Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Coincidencias


… el mundo en el que vivo nunca dejará de escapárseme.
Paul Auster, El cuaderno rojo.

… trata de traducir el mundo a palabras comprensibles.
Juan Navarro, El cazador de coincidencias.


— ¿Sabes qué estaría bien? —le pregunté a Inés— Ver otra vez Good Bye, Lenin! —dije, y enseguida pensé que estaba expresándome mal porque es imposible ver otra vez una misma película; quizá se podrá ver de nuevo, siempre de nuevo, pero no otra vez: nadie ve otra vez la misma película: para el mismo espectador cualquier película cambia a través del tiempo, ya que cambiamos, ya que somos el río de Heráclito: el hombre de ayer no es hombre de hoy y el de hoy no es el mismo de mañana… En este caso, la diferencia más obvia: la primera vez que vi Good Bye, Lenin!, yo era una persona que nunca antes había visto Good Bye, Lenin!, condición que perdí entonces de una vez y para siempre… Como era perfectamente previsible, de ahí no tuve más remedio que imaginarme a Heráclito el Oscuro sentado cómodamente en una sala de cine.

— Sí, hay que buscarla.

Fue el domingo de la semana pasada que solté tal antojo de recalentado fílmico. El origen de la ocurrencia no era un misterio: había sido catapultada por el par de semanas durante las cuales estuve recordando la caída del Muro de Berlín, lo cual se lo debo a un profesor de la Universidad de Standford, el politólogo chicagüense Francis Fukuyama, quien, como he contado aquí, fue a impartir una significativa conferencia a la Hertie School of Governance de Berlín. Pero hasta ahí quedó el antojo, entre otras cosas porque ese mismo día Inés y yo nos trepamos al avión que nos transportaría al municipio oaxaqueño de San Pedro Mixtepec, en la costa del Pacífico. Infalibles, el sol y el mar ejecutaron su embrujo de inmediato, y más o menos absolutamente todo lo demás se fue a un lejanísimo segundo plano. Los días de playa de la mano de Inés y armado con una buena novela tienen el poder de deportarme a otro mundo… Allá andábamos, agarrando color y energías en otro mundo a nivel del mar, cuando el miércoles nos invitaron al ciclo de cine que organiza el club de playa del lugar en donde estamos hospedados… Función de cine junto al mar, palomitas, fruta, cervezas, piñas coladas… La cinta programada, un film alemán de 2003 dirigido por Wolfgang Becker, y protagonizado por Daniel Brühl y Katrin Sass, una película espléndidamente musicalizada por Yann Tiersen —el mismo a quien debemos la banda sonora de Amélie—, que en su momento obtuvo diversos premios de la crítica internacional… En efecto, Good Bye, Lenin!

El libro que estoy leyendo entre la hamaca, el camastro y la arena, entre siesta y chapuzón, es 4 3 2 1, el más reciente de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947). Se trata de un novelón de casi mil páginas (Planeta, 2017), ideal para estos días. Sin embargo, la proyección de Good Bye, Lenin! —no me refiero a la película, se entiende, sino la enrome fortuna de que fuera precisamente esa cinta la que estuviera programada— me recordó obligadamente otro título del escritor norteamericano, un pequeño librito de enorme calado: El cuaderno rojo (Anagrama, 1994), un imprescindible de poco más de cincuenta páginas, en el que el Auster se concentra en las coincidencias. Y sí, da la afortunada casualidad que venía entre los libros que traíamos en la maleta —Inés lo había incluido en su dotación—.

La edición de Anagrama incluye el texto “Un cazador de coincidencias”, un prólogo del traductor al español del libro de Paul Auster, Juan Navarro. Por sí mismo es una pieza que amerita su lectura, en la que su autor medita en torno al arte de la traducción —“la traducción es un caso de suplantación de identidad: por decirlo con una palabra inglesa, es un caso de impersonation…, el acto de hacerse pasar por otro”—, al arte de la novela —“un novelista traduce a la lengua de sus fábulas la lengua misteriosa y dolorosa del mundo”— y al asunto sobre el cual tratan las historias de El cuaderno rojo: “... hay coincidencias y casualidades con las que te mueres de risa y hay coincidencias y casualidades con las que te mueres. Descubrir el poder del azar es descubrir que somos terriblemente frágiles… Recordar que las personas son terriblemente frágiles es una obligación moral”.

En el cierre de uno de los primeros capítulos de 4 3 2 1 Auster insiste en la misma noción: todo el mundo, el de la familia del protagonista en este caso —de la misma manera que la República Democrática Alemana y todo el mundo socialista para Christiane, el personaje de Good Bye, Lenin—, puede desmoronarse en un santiamén: “… y antes de que nadie pudiera comprender que los dioses llevaban a cabo su tarea cuando no tenían nada mejor que hacer, el clan… había volado en pedazos”.

El cuaderno rojo se compone de trece relatos, todos relacionados directamente con la vida de Paul Auster —“... al escribir de ti mismo, empiezas a verte como si fueras otro: te alejas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo”, arguye Juan Navarro en el prólogo—, todos relacionados con el fenómeno de las coincidencias, unas benéficas, otras “sutiles maldiciones”. Si bien jamás lo menciona explícitamente, estoy seguro que Auster conoce y ha estudiado a fondo el concepto propuesto por Carl Jung: sincronicidad, esto es, “una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar”…, pero esa es arena de otra playa.

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