Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 29 de enero de 2010

El tobogán de la ignorancia I

El historiador y ensayista escocés Thomas Carlyle (1795-1881) alguna vez afirmó que hacer historia no es otra cosa que destilar rumores. Y claro, el resultado no necesariamente condensa lo que realmente sucedió. Más aun: en estricto sentido, la historia nunca cabe en la historiografía, siempre se queda corta. Pero el tobogán de la ignorancia está mucho más empinado: incluso asumiendo de arranque las limitaciones per se de la historia, han sucedido eventos trascendentes acerca de los cuales, me temo, jamás podremos saber qué fue lo que realmente pasó. Pero, ¡ojo!, que no sea posible construir un registro veraz sobre determinados acontecimientos no impide que acerca de aquellos se hagan lecturas significantes que guíen efectivamente nuestro actuar. De su carácter de verdad o mentira no depende la fuerza significativa de los relatos con que las sociedades pretenden dar cuenta de los hechos acontecidos allá en su mundo pretérito. Va un ejemplo extremo...

A finales de 1761 ocurrieron una serie de eventos que desquebrajaron la vida cotidiana de Yucatán. ¿Qué pasó? 1) El día 19 de noviembre, apenas terminadas las fiestas patronales de un pueblo llamado Cisteil, los indígenas mataron a un comerciante español. 2) Un vecino del pueblo huyó a Tixcacaltuyú a notificar lo ocurrido. 3) Al frente de veinte soldados, el capitán de guerra de Sotuta Tiburcio Cosgaya acudió a Cisteil a reprimir a los indios. 4) Enfrentamiento en Cisteil; los indios matan a Cosgaya y a casi todos sus hombres. 5) El o los soldados que lograron escapar dan aviso a las autoridades coloniales. 6) Mientras por toda la península cunde el rumor de que los indios coronaron a un tal Jacinto Canek como su rey y se aprestan para exterminar a todos los blancos, se organiza la expedición punitiva. 7) El 26 de mayo, un medio millar de milicianos no indígenas atacaron a alrededor de dos mil mayas atrincherados en Cisteil; resultado: más de quinientos indígenas muertos, el resto huyó, pero capturaron a Jacinto Uc de los Santos Canek, mientras por el lado de los españoles se reportaron menos de cincuenta bajas. 8) El 30 de noviembre comienza el juicio a Jacinto y sus seguidores, el 11 de diciembre lo sentencian y tres días después los ejecutan; a Canek lo despedazan vivo, lo dejan morir, queman su cadáver y luego lanzan al viento las cenizas... Hasta aquí y con este grado de detalle parece que todo el mundo está de acuerdo.


En una carta al Virrey la Nueva España, el gobernador de la provincia, el brigadier José Crespo y Honorato, la autoridad que detentaba entonces el poder político máximo en la península, estableció la versión oficial de lo ocurrido en Cisteil: “una general conspiración en que a más de un año trabajaban [los indígenas] secretamente para negar la obediencia de Dios y al Rey, y volver a su antigua libertad y adoración de sus Ídolos...”, comandada por un “principal que andaba convocando a los demás…, nombrándole ya Rey con ese motivo los indios…, movidos de éste que les dijo que ya era tiempo de matar a todos los españoles”.


En contraparte, en el siglo XIX el Registro Yucateco publica un texto en el cual Pablo Moreno tacha lo que pasó como “una sangrienta farsa”. Según su relato, nunca existió una rebelión indígena: todo fue un montaje del gobernador yucateco, quien aprovechó el asesinato del comerciante español, ocurrida en medio de la embriaguez de la fiesta, para atribuirse grandes méritos luego de reprimir de manera contundente, brutal, una supuesta gran sublevación de los mayas.


Justo Sierra O’Reilly (Los indios de Yucatán, 1848-51) descalifica la versión anterior; para él, lo sucedido en Cisteil “fue notoriamente un exabrupto” de los indios, quienes hartos por siglos de explotación colonial y pivoteados por la fiesta y el alcohol se lanzaron a una revuelta desorganizada y sin plan político alguno, ante la cual los blancos respondieron excesivamente, debido al pavor histérico que sentían ante la posibilidad de una sublevación: “puede decirse que hubo un verdadero levantamiento de españoles contra indios, así como se suponía que éstos se habían alzado contra aquellos”.
Algunos historiadores contemporáneos, por su parte, interpretan los sucesos de Cisteil como un movimiento mesiánico y milenarista, con profundas raíces en las profecías mayas (Libros del Chilam Balam), de oposición al poder colonial.

¿Qué sucedió realmente? ¿La barbarie indígena se alebrestó contra el régimen colonial? ¿Una bárbara represión colonialista ante una simple borrachera colectiva? ¿Un encontronazo entre dos grupos igualmente incivilizados? Interesantes reinterpretaciones se han publicado recientemente (destacable: La encarnación de la profecía, Canek en Cisteil, de Pedro Bracamontes y Sosa), pero no pueden ser más que eso: reinterpretaciones. La certeza de lograr la llamada verdad histórica, me parece, se perdió para siempre, sencillamente porque las únicas fuentes directas son la que el poder colonial permitió existir. Veremos... (El tobogán de la historia II)

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