Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 8 de noviembre de 2022

INEGI: casi 40 años (V)

  

You say you want a revolution

Well, you know

We all want to change the world

John Lennon, 1968.

 

 

En 1977, en un documento de la Coordinación General del Sistema Nacional de Información (CGSNI), dependencia adscrita a la recién creada Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP), Carlos Salmán González, sentenciaba: “A nivel mundial el desarrollo cartográfico ha precedido al desarrollo económico y social de los países. Existe una relación directa entre el grado de desarrollo de un país y el volumen de mapas que produce y utiliza, así como el grado de cultura cartográfica que posee”. Un planteamiento sencillo, contundente y certero…, que en esos momentos no dejaba muy bien parado a nuestro país.


Hace 45 años, el ingeniero Salmán trabajaba como el jefe de la Oficina de Fotogrametría Numérica de la Dirección General de Estudios del Territorio Nacional, la mítica DETENAL. Además de la DETENAL, la CGSNI —dirigida entonces por Sergio Mota Marín— se componía entonces de las direcciones generales de Estadística, de Diseño e Implantación del Sistema Nacional de Información, y de Sistemas y Procesos Electrónicos. Carlos Tello era el titular de la SPP, y Porfirio Muñoz Ledo de la Secretaría de Educación Pública. 

 

En 1977, Juan José Bremer —actual representante de nuestro país ante la UNESCO— fungía como director general del INBA, y había designado al escritor Gustavo Sainz como director de Literatura del Instituto. Ese mismo año, Gustavo publicó Compadre lobo; Carlos Fuentes, La cabeza de la hidra; Jorge Ibargüengoitia, Las muertas, y Fernando del Paso, Palinuro de México.

También en 1977, fue publicada otra novela, Quetzalcóatl, editada originalmente por Porrúa (Biblioteca Mexicana, 1965) y escrita por José López Portillo y Pacheco, un señor que entonces despachaba como presidente de la República. La edición corrió a cargo del gobierno federal, y el editor del libro —publicado en inglés, francés, italiano y ruso— fue el secretario de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, Pedro Ramírez Vázquez, un hombre polifacético.

 


Diez años atrás, el arquitecto Ramírez Vázquez se había dedicado a construir museos, estadios, escuelas… —el Museo Nacional de Antropología, el Museo de Arte Moderno (1964), el Estadio Azteca (1966), el Estadio Cuauhtémoc (1967) y un montón de primarias—. En 1968 el hombre seguía atareadísimo: presidía el Comité Organizador de la XIX Olimpiada Moderna, y en mancuerna con Mathias Goeritz, diseñó el corredor escultórico más grande del mundo, la Ruta de la Amistad.

 

Al Comité Organizador de las Olimpiadas México 68 se le deben un caudal de aciertos, entre otros, integró una sección de cinematografía. Para promocionar internacionalmente al país, se produjeron 17 cortometrajes, realizados por destacados directores —Ángel Bilbatua, Paul Leduc, Felipe Cazals, Manuel Michel…—. Una de esas películas, Instantaneas, deCorkidi, iniciaba con una intervención del mismísimo José Revueltas —doblado al inglés—: “No desapareceremos de la Tierra mientras podamos estrecharnos las manos mutuamente”. Terrible ironía: justo cuando se escuchan estas palabras, aparece en pantalla una panorámica de la Plaza de las Tres Culturas… —por cierto, la Torre de Tlatelolco y su entorno habían sido diseñados por Ramírez Vázquez tres años antes—. El corto proyectaba la modernidad y la tradición de México: un joven José Luis Cuevas sonríe mientras un dibujo suyo se quema en la pared / el septuagenario Manuel Álvarez Bravo se ve tomando algunas fotografías; trajineras navegando por Xochimilco / tomas del flamante Museo de Antropología; esculturas prehispánicas / Manuel Felgueres pintando un gallo; Ana Martí haciéndole ojitos a la cámara / Siqueiros firmando un mural; Carlos Pellicer en su biblioteca / Enrique Borja metiendo algunos goles… Al final vemos a Salvador Novo a cuadro, también doblado: The X shape of Mexico seems to symbolize the cross on which many races that project their vigorous life to the four corners of the Earth

 

Pero, bueno, más allá del dichoso simbolismo de la letra equis, ¿qué tanto se conocían en 1968 las formas del país, quiero decir, de nuestro territorio? Lamentablemente, hace apenas 54 años la identidad espacial de México era más bien pobre y desactualizada, únicamente se contaba con dos mapas modernos: uno topográfico escala 1:500,000 de cobertura nacional, y otro parcial, del paralelo 24° hacia el Norte, en escala 1:250,000, según recuerda Luis E. Miranda Villaseñor. “El primero [fue] resultado de una cooperación con el ejército norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial y el segundo, [se realizó] en forma similar, en fecha más reciente, por allá de 1960. Ninguno de ellos [era] útil para fines de planeación o anteproyecto de obras de infraestructura…” El diagnóstico no era nuevo. Diez años antes, justo el 24 de diciembre de 1958, el presidente entrante había determinado la necesidad de crear una nueva dependencia, la Secretaría de la Presidencia. Adolfo López Mateos responsabilizó a Donato Miranda de la naciente oficina, la cual, entre otras cosas, recibió el encargo de “recabar datos para elaborar el plan general de gasto público; planear obras…, y proyectar el fomento y desarrollo de las regiones”. Y no, cartografía no había. Tal es el contexto en el cual, en 1961, un grupo de funcionarios de dicha Secretaría propuso realizar un inventario de los recursos naturales de la Nación empleando técnicas de fotointerpretación de imágenes aéreas. Poco después se consideró incorporar también estudios de fotogrametría. Pero eran proyectos, sólo proyectos que no habrían de concretarse sino hasta mediados de la siguiente administración.

 

En efecto, el 21 de octubre de 1968 —esa jornada hubo finales olímpicas de ciclismo, equitación, esgrima, natación, tiro y vela— en la oficialía de partes de Palacio Nacional, el ingeniero Luis E. Miranda Villaseñor firmó su nombramiento como jefe de la Oficina de Procesos de la Comisión de Estudios del Territorio Nacional y Planeación (CETENAP), una nueva unidad administrativa creada al interior de la Dirección General de Planeación de la Secretaría de la Presidencia. Miranda Villaseñor iba a ganar casi tres mil quinientos pesos mensuales, y su jefe sería el primer director de la Comisión, Juan Bautista Puig de la Parra. 

 


La CETENAP, origen de la DETENAL, fue creada gracias a la iniciativa de un pequeño grupo de entusiastas. Miranda Villaseñor recuerda a Gerardo Cruickshank García, Felipe Guerra Peña, Enrique Taméz González, José Alberto Villasana Lyon y, claro, el propio Puig de la Parra. “¿La idea como se fraguó?… El ingeniero Puig se había dedicado a la fotointerpretación geológica y a través de varios trabajos se percató de las ventajas de este método para una rápida exploración superficial de extensas zonas… El ingeniero Villasana tenía experiencia en el área de fotogrametría y un poco en el área geodésica…” Inicialmente intentaron que el proyecto se materializara en la Secretaría de Obras Públicas, enseguida en la de Recursos Hidráulicos y luego en la Comisión Federal de Electricidad. Y nada… “Uno de los últimos intentos fue con el secretario de la Presidencia, Emilio Martínez Manatú, ello a través Emilio Mújica Montoya, por entonces director General de Planeación”. Después de una serie de reuniones en las que participaron varias secretarías y de algunos cambios al proyecto original, en 1967 el presidente Gustavo Díaz Ordaz aprobó la creación de la CETENAP, la cual comenzó a existir el 2 de octubre de 1968.

 

El 2 de octubre de 1968 cayó en miércoles. Un día antes, en la explanada central de Ciudad Universitaria —frente al Estadio Olímpico Universitario, sitio en el cual diez días después se celebraría el acto inaugural de las Olimpiadas—, el Consejo General de Huelga había celebrado una asamblea en la que se presentó un Manifiesto a los estudiantes del mundo. La declaración no se lanzaba al aire, podía tener eco sencillamente porque iba en sincronía con los tiempos. El 20 de febrero, en Roma y Venecia los carabinieri habían disuelto con gases lacrimógenos las manifestaciones de los universitarios italianos. En marzo, había estallado una cadena de protestas de estudiantes e intelectuales polacos en contra el gobierno comunista, y del otro lado del Atlántico alumnos de la Universidad de Howard, en Washington, D. C., había protagonizado algo nunca visto con anterioridad en suelo estadounidense: una protesta estudiantil, en esa ocasión inaugural en contra de la guerra de Vietnam. En abril, en Checoslovaquia, el movimiento civil que pasaría a la historia como la Primavera de Praga se hallaba en pleno apogeo. Y, claro, los ecos del Mayo de París seguían escuchándose… Entre otros posicionamientos, la proclama de los estudiantes mexicanos aducía que el gobierno de su país era antidemocrático y que los atentados en contra los centros de enseñanza superior contradecían el lema de la Olimpiada Cultural: “Ofrecemos la amistad con todos los pueblos”. El Programa Cultural de las Olimpiadas había comenzado desde el 19 de enero: “… ocupó teatros, salas de concierto, vías públicas y explanadas durante once meses…: del Bolshoi a Ella Fitzgerald, y de Maurice Bejart y su ballet a Martha Graham y John Cage y Alicia Alonso y el Ballet del Senegal; Maurice Chevalier y Duke Ellington o la Ópera de Berlín y el Ballet de la Ópera del Rhin…” (Ariel Rodríguez Kuri, “1968, dos historias”. Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México, Historia del pueblo mexicano, 2021). En total, se exhibieron espectáculos procedentes de 97 naciones. Sin duda, otro acierto del Comité Organizador… Otro de los cortometrajes promocionales de las Olimpiadas fue estelarizado por Dolores del Río. Se ve a la actriz caminando en la cancha del Estadio Olímpico mientras su voz en off asevera: “La Olimpiada… será a la vez la fiesta del músculo y de la cultura. Sus escenarios, además de los campos deportivos, serán los museos, los teatros, la pantalla, el aula…”

 

En 1970, comenzó el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo se convirtieron en dos estados más de la República Mexicana, se crearon las secretarías de Turismo y de la Reforma Agraria, y, con el cambio diametral de la política poblacional de México, el Consejo Nacional de Población. En el sexenio de Echeverría la CETENAP se transformó en la Comisión de Estudios del Territorio Nacional (CETENAL) y creció en estructura. Un año después se publicó al fin la primera la carta topográfica escala 1: 50,000: la F14A23 “Tanque de Dolores”, correspondiente a San Luis Potosí. El rompecabezas comenzaba a armarse.



En 1977, ya en el sexenio de López Portillo, la Secretaría de la Presidencia se convirtió en la Secretaría de Programación y Presupuesto, y la CETENAL en Dirección General de Estudios del Territorio Nacional (DETENAL). Sus funciones se ampliaron para proveer la información geográfica que requería la integración del Sistema Nacional de Información. En los siguientes años, mientras se continuaba con el cubrimiento de las cartas 1: 50,000, entre 1978 y 1983, se trabajó en los cubrimientos nacionales de dos nuevas escalas: 1: 250 000 y 1: 1 000 000. En 1980, ocurre un nuevo cambio de nomenclatura: la DETENAL pasa a ser la Dirección General de Geografía del Territorio Nacional (DEGETENAL). Permanecería solamente dos años con esa denominación, porque el 6 de mayo de 1982, ya en el sexenio de Miguel de la Madrid, se convierte en la Dirección General de Geografía (DGG). Menos de un año más tarde, el 25 de enero de 1983, se crea el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), órgano desconcentrado de la SPP, al que se incorpora la DGG, entonces encabezada por Néstor Duch Gary.

 


La carta E14D84 “San José del Progreso”, Oaxaca, fue publicada en 1988, ya por el INEGI. Con ella se concluyó, después de veinte años de intensos trabajos, el mosaico nacional de la primera edición de la carta topográfica escala 1: 50,000, —base cartográfica del país—, conformado entonces por 2,295 cartas. El esfuerzo olímpico: entre 1968 y 1988, un período en buena parte marcado por crisis económicas, se generaron en promedio 114.75 cartas por año.

 

El INEGI, como se ostenta en su nombre, tiene dos fundamentos: la estadística y la geografía. La normatividad y coordinación de la primera se realiza actualmente en tres direcciones generales: 1) Estadísticas Sociodemográficas, 2) Económicas, y 3) de Gobierno, Seguridad Pública y Justicia. La tercera surgió hace apenas diez años, las dos primeras remontan su linaje a la antañona Dirección General de Estadística, creada en 1882. Por su parte, la Dirección General de Geografía y Medio Ambiente —nombre que tomó la DGG desde 2010— encuentra su origen en la Comisión de Estudios del Territorio Nacional y Planeación, de tal manera que el próximo 2023 cumplirá su 55 aniversario.

 

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