El libro apareció como el segundo título de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, editorial fundada en 1934 por Daniel Cosío Villegas, y entonces ya dirigida sapientísimamente por Arnaldo Orfila. Su autor, oriundo de Zapotlán el Grande, Jalisco (Ciudad Guzmán), era un joven —entonces tenía treinta años— excéntrico, Juan José Arreola Zuñiga (1918-2001). Había llegado por vez primera a la Ciudad de México en 1937, con una exigua fortuna —“para poder hacer el viaje vendí mi único patrimonio: la máquina de escribir Oliver que me regaló mi padre cuando cumplí catorce años y la escopeta de retrocarga calibre 24 que le compré a Daniel Zúñiga. Después de pagar el boleto me sobraron trece pesos, que es todo lo que tengo para llegar a México”—, pero dueño de una férrea voluntad —discurriendo de puerta en puerta, pronto se convirtió en vendedor estrella de sandalias— y de una cultura tan dilatada para su propia biografía que, seguramente, en ocasiones le resultó estorbosa. 



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Entre quienes leen sin tomarse la molestia de acudir jamás a un diccionario, cunde la creencia de que un prosista mexicano del siglo pasado, erudito y afecto a los bestiarios, fue quien acuñó la palabra migala. El error se extiende, toda vez que la Referencia de Referencias de hoy día, Wikipedia, dispone en español una entrada para La migala —nótese el artículo singular femenino, por favor—, y ninguno para el vocablo migala… ¿Quiere ello decir que la enciclopedia en línea por antonomasia —la palabra Wikipedia prácticamente ha convertido enciclopedia en un anacronismo— se ha olvidado del bicho o que sencillamente no existe? Ni lo un ni lo otro. En el texto alusivo a La migala —“… un relato breve del escritor mexicano Juan José Arreola… Este cuento forma parte de la obra titulada Confabulario, publicada en 1952…”—, el lector responsable encontrará el hipertexto con el vínculo para enterarse de que la dichosa migala es una tarántula de patas rosadas (Avicularia avicularia). La falsa idea de que el jalisciense se sacó a la migala de la tatema también se extiende entre los lectores que, antes o después, además de Arreola, han leído a Kafka, y establecen excesivos paralelismos entre el Odradek y la migala.


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El primero de la colección Letras Mexicanas del FCE —en la que a la fecha se han publicado ya más de medio millar de títulos— fue Obra poética de Alfonso Reyes (1889-1959); Confabulario fue el segundo. Seguirían el poemario El nuevo Narciso, de Enrique González Martínez (1871-1952), y la antología de cuentos El diosero, de Francisco Rojas González (1903-1951). 


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En 1919, el editor alemán Kurt Wolff publicó Ein Landarzt (El médico rural), de Franz Kafka (1883-1924). En “Preocupaciones de un padre de familia”, uno de los catorce relatos que componen el libro, el praguense revela los primerísimos informes de que disponemos acerca del Odradek. Casi nada aporta acerca del origen y significado etimológico del vocablo, pero la descripción física del Odradek, aunque pequeña —menos de cien palabras en su traducción al español—, ha dado para que una legión de sociólogos, filólogos, filósofos y hasta esotéricos variopintos hayan escrito miles de páginas intentando descifrar la criatura. Sabemos que es un ser animado —“es muy movedizo y no se deja atrapar”—, parlante y —lo que a mí me parece francamente espeluznante— que posee la facultad de reír. ¿Es pernicioso? La última oración del cuento de Kafka responde: “No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir”.


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En 1952, Arreola ya era un autor publicado: también bajo el sello del Fondo, pero en su colección Tezontle, había debutado con Varia invención (1949). En su edición príncipe, Confabulario incluía veinte cuentos. Los tres primeros: “En verdad os digo”, “El rinoceronte” (“Durante diez años luché con un rinoceronte; soy la esposa divorciada del juez McBride.”) y uno que al paso de los años se ido afianzando reputación canónica, “El guardagujas”. En el volumen Narrativa completa editado por Penguin Random House (2016), Confabulario se integra por veintinueve narraciones; la selección de textos y su orden corresponden a la edición definitiva del libro que, varios años atrás, hizo el propio Arreola y Joaquín Diez-Canedo para el volumen de sus Obras publicado por Joaquín Mortiz; en ella, entre “El rinoceronte” y “El guardagujas”, aparece “La migala”. 


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Salta a la vista que el cuento de Arreola es dantesco. Su narrador, quien no deja de pensar en Beatriz, transita por noches infernales “en espera de la picadura mortal” de la migala. Por eso, resulta chabacano que Wikipedia nos venga a informar que una migala, en realidad “es de carácter tímido y huidizo, por lo que no suele mostrarse agresiva, aunque si se siente amenazada puede llegar a lanzar sus propios excrementos para defenderse. Es usado como animal doméstico”.




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