Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 7 de enero de 2024

El amor y el hambre


1512

Luca d'Egidio di Ventura de Signorelli seguramente ya tenía más de sesenta años cuando terminó de pintar La comunión de los Apóstoles, óleo realizado para la iglesia de San Francisco de Cortona, en la Toscana, de donde él era oriundo.


Por esas mismas fechas, unos doscientos kilómetros al sur, en el Vaticano, Rafaello Sanzio, quien entonces tenía 29 años, pintaba La misa de Bolsena, fresco realizado en la pared izquierda, sobre una ventana, de la sala de Heliodoro del Palacio Apostólico.


La obra de Luca d'Egidio di Ventura de Signorelli —quien desde entonces ya era conocido simplemente como Luca Signorelli— muestra una iconografía flamenca: Cristo, rodeado de los apóstoles en una composición piramidal, sostiene en la mano un plato con las hostias que está repartiendo. La obra de Rafaello Sanzio —quien desde entonces ya era conocido simplemente como Rafael— representa el milagro eucarístico de Bolsena: un sacerdote celebra la misa cuando, en el momento de la consagración, la hostia comienza a sangrar.




1263

Un tal Pedro, sacerdote originario de Praga, decidió caminar unos 1,240 kilómetros al suroeste, para llegar a Roma. Su propósito: ir a venerar a su tocayo, san Pedro. Ya muy cerca, a unos 120 kilómetros de la ciudad eterna, el peregrino se detuvo en la pequeña villa de Bolsena. Ahí celebró una misa, y durante la Eucaristía lo aquejó una seria duda: al religioso bohemio le costó creer en la transustanciación, es decir, en la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo. Fue entonces que ocurrió el milagro: durante la consagración, de la hostia manó sangre humana. Al año siguiente, el papa Urbano IV instituyó la Fiesta del Corpus Christi. Unos 20 kilómetros al noreste y 26 años después comenzó a construirse el Duomo di Orvieto, la catedral en la que habrían de resguardarse las reliquias relacionadas con el milagro de Bosena —la hostia, el corporal y el paño purificatorio—.

Taddeo di bartolo, s. Tommaso D'Aquino presenta la sua liturgia del Corpus Christi a Urbano IV, 1403 ca.

1898

Sigismund Schlomo Freud tenía 42 años cuando publicó Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria.

En el texto reflexiona sobre lo que sucede en nuestras mentes cuando nos resulta imposible recordar algunos nombres propios que sabemos que sabemos, que sentimos en la punta de la lengua, y que, sin embargo, no podemos retrotraer a la conciencia. Sigismund Schlomo Freud —quien desde 1875 era conocido simplemente como Sigmund Freud— ejemplifica echando mano de un episodio ocurrido tres meses atrás, durante un viaje a la costa del Adriático:

… emprendí un viaje en coche desde la bella Ragusa hacia una ciudad cercana, de Herzegovina; la plática con mi compañero tocó… el estado de ambos países (Bosnia y Herzegovina) y el carácter de sus habitantes… Al rato nuestra conversación recayó sobre Italia y sobre cuadros, y tuve ocasión de recomendar vivamente a mi compañero ir alguna vez a Orvieto para contemplar allí los frescos del fin del mundo y del Juicio Final, con los que un gran pintor adornó una de las capillas de la catedral. Pero el nombre del pintor se me pasó de la memoria, y no podía recuperarlo.

El neurólogo vienés no podría recordar el nombre del artista renacentista sino hasta que se topó con “un italiano culto”, quien lo rescató del escollo de su amnesia: “Signorelli. Pude entonces agregar por mí mismo el nombre de pila, Luca.”


1502

Luego de tres años de trabajo, Luca Signorelli terminó los frescos en la capilla San Brizio de la catedral de Orvieto. En el tramo del altar de la bóveda, terminó los frescos que Fra Angélico había comenzado en 1477 —Profetas y Cristo Juez— y además representó a los apóstoles. Todos los demás frescos son originales de Signorelli. En el tramo de la entrada pintó a los Mártires, a quince Doctores de la Iglesia, a un coro de Vírgenes y a otro de Patriarcas. En el tramo de entrada del muro se halla una portentosa escena del Anticristo —observada por el propio Luca y Fra Angélico—, a la que le sigue el episodio del finis mundo. En la luneta del lado de la Epístola, la Resurrección de la Carne, y en la opuesta, los Condenados. En el tramo del altar del muro, el éxtasis de los Elegidos representados en la luneta del lado del Evangelio, seguido, en la cabecera, por el Cielo y el Infierno.


Finalmente, en el basamento, Luca dio vida a algunos personajes paganos, entre los cuales presto atención a uno: bajo el fresco del fin del mundo, en un extraordinario efecto de relieve, se asoma un sujeto que lleva puesto un sombrero puntiagudo: Empédocles.


c. 495 a. C.

Salvo Montalbano es el comisario de Vigàta, un sitio que en la realidad concreta no existe: las aventuras del policía transcurren en un lugar imaginario inspirado en la villa costera de Sicilia en el que, en 1925, nació Andrea Camilleri, quien dio vida al personaje en una serie de novelas. Para rendir homenaje al pueblito imaginario y al escritor, en 2003 las autoridades locales decidieron agregar Vigàta a su topónimo, pero seis años después la decisión se revocó, así que el lugar hoy aparece en el mapa con el nombre que desde 1863 tiene antiquísimo Molo di Girgenti: Porto Empedocle.


En Agrigento —Girgenti—, siete kilómetros al noreste del puerto que actualmente lleva su nombre, alrededor del 495 a. C. nació Empédocles, poeta, orador, filósofo, taumaturgo y médico. Según algunos vivó sesenta años, otros afirman que más de cien; en cualquier caso, la tradición dice que murió abrazado y abrasado por el fuego volcánico: “llevado de su ansia de ser tenido por dios inmortal, Empédocles, el friolero, se lanzó a las llamas del Etna” (Horacio, Arte poética).


1920

Sigmund Freud publica Más allá del principio del placer. En corto, en este ensayo el creador del psicoanálisis acuña el concepto de pulsiones de muerte, y por primera vez plantea la oposición entre la libido y la muerte: “nos vimos llevados a distinguir dos clases de pulsiones: las que pretenden conducir la vida a la muerte, y las otras, las pulsiones sexuales, que de continuo aspiran a la renovación de la vida, y la realizan”. ¿Una teoría dualista? ¡Claro!, como el propio doctor Freud subraya: “Nuestra concepción fue desde el comienzo dualista, y lo es de manera todavía más tajante hoy, cuando hemos dejado de llamar a los opuestos pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, para darles el nombre de pulsiones de vida y pulsiones de muerte”. A las pulsiones de sexuales, la libido, las denominará Eros: “la libido de nuestras pulsiones sexuales coincidiría con el Eros de los poetas y filósofos, el Eros que cohesiona todo lo viviente”. En una edición del mismo texto publicada un año después, el neurólogo explica en nota a pie de página: “este Eros actúa desde el comienzo de la vida y, como ‘pulsión de vida’, entra en oposición con la ‘pulsión de muerte’, nacida por la animación de lo inorgánico. La especulación busca entonces resolver el enigma de la vida mediante la hipótesis de estas dos pulsiones que luchan entre sí desde los orígenes.”




s. VII a. C.

Hesíodo de Ascra en su Teogonía narra que “en primer lugar existió el Caos”. ¿Y luego? ¿Qué fue lo inicial? De acuerdo con la cosmogonía griega tres dioses son los inaugurales en la genealogía: Gea, la Tierra, “la del amplio pecho”; “el tenebroso Tártaro”, es decir, el Inframundo, y Eros, “el más hermoso de los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los hombres y los dioses el corazón y la sensata voluntad de sus pechos”. Enseguida de esta tríada primordial vendría todo lo demás, así que Eros es origen. Más de dos milenios y medio después, Eva Cantarella compendia:

Para los griegos el amor era ante todo un dios llamado Eros. Un dios armado que con su arco lanzaba flechas que solían ser mortales. Quien fuera herido por ellas no tenía escapatoria posible: acababa enamorado. Pero Eros no era solamente sentimiento, también era deseo sexual. Dos rostros los del amor (sentimiento y sexualidad) que a menudo, por no decir habitualmente, eran dos momentos separados de la experiencia.


s. IV a. C.

Unos tres siglos después que Hesíodo vivió un señor que habría de convertirse en el principal alumno de Platón y en el más importante maestro de Alejandro Magno, Aristóteles de Estagira: nació en el 384 a. C., y falleció a los 62 años. Aristóteles escribió mucho y acerca de una enorme diversidad de asuntos. En su Metafísica reporta que Hesíodo “puso al Amor o al Deseo como principio”, pero que después “puesto que resultaba evidente que en la naturaleza se da también lo contrario del bien, y que no sólo hay orden y belleza, sino también desorden y fealdad…, otro introdujo la Amistad y el Odio, cada uno como causa —respectivamente— de los unos y de los otros”. ¿Y quién fue ese otro? Empédocles de Agrigento.


Antes que Empédocles, otros filósofos griegos habían ya determinado qué elemento era el origen del universo —el arché (ἀρχή)—: Tales de Mileto había dicho que el agua; Anaxímenes, que el aire, y Heráclito de Efeso, el fuego. Empédocles pensó que los tres jonios tenían parte de la respuesta y agregó un cuarto elemento: la tierra. Además, pensó que existían dos fuerzas inmutables y eternas que relacionaban a esos cuatro arché: “Pues, así como antes eran, así también serán, y nunca, creo, el tiempo inconmensurable quedará vacío de este par”.  Plutarco nos dice cuáles esas fuerzas: “Empédocles llama Amor al principio benéfico y, muchas veces, Amistad y, además, Armonía de grave semblante; y al principio maléfico, Odio funesto y Lucha sangrienta.”


1930

Diez años después de publicar Más allá del principio del placer y nueve años antes de morir, Freud publica uno de los libros más influyentes de la época contemporánea: Das Unbehagen in der Kultur. Unbehagen significa literalmente “incomodidad”, “molestia” o “malestar”, y Kultur significa “cultura”. Al inglés se tradujo como Civilization and Its Discontents y a nuestro idioma como El malestar de la cultura.


En este ensayo, el psicoanalista reflexiona en torno al origen de la cultura —“toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres—, es decir, del mundo humano, nuestro universo:

… la convivencia de los seres humanos tuvo un fundamento doble: la compulsión al trabajo, creada por el apremio exterior, y el poder del amor, pues el varón no quería estar privado de la mujer como objeto sexual, y ella no quería separarse del hijo, carne de su carne. Así, Eros y Ananké pasaron a ser también los progenitores de la cultura humana.

Algunos párrafos más adelante, Freud cuenta cómo fue que llegó a la anterior conclusión: “me sirvió como primer punto de apoyo el dicho de Schiller, el filósofo poeta: hambre y amor mantienen cohesionada la fábrica del mundo”. Me pregunto si cundo visitó la catedral de Orvieto y admiró los frescos Signorelli se habrá percatado de la presencia de Empédocles.


2 comentarios:

Manuel Del Castillo dijo...

Uno de los mejores textos de Germán Castro (desde 2010 conocido simplemente como Germán) que nos lleva a un desconcertante viaje por el tiempo, pintores y autores, para reflexionar sobre los principios motores de la vida.

lakrarlita dijo...

Me encantó estimado Germán. Feliz inicio de año!!!