Los romanos usaban urbs para designar la ciudad física; y civitas, para el cuerpo político de ciudadanos. La tradición etrusca hacía trazar un surco circular (orbis) para fundar ciudades; la leyenda dice que así lo hicieron Rómulo y Remo. Orbis, ligado a urbs, pasó a significar esfera y luego el globo. Aunque suele creerse que los antiguos ignoraban la esfericidad terrestre, valga recordar que Eratóstenes (275–195 a. C.) calculó con notable precisión el radio, la circunferencia e incluso la oblicuidad de la eclíptica. La raíz urbs produjo urbanitas y urbanus. En las lenguas romances sus derivados son cultismos; en español urbe aparece a fines del siglo XIX y entra al diccionario en 1925. La conexión urbe/orbe pervive en el Urbi et Orbi papal.
Para civilización,
la urbe es el orbe: la ciudad es el mundo.
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