Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 13 de febrero de 2016

CDMX, estampas de la selva

Metro Pantitlán. Foto: Jair Cabrera Torres.

Paradójicamente, ahora que la Ciudad de México se llama oficialmente Ciudad de México es cuando más selváticas se están poniendo las cosas…, otra vez. Comparto con ustedes algunas estampas, todas de primera mano. 

La semana pasada me invitaron a dar una plática en la UAM Azcapotzalco. Llegué unos minutos antes y mientras esperaba caminé por el campus. En la Plaza Roja me llamó la atención un vinil en el que se prevenía a los estudiantes que no usaran taxis piratas. La chica a la que le pregunté de qué se trataba, me explicó que el problema es que han asaltado a muchos alumnos en esos taxis… “Pero también en la calle, eh. Por eso también nos recomiendan que salgamos en grupos”. 

Diana Flores vive a un par de cuadras del cruce de avenida Revolución con Barranca del Muerto, y estudia en la Facultad de Artes y Diseño, hoy FAD antes la ENAP, de la UNAM. El martes pasado tuvo mucha suerte: llegó a tiempo a la primera clase, a las tres de la tarde. Se fue por el Periférico, y logró recorrer los 21 kilómetros que hay hasta Xochimilco en poco más de una hora y cuarto…, una maravilla. Claro, en la escuela además de cátedras hubo tamales, ¡faltaba más!, 2 de febrero, Día de la Candelaria. Cuando salió de la Facultad, a las ocho de la noche, ya todos sabían que iba a resultar imposible salir del pueblo de Xochimilco: unas horas antes, se había celebrado el cambio de Mayordomía del Niñopa, el jolgorio por la Candelaria seguía a cohetón tendido y todas las calles estaban bloqueadas. Horas antes, el cardenal primado de México, Norberto Rivera, había oficiado misa en la Iglesia de San Bernardino de Siena —edificada por los franciscanos en los albores de la Colonia, en 1535—. Diana decidió quedarse en Xochimilco, con una compañera que renta un cuarto de estudiante cerca de la FAD. Al día siguiente, ambas regresaron caminando a la escuela y asistieron a clases. Ya en la noche, cuando se encaminó a su coche, Diana se encontró con la sorpresa: habían navajeado una de las llantas. Corrió de regreso a la escuela. Tuvo suerte, dos compañeros se animaron a ayudarla. Mientras cambiaban el neumático, los tres permanecieron a las vivas y muy nerviosos. Es frecuente: acuchillan una llanta y cuando el dueño la está cambiando, regresan a robar. Y si nada más te asaltan puedes decir que te fue bien.

Eréndira y Eli estudian Diseño Industrial en la FES Aragón. El miércoles salieron minutos después de las cinco de la tarde, por el lado de Prados del Roble. Todas las calles por ahí están enrejadas; es la manera en la que los vecinos intentan defenderse de los robos a sus casas. Conocedoras del rumbo, las dos universitarias aceleran el paso. Se dirigen a la estación Nezahualcóyotl del metro, en avenida Carlos Hank. Antes de llegar al bulevar Bosque de África, pasa una motoneta en la que van dos fulanos. Se detiene unos metros después de pasarlas y ellas no necesitan decir nada ni ponerse de acuerdo: echan a correr. Alcanzan a Eli. Primero le arrancan la mochila de la espalda. Uno de los asaltantes se queda con ella, gritándole, esculcándola. El otro corre y alcanza a Eréndira, quien suelta manotazos y batalla para que no le quite la backpak, en la que además de libros trae su laptop. El asaltante, un chavo de menos de 20 años, le tira un puñetazo en la pierna. Justo entonces pasa una camioneta. El conductor baja la velocidad, toca el claxon… El par de rufianes corre, trepan a la moto y se pierden por las calles. De cualquier forma, nadie los persigue. A Eli lo que más le duele es el celular y dos libros que acababa de comprar. A Eréndira no le robaron nada, pero va a traer un moretón en la pierna durante varios días.

— Al menos no la dejaron marcada de por vida —me dice María cuando le cuento lo sucedido—. Acuérdate lo que le pasó a Tania en diciembre. 

Uno de los últimos días de clase, Tania venía bajando de Santa Fe a bordo de un microbús. Se subieron tres rateros y comenzaron a pedirle a los pasajeros que les entregaran todo, bolsas, monederos, carteras, mochilas, celulares. Tania estudia Ciencia Política en el CIDE; venía medio dormida y con los audífonos puestos. Se enteró de lo que ocurría cuando sintió que algo le quemaba el brazo. No era fuego, el asaltante, para que le hiciera caso, la había picoteado con un puñal.

Mientras escribo, está anocheciendo. Un grupo de señoras, no más de veinte, desde hace un rato cerró el tráfico en la esquina de Lorenzo Boturini y Lázaro Pavia, a unos diez minutos del Aeropuerto. Muestran una manta: “Estamos hasta la madre de la inseguridad en las calles”. Ahora sí las autoridades delegacionales enviarán un piquete de policías, para tratar de calmar los ánimos, dicen. En el otro extremo de la Ciudad, unos veinte kilómetros al este, un caos mayor: más de cien vecinos de Santa Fe cierran avenida Vasco de Quiroga en ambos sentidos, a la altura del panteón: protestan porque llevan semanas sin agua. Varios automovilistas piden auxilio vía twitter porque algunos de los manifestantes están arrojando piedras. El bloqueo se va a prolongar hasta la media noche, la falta de agua quién sabe hasta cuándo.

La incivilidad va ganando terreno en la CDMX.

Iztapalapa, Ciudad de México. Foto: Jair Cabrera Torres.


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