Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 28 de noviembre de 2023

El invento sapiens

 

… la técnica de las herramientas no es más que

un fragmento de la biotécnica, de la dotación vital total del hombre.

Lewis Mumford, El mito de la máquina.

 

 

¿Tú usabas de esas?

 

Lo que voy a contar me sucedió en Aguascalientes, en las postrimerías del siglo pasado. Dicho así parecería que ocurrió hace muchísimo tiempo, pero fue hace apenas un cuarto de siglo: 1998, quizá 1999.  Constanza tendría entonces cuatro, máximo cinco años. Yo necesitaba comprar una buena cantidad de consumibles para el despacho, y fuimos a una de esas enormes papelerías de cadena. Ella iba a bordo del carrito de compras, en el asiento para niños. Mientras me aprovisionaba, como casi siempre, íbamos platicando… Cuando avanzábamos por uno de los pasillos más alejados de la entrada, pasamos por unos estantes en donde algo atrapó su atención:

 

— ¿¡Qué son esas cosas, papá!?

 

Esas cosas ya no las venden en las papelerías y supongo que ya nada más se pueden conseguir en bazares y tiendas de antigüedades, pero entonces aún convivían en los catálogos y mostradores de los grandes comercios con las computadoras nuevas.

 

— Son máquinas de escribir, hija –le respondí a Constanza, y hasta entonces caí en la cuenta de que ella jamás, en toda su vida, había visto una.

 

— A verlas…

 

La cargué y nos aproximamos a esas cosas. Una de ellas tenía puesta una hoja de papel. Tecleamos algunas letras, golpe de carro y luego escribí su nombre… 

 

— ¡No tiene pantalla!

 

— No, no tiene.

 

— ¿Y cómo borras?

 

— Bueno, hay que borrar en el papel…

 

Entonces, no sé bien por qué razón, el artilugio ya no le pareció tan admirable…: — ¿Tú usabas de estas? —me cuestionó con una expresión que me pareció muy próxima a la compasión…

 

 

Ratones en vías de extinción

 

Daniel Dennett ha dictado su conferencia Tools To Transform Our Thinking en muchos foros. Hace diez años, lo hizo en la Royal Geographical Society. En un momento dado, mostró en la gran pantalla en la que se estaba proyectando su presentación un par de objetos… Traduzco:

 


— Aquí tenemos algunas herramientas de pensamiento. La imagen es en sí misma una herramienta de pensamiento: llama la atención la comparación directa entre ambos objetos y provoca nuestra reflexión. La de la izquierda es un hacha de mano y el de la derecha no tengo que decirles qué es… —como tú, lector, no estás mirando la imagen, te digo de qué se trata. El hacha es una herramienta lítica, prehistórica, seguramente de sílex, tallada por ambas caras de tal forma que tiene una forma casi triangular con una base semicircular; un bifaz de piedra, que servía para cortar, raspar y perforar tallada por ambas caras hasta. En cuanto al otro objeto, se trata de un simple mouse, un ratón, el dispositivo apuntador utilizado para facilitar el manejo de un entorno gráfico en una computadora. —. Noten. El ancha de mano fue empleada con esta forma, sin cambios, durante más de un millón de años. Extraño. Realmente extraño. En comparación, el mouse ha estado por aquí solamente durante unas cuantas décadas, y probablemente ya se encuentre de salida. La velocidad en el cambio del uso y mejoramiento de las herramientas ha aumentado un poco…

 

 

El invento sapiens

 

Yuval Noah Harari usa el concepto de revolución cognitiva para denominar el momento en el que los humanos empezaron a pensar de una manera radicalmente diferente a cualquier otra especie. Este cambio corresponde al desarrollo del lenguaje simbólico y al despegue de la imaginación creativa y de la capacidad de cooperación social a gran escala. La revolución cognitiva ocurrió hace unos setenta mil años, así que, considerando el tiempo de existencia de nuestra especie, resulta obligado preguntarnos qué diablos estuvimos haciendo durante casi ciento cincuenta mil años. La mejor respuesta que conozco se la debemos al sociólogo Lewis Mumford, quien también se formuló la misma interrogante: 

 

Cuando busquemos pruebas en favor de la genuina superioridad del hombre respecto de las demás criaturas, haríamos bien en procurarnos otras pruebas que sus pobres herramientas de piedra; o más bien deberíamos preguntarnos qué actividades le preocuparon durante los innumerables años en que con los mismos materiales y análogos movimientos musculares que más tarde empleó con tanta destreza, podría haber fabricado herramientas mejores.

 

Mumford sostiene que “lo especial y singularmente humano es su capacidad para combinar una amplia variedad de propensiones animales hasta obtener una entidad cultural emergente: la personalidad humana.” En otras palabras, sostiene que la humanidad del hombre no es natural, algo dado por la evolución biológica, sino una creación cultural. José Ortega y Gasset defendió la misma idea:

 

Lejos de haber sido regalado al hombre el pensamiento, la verdad es que se lo ha ido haciendo, fabricando poco a poco merced a una disciplina, a un cultivo o cultura, a un esfuerzo milenario de muchos milenios, sin haber aún logrado —ni mucho menos— terminar esa elaboración.

 

Así que, más que a tallar incansablemente piedras, ha eso debimos de habernos dedicado la mayor parte de nuestra existencia, a humanizarnos, a inventar al sapiens: “Las ‘labores’ culturales prevalecieron, por necesidad, sobre el trabajo manual —explica Mumford—. Estas nuevas actividades… exigían el control de todas las funciones naturales del hombre, incluyendo sus órganos de excreción, sus desmesuradas emociones, sus promiscuas actividades sexuales y sus atormentados y estimulantes sueños.” Y todo indica que nos tardamos más de cien mil años en lograrlo, quizá únicamente amparados por una sola técnica decisiva y exclusivamente humana: el uso y conservación del fuego.

 

En suma, “considerar al hombre ante todo como un animal que usa herramientas equivale a pasar por alto los principales capítulos de la historia de la humanidad…”, porque el hombre no intervino más que cualquier otro animal el mundo que le rodeaba, sino hasta que se humanizó. 

 

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