Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 22 de mayo de 2016

Deslealtad y traición

Me casé con un comunista es una novela con un contexto ubicuo: el ascenso y la locura del macartismo, una ola de odio sistematizado que surgió en la esfera pública pero encontró fuerza de propulsión en la vida privada de los norteamericanos: “Creo que la década posterior a la guerra, digamos entre 1946 y 1956, se perpetraron en Estados Unidos más actos de deslealtad personal… que en cualquier otra época de nuestra historia… ¿Cuándo hasta entonces la deslealtad había sido un estigma en este país y se había recompensado? Durante aquellos años estaba por todas partes, era la transgresión asequible que cualquier norteamericano podía cometer”. 

Philip Roth, por Siegfried Woldhek
Me casé con un comunista (1998) es la segunda novela de la Trilogía americana de Philip Roth (1933). Un año antes había sorprendido con Pastoral americana y en 2000 daría a conocer La mancha humana. Obras modulares, independientes entre sí; las puede uno leer todas, en orden o no, o bien cualquiera de ellas. La segunda es sin duda la novela que más palmariamente se refiere a la política estadounidense; con todo, la historia principal que relata es la vida íntima de una persona, Ira Ringold, mejor conocido por su nombre artístico, Iron Rinn: “Lo que te amenaza no es el capitalismo imperialista, lo que te amenaza no son tus acciones públicas, lo que te amenaza es tu vida privada”, le advierte a Ira su hermano mayor, Murray. A lo largo de la narración el contrapunto que Roth establece no sólo enfrenta el entablado de la política con el ámbito privado, en varios pasajes reflexiona sobre el lugar del arte, específicamente de la literatura, en la organización sociopolítica: “La política es la gran generalizadora, y la literatura la gran particularizadora, y no sólo están en relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. Para la política, la literatura es decadente, blanda, irrelevante, aburrida, terca, insípida, algo que no tiene sentido y que realmente no debería existir. ¿Por qué? Debido al impulso particularizador en que consiste la literatura… En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla…, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción… Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar, de lo contrario, produces propaganda… La literatura inquieta a la organización. No porque esté flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil. Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de la particularidad estriba en no amoldarse… La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura”.

La novela está plagada de personajes con quienes Roth bosqueja la diversidad cultural que a medio siglo XX presentaba el pueblo estadounidense. Por ejemplo, el señor Prescott, “un negro muy anciano y severo”, absolutamente desencantado de sus congéneres: “Todo cuanto conocemos no se ha desarrollado desde la tiranía de los tiranos, sino desde la tiranía de la codicia, la ignorancia, la brutalidad y el odio de la humanidad. ¡El tirano maligno es cada hombre!” Este mismo pesimista es quien asienta una predicción que va mucho más allá de la Guerra Fría, del siglo XX y de las fronteras de Estados Unidos, y que perfila la vulgarización fulminante que ha experimentado la cultura occidental: “La masa humana, de cualquier color, siempre será insensata, apática, perversa y estúpida. ¡Si alguna vez dejan de ser tan pobres, serán todavía más insensatos, apáticos, perversos y estúpidos!” Más o menos lo mismo avizoraba hace sesenta años el radical Leo Glucksman, cunado amonestó al joven Zuckerman, alter ego de Roth, entonces alumno suyo y aprendiz de escritor: “¿Quieres abrazar una causa perdida? Entonces no luches por la clase trabajadora. A ellos les irá bien. Van a llenar alegremente los depósitos de sus Plymouths. El trabajador nos conquistará a todos, de su necedad fluirá la bazofia que es el destino cultural de este país filisteo. Pronto tendremos en este país algo mucho peor que el gobierno de los campesinos y los obreros, tendremos la cultura de los campesinos y los obreros”.

La estratagema narrativa que emplea Philip Roth para urdir Me casé con un comunista se asienta en una serie de largas conversaciones entre el viejo Murray Ringold y Nathan Zuckerman en torno a la vida de Ira, estrella de radio derribado del cielo de la fama por el macartismo. Murray no sólo relata la tragedia de su hermano Ira, también, junto con Glucksman, es su antagonista: Ira, el artista radiofónico, se mueve por pasión política, mientras que el profesor ofrece a Nathan lecturas estéticas del mundo. Justo desde ese mirador es que Roth plantea el entrecruzamiento entre lo público y lo privado: “La traición es la causante. Piensa en las tragedias. ¿Qué es lo que causa la melancolía, el delirio, el derramamiento de sangre? Otelo, Hamlet, Lear, todos traicionados… Los profesionales que han dedicado sus energías a enseñar las obras maestras, los pocos a quienes aún nos absorbe el escrutinio de las cosas que hace la literatura no tenemos ninguna excusa para encontrar en la traición en cualquier parte… La historia de arriba abajo. La historia mundial, la historia familiar, la historia personal. La traición es un gran tema. Sólo tienes que pensar en la Biblia. ¿De qué trata ese libro? Esaú, los habitantes de Siquem, Judá, José, Moisés, Sansón, Samuel, David, Urías, Job… todos traicionados. ¿Quién traicionó a Job? Pues el mismísimo Dios. Y Dios traicionado. Traicionado por nuestros antepasados en cada oportunidad”.  

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