Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 31 de julio de 2020

Cavernícolas zacatecano

Casa

 

… y piedra fui, piedra seré, por eso

toco esta piedra y para mí no ha muerto

Pablo Neruda, CASA.

 

Justo antes de Cantos ceremoniales y enseguida de Canción de gesta —cuya primera edición se facturó en la Habana por la Imprenta Nacional de Cuba para celebrar el segundo aniversario del triunfo de la Revolución, con un tiraje de 25 mil ejemplares—, Pablo Neruda (1904-1973) publicó en Buenos Aires Las piedras de Chile (Losada, 1961), un poemario ilustrado. En la página 31 del libro, aparece “CASA”, así, con mayúsculas:

Tal vez ésta es la casa en que viví

cuando yo no existí ni había tierra,

cuando todo era luna o piedra o sombra,

cuando la luz inmóvil no nacía.

Tal vez entonces esta piedra era

mi casa, mis ventanas o mis ojos.

Me recuerda esta rosa de granito

algo que me habitaba o que habité,

cueva o cabeza cósmica de sueños,

copa o castillo o nave o nacimiento.

La casa de piedra, poderosa reminiscencia troglodita. La casa en la piedra, primer refugio humano, paraíso originario.

 

 

PP13B

Hace poco supimos de la existencia de un paraíso prehistórico, el sitio en donde nuestra especie se salvó de la extinción. Un edén de verdad, no simbólico.

 

Nuestra especie surgió en África, hace poco más de doscientos mil años. Entonces, el clima era benigno; y la comida, abundante. Sin embargo, 195 mil años antes del presente (AP) las condiciones cambiaron: comenzó una prolongada etapa glacial —Marine Isotope Stage 6—, que duró la friolera de unos 70 mil años. El frío y la desertificación propagaron la muerte. A la mera supervivencia se redujo todo para aquella gente; ni cómo comenzar a crear cultura. La población de sapiens se desplomó. Los genetistas estiman que sobrevivieron apenas algunos cientos de hombres y mujeres. Considerando la pobre diversidad genética que hay entre nosotros, los humanos modernos, es probable que apenas haya subsistido un grupo, —quizás una misma comunidad etnolingüística—, resguardado en una región o incluso en torno a un paraje único. ¿Dónde? El litoral sureste africano habría perdurado como uno de los últimos resquicios de vida; junto al mar quedaba comida —mariscos, mamíferos acuáticos y plantas comestibles— y un refugio. Las excavaciones dirigidas por Curtis W. Marean, arqueólogo de la Universidad Estatal de Arizona, llevaron al sorprendente hallazgo de la guarida milenaria: ¡una cueva junto al mar! Medio trogloditas, medio costeros, los humanos nos aferramos a la vida. “La cueva hoy conocida como PP13B, cerca de Mossel Bay, Sudáfrica, albergó a humanos entre 164 mil y 35 mil años AP, en un momento en que el homo sapiens estaba en peligro de extinción. Estas personas pueden haber sido los antepasados de todos nosotros” (Curtis W. Marean, “When the Sea Saved HumanityScientific American, 2012).

 

 

Cueva del Chiquihuite

A usted y a mí nos dijeron en la escuela que, hace menos de 15 mil años, los humanos llegaron América por el estrecho de Bering. A muchos nos tocó que nos enseñaran que el rastro más antiguo de sapiens localizado en lo que hoy es México era el Hombre de Tepexpan, hallado en las orillas del lago de Texcoco —hoy sabemos que el esqueleto del Hombre de Tepexpan corresponde no un hombre sino a una mujer, quien vivió hace unos siete mil años—. Ya en el siglo XXI, ganó fama la Mujer del Peñón, encontrada a un costado del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México: una osamenta con 12 mil años de antigüedad. Y apenas en 2014, en una cueva inundada cerca de Tulum, Quintana Roo, apareció Naia, una joven que alcanzó a vivir unas quince primaveras, hace más de trece mil años, lo que la convirtió en el testimonio humano más vetusto hallado en el continente… Sin embargo el miércoles de la semana pasada quizá todo esto se fue al traste.

 

Ciprian F. Ardelean —de la Unidad Académica de Antropología de la Universidad Autónoma de Zacatecas— y un nutrido equipo de investigadores publicaron en la prestigiada revista Nature el sorprendente resultado de sus investigaciones en campo: Evidence of human occupation in Mexico around the Last Glacial Maximum“… presentamos los resultados de las excavaciones recientes en la cueva del Chiquihuite…, que corroboran… evidencia humana que data del último máximo glacial (hace 26.5 mil –19 mil años), y que retrasa las fechas de dispersión humana en la región, hasta hace posiblemente 33 mil años. El sitio arrojó alrededor de 1,900 artefactos de piedra…, revelando una industria lítica previamente desconocida que experimentó sólo cambios menores durante milenios.” En pocas palabras, el descubrimiento estaría datando la presencia de seres humanos en América 15 mil años antes de lo que se aceptaba hasta ahora como verdad científica. La noticia no es menor y, claro, tuvo eco por todo el mundo.

 

La cueva del Chiquihuite se localiza en el municipio zacatecano de Concepción del Oro, en las montañas El Astillero, a unos 2,740 msnmm —el poblado más cercano es Guadalupe Garzarón—. Las investigaciones apuntan a que la cueva fue lugar de refugio eventual de humanos a lo largo de algunos milenios. “Más de 50 fechas de radiocarbono y luminiscencia proporcionan control cronológico, y los datos genéticos, paleoambientales y químicos documentan los entornos cambiantes en los que vivían los ocupantes. Nuestros resultados proporcionan nueva evidencia de la antigüedad de los humanos en las Américas, ilustran la diversidad cultural de los primeros grupos de dispersión (que son anteriores a los de la cultura Clovis) y abren nuevas direcciones de investigación”. Todo bien, el único inconveniente es que no se ha hallado rastro de huesos humanos, sólo la huella de nuestra estadía cavernícola…

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