Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 6 de octubre de 2018

El estríper, el filósofo y el licenciado


El estríper


Pedro Camacho dice que la suya es “una gran esposa… Es artista, una artista extranjera”, afirma y sale de escena… “No se habían apagado las pisadas de Pedro Camacho —debía de estar llegando a la puerta de calle— y Pascual, el Gran Pablito y el doctor Rebagliati estallaron en carcajadas, a la vez que se guiñaban el ojo, ponían expresiones pícaras y señalaban el lugar por donde había partido”. La apostilla la suelta entonces Rebagliati, primero una sutileza y luego una puntualización léxica: “No es tan cojudo como parece, se hace el cojudo para disimular la cornamenta. Cada vez que habla de su mujer siento unas ganas terribles de decirle déjate de llamar artista a lo que en buen peruano se llama estriptisera de tres por medio”. Todos ellos son —como los lectores habrán ya identificado— personajes de La tía Julia y el escribidor (1977), novela de Vargas Llosa.

           
En buen mexicano no se le dice estriptisera o estriptisero, sino estríper, al sujeto, dama o varón, que se dedica profesionalmente al estriptis o estriptís, esto es, el “espectáculo erótico en el que una persona se va desnudando poco a poco al compás de la música” —Diccionario panhispánico de dudas de la RAE—. Pues de estríper chambeó Sergio Mayer Breton, diputado Federal morenista por el distrito 6 de la Ciudad de México, en quien recayó la presidencia de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, luego de que la presión social lograra que se le fuera arrebatado el encargo al tabasqueño Ricardo de la Peña Marshall, nomás por su estigma partidista —es del PES—. Como bien se sabe, ardió Troya. Subrayo la etapa laboral de exótico —ver tercera acepción del vocablo— del señor Mayer porque justo fue ahí adonde se concentró la mayoría de los porrazos que recibió a causa de su nombramiento… Incluso el dirigente del PES, muy probablemente dolido por el agravio, mordaz, dijo que si bien en su partido había actores y actrices, se reservaban el derecho de admisión para estríperes… Horas después, durante una entrevista televisiva, el ex Garibaldi argumentó: “para ser presidente de la Comisión de Cultura, pues tampoco necesitas ser Sócrates”. Claro, eso fue tratar de apagar el fuego a cubetazos de gasolina…





El filósofo


Trayendo a cuento al filósofo ateniense, supongo que el diputado intentó aducir que no es necesario ser culto para encabezar la mencionada Comisión de Cultura. Si en efecto eso trató de hacer, erró el tiro: Sócrates (c. 470 – 399 a. C.) fue un hombre extraordinariamente sabio, ni duda cabe, pero no culto, si entendemos que es culto alguien “dotado de las calidades que provienen de la cultura o instrucción” —RAE dixit—. Ocurre que para ser quien fue, Sócrates no requirió ser culto, según se desprende de sus propios argumentos. Al cierre del quinto libro de la República, Platón (c. 427-347 a. C.) da voz a su maestro, quien establece que “… ha de llamarse 'filósofos' a los que dan la bienvenida a cada una de las cosas que son en sí, y no [a los] 'amantes de la opinión'”. En el siguiente libro, en diálogo con Adimanto y Glaucón, el mismo Sócrates se dedica a describir el perfil ideal de quien tenga pensado dedicarse a la filosofía:




  • “… los filósofos… siempre aman aquel estudio que les hace patente la realidad…”
  •  Puesto que no hay nada “más emparentado a la sabiduría que la verdad…, es necesario que el que ama verdaderamente aprender aspire desde muy temprano a la verdad íntegra”.
  • “… abandona los placeres corporales si es que ha de ser filósofo verdaderamente”.
  • “… será moderado y de ningún modo amante de las riquezas…”
  •  “… nada que tenga parte en lo servil; porque la mezquindad es… lo más opuesto a un alma que haya de suspirar siempre por la totalidad íntegra de lo divino y lo humano”.
  • “… una naturaleza cobarde y servil no le corresponde tomar parte, según parece, en una verdadera filosofía”.
  • “… el alma del filósofo… desde temprano es  alma justa y mansa”
  • “… no debemos admitir el alma olvidadiza entre las debidamente filosóficas, sino que hemos de buscar una dotada de buena memoria”.
  • “… naturalmente dotado de mesura y gracia y que, por su propia naturaleza se deje guiar fácilmente hacia el aspecto de lo que es cada cosa”.

           
En suma, para poder desempeñarse adecuadamente en el oficio que profesó Sócrates, el interesado debe “por naturaleza [estar] dotado de memoria, [tener] facilidad para aprender, grandeza de espíritu y de gracia…” y ser “… amigo y congénere de la verdad, de la justicia, de la valentía y de la moderación”. ¿Nada más? No, más todavía: esos hombres deben además luego ser “perfeccionados por la educación y por la edad”.

           
Así que no sólo no se requiere ser Sócrates; serlo
sería un impedimento.







El licenciado


Además del fallido argumento de que no es necesario ser Sócrates para presidir
la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, Mayer ha insistido en que tiene años de experiencia como actor y productor de televisión y cine, cantante, locutor, estríper y otros roles en el llamado mundo del espectáculo. Para mí más que bueno eso es malo, porque hace pensar que el señor tiene una idea achaparrada de la cultura, enfocada en la farándula. No he escuchado que mencione un dato que yo habría pensado relevante: el ex estríper tiene un título universitario —es licenciado en Administración de Empresas por la Universidad Iberoamericana—. Eso muestra que ser licenciado hoy ya no hace pasar a nadie por sabio, vamos, ni siquiera culto.

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