Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 27 de julio de 2010

Sierra O’Reilly: pionero de la novela histórica y de folletín en México

En un diccionario de la literatura mexicana publicado hace algunos años en Estados Unidos (Eladio Cortés. Dictionary of Mexican literature. USA. Greenwood Publishing Group, 1992. 768 pp.) el primer escritor mexicano que se señala como autor de una novela histórica es Justo Sierra O'Reilly:
The historical novel was introduced in Mexico in imitation of the French novel of excitment and chivalry. Justo Sierra O'Reilly (1814-1861) published La hija del judío during 1848 and 1849. Juan Diaz Covarrubias (1837-1859) novel, Gil Gómez el Insurgente (1858), defended the cause for independence and was one of the first focus on the middle class [...]. Other historical novelists were Eligio Ancona (1836-1893), Irineo Paz (1836-1924) and the eminent Vicente Riva Palacio (1832-1896).
p. xxxvi

Lo anterior, en soporte adenda al texto que hace algunos años publiqué (en la publicación española Babab):


Sierra O’Reilly:
pionero de la novela histórica y de folletín en México

0

En 1987, la publicación de Noticias del Imperio de Fernando del Paso reanimó el gusto por la novela histórica en México, y el género experimentó un resurgimiento en toda América Latina, al punto que hoy se ha generalizado el uso del concepto “nueva novela histórica” para referirse a la enorme producción de obras de este género que se dio durante los últimos años del siglo XX1.

Sin embargo, en México, de por sí tierra de mistificadores del pasado, la tradición del género es casi tan añeja como el país mismo. Bien se sabe que en el siglo XIX los liberales tomaron especial afecto a la novela histórica, en mucho porque sirvió de eficaz instrumento para denostar a los conservadores y de paso ir creando identidad nacional, por medio, justamente, de la construcción de una visión hegemónica del pasado2. Pero, ¿cuál fue la primera novela histórica mexicana? La cuestión parece sencilla, pero no lo es tanto; de hecho, hasta hace poco tiempo no tenía una respuesta certera.


1

La novela histórica nació cuando la primera edición de Waverley salió de la imprenta3. Y aunque apareció sin firma, mucha gente supuso desde entonces que Sir Walter Scott (1771-1832) era el autor de aquella obra4; el escritor escocés no aceptaría públicamente dicha suposición sino hasta 1827. El tiro de la primera edición de Waverley, que se agotó en dos días, apareció en las calles de Edimburgo el 7 de julio de 1814.

Por su parte, la que tradicionalmente ha sido considerada como la primera novela histórica mexicana data de 1826: Jicotencal es su título. Lo anterior no puede anotarse con toda contundencia, más bien debe problematizarse…

Jicotencal se refiere a los poco afortunados andares del príncipe y guerrero tlaxcalteca Xicoténcatl Xocoyotzin, oriundo del señorío de Tizatlán, quien pasó a la historia como el único líder tlaxcalteca que se opuso a la alianza de su pueblo con los conquistadores españoles para combatir al Imperio Azteca. Por supuesto, el indígena —estereotipado como el buen salvaje— aparece como héroe, y el discurso es independentista y liberal. Así pues, Jicotencatl es una novela histórica a la que, dada su temática, difícilmente podría negarse su mexicaneidad. Sin embargo, al menos quedan por abordar dos datos importantes…

Uno: la primera edición de esta obra fue facturada en Estados Unidos (Filadelfia, imprenta de William Stavelly). Y dos: igual que Weverley, el libro apareció sin el nombre de su autor; por eso, durante más de siglo y medio el asunto fue motivo de debate, pero hoy, con toda certeza sabemos que quien escribió Jicotencal fue el poeta José María Heredia (1803-1839)5. Es decir, la que por mucho tiempo ha sido considerada como la primera novela histórica mexicana6 se publicó fuera de México y fue escrita por un cubano.

Conviene dejar dicho que hay quienes sostienen que Jicotencal no sólo es la primera novela histórica de México, sino también de América Latina y, más todavía, la primera escrita en lengua española. Como se verá más adelante, la primera aseveración no es del todo precisa; la segunda es correcta mientras no aparezca algún filólogo con algún espectacular descubrimiento bajo el brazo7, pero la tercera no: Vicente Llórens ha demostrado que la edición prima de Ramiro, Conde de Lucena, de Rafael de Húmara y Salamanca, no data de 1828, como se creía, sino de 1823, esto es, tres años antes que la novela de José María Heredia.

2

El mismo año que Walter Scott publicó Waverley, del otro lado del Atlántico llegó al mundo a quien hoy debemos considerar como el primer mexicano que publicó novela histórica en México: en un pequeño poblado de la Nueva España, Tixcacalthuyú, localizado en la península de Yucatán a poco menos de 100 kilómetros de la ciudad de Mérida, el 24 de septiembre de 1814 nació Justo Sierra O’Reilly8.

Hijo bastardo del sacerdote encargado del curato de su pueblo, no fue sino hasta 1819, a la edad de cinco años, que se iría a radicar a Mérida, la capital yucateca. En esa ciudad escucharía el repique de las campanas celebrando la declaración de independencia de México (1821). El primer quinquenio de la década de 1830 fue para él un período de intensa formación en el Seminario Conciliar de aquella ciudad. Durante sus primeros cursos, el joven Sierra O’Reilly mostró un gusto que al paso del tiempo se convertiría en uno de los oficios que ejercería por el resto de su vida:


La historia particular de Yucatán era su estudio favorito, y no tememos asegurar que lo que poseemos de ella, lo debemos a su incansable afán. Él, superando toda clase de obstáculos, empleaba las horas de su juventud en registrar nuestros archivos y en consultar sobre muchos puntos a los que habían sobrevivido a otras épocas. Así, mientras sus compañeros de colegio empleaban sus horas libres en las distracciones que busca siempre la juventud, Sierra hojeaba los empolvados manuscritos de las oficinas, o bien oía la relación de los acontecimientos pasados, de boca de algún anciano.9

Sierra O´Reilly se matriculó también en la Universidad Literaria de Yucatán, para alcanzar, en 1836, el título de Bachiller en Teología Escolástica, Moral y Derecho Canónico. Aún no cumplía 23 años, y gracias a una pensión eclesiástica, emprendió su primer viaje a la ciudad de México, para ingresar en el Colegio de San Ildefonso, en donde luego de poco menos de un año consiguió el título de abogado. De vuelta en Yucatán, Sierra O´Reilly se reincorporaría a la Universidad meridana, para obtener, durante el curso de 1839, el doctorado en ambos derechos, e ingresar en el Claustro universitario. Pero poco duraría el joven doctor dedicado a la vida académica; un torbellino político y social estaba a punto de convulsionar Yucatán, y él no permanecería al margen. Liberal y anticentralista, Justo Sierra O’Reilly participaría protagónicamente en la vida política yucateca desde 184010, sin dejar jamás la trinchera del historiador:
La mayor parte de los sucesos de nuestra historia política han (sic) quedado sepultados en el olvido por el poco empeño que se ha tenido en conservarlos. Falta es esta, a la verdad, muy lamentable. Cada uno de los hechos de nuestra última gloriosa revolución, merece un recuerdo: mi mal cortada pluma va a trazar su historia. Por lo menos, mis intenciones son puras; el objeto, noble y patriótico11.

Abogado, político, historiador y literato decimonónico, Justo Sierra O’Reilly estaba obligado al periodismo. Mientras actuaba como redactor en jefe del periódico de la facción encabezada por Santiago Méndez, El Espíritu del Siglo12, Sierra O´Reilly se dio tiempo para organizar y dar vida a la primera publicación de divulgación científica y literaria de Yucatán: El Museo Yucateco13; de periodicidad mensual, dicho impreso se publicó durante todo 1841 y hasta el mes de mayo del siguiente año; en total, alcanzó 17 ediciones14. Su temática se centró en la yucataneidad, desde los cantos de la historia y la literatura. Fue en las páginas de El Museo Yucateco en donde Justo Sierra O’Reilly comenzó a publicar tanto su obra literaria como el resultado de sus investigaciones sobre la historia de Yucatán. También fue en este impreso en el cual Justo Sierra comenzó a firmar algunas de sus colaboraciones con los acrónimos, “José Turrisa” y “J. Tomás Isurre y Ara”. Y es justamente El Museo Yucateco el medio que difunde las primeras narraciones históricas publicadas por un mexicano.

3

De 1841 a 1842, más de veinte años antes de la aparición de la primera novela histórica de Vicente Riva Palacio,15 Justo Sierra O’Reilly publica en El Museo Yucateco siete novelas históricas cortas:
1. La tía Mariana
2. Los anteojos verdes
3. Doña Felipa de Zanabria
4. D. Pablo de Vergara
5. El filibustero. Leyenda del siglo XVIII
6. Los bandos de Valladolid
7. D. Juan de Escobar

Significativa la nota que a pie de página hace el propio Sierra O’Reilly en el segundo capítulo de Doña Felipa de Zanabria:
Todos los nombres que se citan con muchas de las circunstancias que se han referido, pertenecen a nuestra historia. Así es que este cuento tiene mucho de histórico, y se ha escrito con la mira desenvolver algunos hechos antiguos.16

Efectivamente, Justo Sierra O’Reilly pretendía con sus primeras narraciones difundir el resultado de algunas de sus investigaciones sobre el pasado yucateco; consciente de su labor como patriarca de la historiografía yucateca, no desaprovechaba ocasión para dejar testimonio de sus descubrimientos. También hay que destacar que con estas primeras narraciones históricas publicadas por Sierra O’Reilly en El Museo Yucateco se inaugura en México la novela de piratería17: La tía Mariana refiere una de las aventuras del pirata Lorencillo, mientras que El filibustero tiene como protagonista a otro pirata, Diego el Mulato18.

El segundo periódico dirigido por Justo Sierra O’Reilly fue El Registro Yucateco, que se publicó en Mérida a partir de enero de 1845 y no dejó de hacerlo sino hasta diciembre de 184919. En este impreso Sierra publicó por entregas su primera novela histórica extensa, Un año en el Hospital de San Lázaro20, a la que le siguió La hija del judío, publicada de 1848 a 1849 en el tercer periódico del doctor Sierra, El Fénix.

4

Además de ser el primer mexicano que publicó novela histórica, Justo Sierra O’Reilly es, junto con Manuel Payno (1810-1894), el pionero de la novela de folletín en México.

La novela de folletín está indisolublemente ligada a publicaciones periódicas. En 1814, en Inglaterra, The Times comienza a tirarse en una imprenta impulsada por la energía de la Revolución Industrial, el vapor, estableciendo así la factibilidad tecnológica de la publicación de impresos para las masas urbanas. Dos décadas más tarde, el periódico parisino Le Press “… reduce el precio de suscripción de ochenta a cuarenta francos, esperando compensar el deficiente con los anuncios de la cuarta plana. Pero el éxito de los anuncios depende de una amplia difusión…, y para esto ¿qué mejor… que la novela de folletín?”21 Siguiendo el éxitoso ejemplo de Le Press, otros periódicos franceses comenzaron a publicar novelas por entregas, como Le Siècle, Journal des Debats, Constitutionnel. Surgen los dos grandes del género: Alejandro Dumas (1802-1870) y Eugenio Sué (1804-1857); el primero publica El Conde de Montecristo en el Journal des Debats, y Sué se convierte en un superéxito con novelas como Matilde y, sobre todo, Los misterios de París. A principios de la siguiente década, mientras en suelo galo el género decae cuando el gobierno le impone un impuesto especial a los periódicos que publicaban novelas por entregas, en España autores como Manuel Fernández y González y Enrique Pérez Escrich comienzan a cultivarlo con éxito. Si bien los españoles seguían el formato de la novela de folletín, basado más que en otra cosa en la capacidad de mantener el suspenso de entrega a entrega, ideológicamente sus posturas eran bien distantes entre sí. De acuerdo a Monisváis, El mártir del Gólgota de Pérez Escrich rápidamente se convirtió en una novela “infaltable en los hogares devotos de habla hispana del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX”, mientras que las obras de Sué, que comenzaron a editarse traducidas al castellano hasta 1844, fueron atacatas y proscritas por el clero y la prensa católica22. Así, resultó natural que los liberales mexicanos de mediados del siglo XIX asumieran como referencias las obras de los francéses y no así las de los iberos.


Respecto a los autores que introdujeron la novela de folletín en México, Rafael Pérez Gay ha señalado:
[Manuel Payno] … empezó a publicar su novela El fistol del diablo por entregas en la Revista científica y literaria entre 1845 y 1846… El fistol del diablo y La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly publicada en el Registro yucateco fueron las dos primeras novelas mexicanas de folletín, aunque José Emilio Pacheco afirma que hay datos para suponer que Sierra O’Reilly fue publicada desde 184123.

Efectivamente, Payno publica la versión original de su primera novela entre 1845 y 184624, es decir, en los mismos años en los que Sierra O’Reilly publica en El Registro yucateco no La hija del judío sino su primera novela por entregas. Dicho en pocas palabras: la dos primeras novelas de folletín publicadas en nuestro país son El fistol del diablo de Manuel Payno y Un año en el hospital de San Lázaro de Justo Sierra O’Reilly25.

Quizá sea pertiente terminar recordando que la nota definitoria de la novela de folletín —menospreciada y tachada de género menor por muchos26— es el manejo del suspenso como gozne entre los capítulos. Si bien muchas novelas que sin mayor dificultad pueden ser catalogadas como de folletín comparten además el hecho de ser novelas históricas —como es el caso de Un año en el hospital de San Lázaro y, de manera paradigmática, La hija del judío—, en ello no radica el peso sustantivo del género, como tampoco en el papel protagónico de heroínas. Para que lo sea, la novela de folletín necesita condimentarse no sólo con suspenso —el sabor dominante del platillo—, sino con una generososa dósis de enredos; las tramas buscan complicar las relaciones entre personajes, y la estructura los cruces entre las tramas.

Don Justo Sierra O’Reilly murió joven, en 1861, antes de cumplir 48 años de edad; lo mató la lepra, la misma enfermedad por la cual muchos años antes algunos de sus paisanos eran reculidos en el Hospital de San Lázaro.

Notas:

1. Cfr.: PONS, María Cristina. Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo XX. México. Siglo XXI. 1996. pp. 15-41.
Cfr.: GRINBERG PLA, Valeria. La novela histórica del siglo XX y las nuevas corrientes historiográficas. San Salvador, El Salvador. V Congreso Centroamericano de Historia. Ponencia presentada en la mesa Historia y Literatura. Julio de 2000.

2. “Las novelas históricas latinoamericanas del siglo XIX se constituyen… en discursos de legitimación de la ideología liberal, de ratificación del poder y de una búsqueda para confirmar la identidad de las nacientes repúblicas frente a esa otredad que era el pasado colonial. La novela histórica latinoamericana del siglo XIX no sólo tenía que colaborar a construir el futuro de esas nacientes repúblicas, sino que también tenía que participar en la construcción del pasado”. PONS, María Cristina. Op. cit. p. 88

3. Waverley or 'Tis Sixty Years Since . Edimburgo, Escocia. Printed by James Ballantyne and Co. For Archibald Constable and Co. Edinburgh; and Longman, Hurst, Rees, Orme, and Brown, London, 1814.
Además de falto de pertinencia, resultaría inútil problematizar el asunto: el planteamiento de Georg Lukács es correcto: en tanto género literario, la novela histórica emerge con la obra de Walter Scott, particularmente con Waverley (1814). V.: LUKÁCS, Georg. La novela histórica. México. Ediciones Era. 1977, 3ª edición. pp. 15-70.

4. La idea de que la pluma de Scott era responsable de Weverley se generalizó a las pocas semanas de la primera edición de la novela, pese a los esfuerzos del escritor por conservar su anonimato. Menos de tres meses depués de que Weverley fuera publicada, en una carta a una de sus hermanas, la novelista inglesa Jane Austen (1775-1817) decía a las claras: “Walter Scott has no business to write novels, especially good ones. It is not fair. He has Fame and Profit enough as a Poet, and should not be taking the bread out of other people's mouths. I do not like him, and do not mean to like Waverley if I can help it –but fear I must”. (correspondencia a Anna Austen; 28 de septiembre de 1814). En: The Walter Scott Digital Archive. Department of Special Collections. Edinburgh University Library.

5. La demostración definitiva de que José María Heredia es el autor de Jicotencal se debe a Alejandro González Acosta. V.: GONZÁLEZ ACOSTA, Alejandro. El enigma de Jicotencal. México. UNAM, CONACyT, Instituto Tlaxcalteca de Cultura. 1997.
HEREDIA, José María. Jicotencal. México. UNAM. Colección Ida y regreso al siglo XIX. 2002. pp. 21-176
Cuidado: no confundir Jicotencal con Xicoténcal… Pocos años después de que Heredia diera a conocer su Jicotencal, en España se publica la respuesta…, y, curiosamente, con "x": Xicoténcal, príncipe americano (Valencia, 1831). El autor en este caso sí firmó su escrito; se trata del español Salvador García Baamonde, quien, por su parte, defiende en su libro la obra bienhechora de Cortés y sus hombres.

6. v.g.: VARELA JACOME, Benito. Evolución de la novela hispano-americana en el siglo XIX. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

7. Hay quienes incluso han cometido el despropósito de señalar que a Jicotencal le corresponde el sitio de la primera novela histórica de América. Por supuesto, las cosas no son así: James Fenimore Cooper publicó años antes novelas como Los pioneros (1823).

8. V.: SIERRA O’REILLY, Justo. “Apuntes familiares de don Justo Sierra (O’Reilly)”. En: SIERRA MÉNDEZ, Justo. Obras completas. Epistolario y papeles pivados. T. XIV. México. UNAM. 1991 –1ª reimpresión–. p. 11.

9. SOSA, Francisco. Biografías de mexicanos distinguidos. México. Editorial Porrúa. Colección “Sépan Cuántos” #472. 1985. (De acuerdo a la página legal de la edición de Porrúa empleada, la primera vez que se publicó este libro de Francisco Sosa fue en 1884.)p. 581.

10. Desde sus inicios en la revuelta federalista de 1840, el quehacer político del doctor Sierra O’Reilly siempre se dio al lado del campechano Santiago Méndez Ibarra, con quien tendría lazos no sólo ideológicos sino también familiares: en mayo del 42 Justo Sierra contraería nupcias con la hija de su preceptor y padrino, doña Concepción Méndez, con quien tuvo cinco hijos, uno de los cuales llevó su mismo nombre y alcanzó mayores famas.

11. SIERRA O´REILLY, Justo. “Prospecto”. En: Los Pueblos. Periódico oficial del gobierno del Estado Libre de Yucatán. #54. Campeche, martes 25 de agosto de 1840. p. 4.

12.El Espíritu del Siglo, impreso de carácter político en el que se enarbolaban los ideales del federalismo. Los redactores de México a través de los siglos destacaron la labor proselitista de Sierra O’Reilly en favor del reestablecimiento del federalismo en México; de hecho, la litografía del busto de nuestro personaje que aparece en dicha obra, ilustra tal cuestión: “… una vez instaladas aquellas Cámaras y declarada la independencia de México, mientras éste no volviese al régimen federal, propósito predicado y sostenido con talento y energía por el licenciado don Justo Sierra, redactor del periódico campechano El Espíritu del Siglo”. RIVA PALACIO, Vicente. (dir.) México a través de los siglos. México. Editorial Cumbre. s/f –17ª edición–. T. VIII p. 64

13. “… El Museo Yucateco, primer periódico extenso y literario de la península…, fue el primer monumento, o mejor dicho, la verdadera cuna de nuestra vida literaria, formada en el suelo del país”. CARRILLO SUASTE, F. “Colección Literaria, 1881”. Citado en: CANTO LÓPEZ, Antonio. “La imprenta y el periodismo”. En: PÉREZ BETANCOURT, A. y PÉREZ MÉNDEZ, R. (compiladores). Yucatán: textos de su historia. T. I. México. SEP / Instituto Mora / Gobierno del Estado de Yucatán. 1988. pp. 43
Cfr.: SOSA, Francisco. “Noticia biográfica del autor”. En: SIERRA O´REILLY, Justo. Un año en el Hospital de San Lázaro. T. I. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán, 1997. p. Xiii.
Cfr.: CARBALLO, Emanuel. Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo XIX. México. CONACULTA / OCEANO. 2001. pp. 267- 269

14. “Publicación mensual, frecuencia que se ha confirmado en algunas obras consultadas y por un análisis o recuento manuscrito anotado en los márgenes de los ejemplares que se encuentran en la Hemeroteca Nacional… Consta en total de 17 entregas, cada una con 40 páginas impresas a 2 columnas. Esta apreciación se pudo establecer gracias a una serie de constantes y a que en la página 120 del tomo 1 los editores hablaban del éxito que ha tenido su publicación e invita a que se suscriban a ella ‘aunque no reciban los trs primeros números que hasta hoy se han publicado; seguros de que al fin del año haremos una nueva edición de ellos…’” CASTRO, Miguel Ángel y CURIEL, Guadalupe (coords.) Publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX: 1822-1855. Fondo Antiguo de la Hemeroteca Nacional y Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México (Colección Lafragua). México. UNAM. Instituto de Investigaciones Bibliográficas. 2000. p. 285.

15. La primera novela histórica del general Riva Palacio es Calvario y Tabor (1868). Cfr: MARTÍNEZ, José Luis. La expresión nacional. Mé-xico. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 1993. p. 306.

16. SIERRA O’REILLY, Justo. “Doña Felipa de Zanabria”. En: SIERRA O’REILLY, Justo. Páginas escogidas. México. UNAM. Biblioteca del estudiante universitario # 82. 1978. p. 8
Doña Felipa de Zanabria narra una historia ubicada en Yucatán, a principios del siglo XVII.

17. Walter Scott publicó en 1822 The Pirate. Apenas un año más tarde, 1823, el norteamericano James Fenimore Cooper dio a conocer The Pilot: A Tale of the Sea. En América Latina, es el argentino Vicente Fidel López (1815-1903) quien publica la primera novela histórica con temática de piratas: La novia del hereje o la Inquisición en Lima, publicada originalmente en Plata Científico y Literario en 1840, es decir, un año antes que El filibustero de Sierra O’Reilly.

18. El también yucateco Eligio Ancona publicaría años más tarde una novela homónima. Varios años después, Riva Palacio también incursionaría en el tema: Los piratas del Golfo (1866).

19. V.: CASTRO, Miguel Ángel y CURIEL, Guadalupe (coords.. Op. cit. pp. 360-361.

20. SIERRA O´REILLY, Justo. Un año en el Hospital de San Lázaro. T. I y II. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán, 1997.
Además, en El Registro yucateco el doctor Sierra O’Reilly publicó una novela corta más, también de carácter histórico: El secreto del ajusticiado. V.: SIERRA O’REILLY, Justo. “El secreto del ajusticiado”. En: SIERRA O’REILLY, Justo. Páginas escogidas. Op. cit. pp. 17-40.

21. CASTRO LEAL, Antonio. “Prólogo”. En: SIERRA O´REILLY, Justo. La hija del judío. T. I. México, 1982 –2ª edición–. Editorial Porrúa. Colección Escritores Mexicanos #79. T. I. p. ix.

22. MONSIVÁIS, Carlos. “Vicente Riva Palacio: la evolución liberal contra la nostalgia reaccionaria.” En: RIVA PALACIO, Vicente. Monja y casada, virgen y mártir. México. Editorial Océano. 1986. p. XII

23. PÉREZ GAY, Rafael. “Avanzaba el siglo por su vida”. En: CONACULTA. Biblioteca de México # 20. México. Marzo-abril de 1994. p. 23. Cfr.: CASTRO IBARRA, Germán. “El diablo suelto en México”. En: ITAM. Boletín ex – ITAM. Nueva época #20. México. Febrero, 2002. pp. 25-27.

24. La primera versión de El fistol del diablo es la que Payno publica de 1845 a 1846 en Revista científica y literaria. Después, entre 1859 y 1860, corrige y aumenta la obra, para dejar la estructura que hoy día conocemos. En 1872 realizaría algunos cambios míimos al capitulado original, y finalmente en 1887 modificaría varios capítulos y el final de la novela. Payno escribió además El hombre de la situación (1861), considerada inconclusa, y, claro, su obra cumbre: Los bandidos de Río Frío (1891).

25. El supuesto de José Emilio Pacheco que expone Pérez Gay seguramente se debe a una confusión: como ya quedó anotado, de 1841 son las primeras novelas históricas de Sierra O’Reilly, publicadas en El Museo Yucateco, ninguna de las cuales podría ser considerada como de folletín (las dos más extensas, apenas constaron de cuatro entregas cada una).

26. v.g.: “Llamamos folletín a una novela, en general de tono menor, con frecuencia lamentable, que se publica en los periódicos en fragmentos sucesivos a veces inacabables, cuando el texto suscita la atención necesaria en los lectores. Se llama novela de folletín a cierta especie de bajos fondos de la literatura, destinados a un público nada selecto que suele hacer sus delicias con este género literario”. JARNES, Benjamín (dir.). Enciclopedia de la literatura. México, s/f. Editorial Central. T. II. p. 711

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