Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 11 de abril de 2014

La verdad sobre la novela de Dicker

Hace poco me vino a la memoria una de las típicas alharacas histriónicas del sociólogo Gabriel Careaga, el mejor maestro que tuve en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Una tarde me preguntó quién era para mí el mejor escritor mexicano, y sin dudarlo le respondí lo que sigo pensando casi treinta años después:

— Carlos Fuentes, profesor.

— ¡Pero él no cuenta! Rico-rico, guapo-guapo, inteligente-inteligente… ¿Así qué chiste? ¡Cuando era un crío Alfonso Reyes lo sentaba en sus piernas y le leía la Ilíada!

Fue inevitable que recordara aquello cuando leí una nota biográfica Joël Dicker. De madre bibliotecaria y padre maestro de francés, Joël nació en una de las ciudades más cosmopolitas y ricas del orbe, Ginebra, Suiza. Precoz, dirigió La Gazette des Animaux, una revista que tuvo larga vida: la comenzó a editar desde que tenía diez años de edad y dejó de hacerlo siete años después. Estudió actuación en París y Leyes en su ciudad natal. Únicamente ha publicado tres libros: Le Tigre (2005), Les Derniers Jours De Nos Pères (2012) y La Vérité sur l’Affaire Harry Quebert (2012). Gracias al tercero es el primer escritor suizo galardonado con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, y no sólo logró una excelente recepción por parte de la crítica especializada —también obtuvo el Premio Goncourt des Lycéens y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa—, más importante aun, se convirtió en un novelista de éxito internacional: su libro ha sido traducido ya a 33 idiomas y es un best seller global. El próximo 19 de junio, Joël Dicker cumplirá apenas 29 años. 

Compré La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013) por curiosidad. Sólo tenía un antecedente, que para los lectores de El País fue el mejor libro del año pasado. Casi setecientas páginas después de haber abierto el libro, digo que Bernard Pivot tiene razón: “Si usted mete las narices en esta gran novela, está perdido: tendrá que seguir hasta el final. Se sentirá manipulado, desorientado, asombrado, irritado y apasionado…”

El enigma que tensa todo el entramado de historias que Joël Dicker cuenta en su novela se remonta al 30 de agosto de 1975: ¿el novelista Harry Quebert, gloria de las letras norteamericanas, es o no el homicida de la pequeña Nola Kellergan? Y para descubrir la verdad tenemos a otro escritor, el muy joven y exitoso –como Dicker– Marcus Goldman, quien desde 2008 se tirará un clavado al pasado de la pequeña localidad de Aurora, en New Hampshire, en donde su maestro, Harry Qubert, entonces un joven escritor como él, conoció a la quinceañera asesinada. Por supuesto, el juego de alter egos es descarado, y parte fundamental de la estrategia narrativa mediante la cual Dicker consigue difuminar la frontera entre ficción y realidad: si usted, hipotético lector de esta columna, atiende mi recomendación y se hace de un ejemplar de La verdad sobre el caso Harry Quebert de Joël Dicker, estará leyendo una novela que trata de cómo fue que Marcus Goldman escribió un libro que se llama La verdad sobre el caso Harry Quebert, un libro sobre el cual todo el mundo habla: “Todo el mundo quería saber qué había pasado en Aurora en 1975. No dejaba de salir en la televisión, en la radio y en los periódicos. Yo tenía solo treinta años y con esa novela, la segunda de mi carrera, me había convertido en el escritor de moda del país”. Ciertamente, una profecía autocumplida, aunque el éxito editorial ha ido mucho más allá de las fronteras de Suiza y del mundo francoparlante.

Además de contener todos los ingredientes de las buenas novelas policiacas cuya lectura transmutan a los lectores en apurados detectives, la novela de Joël Dicker se adentra también en la vorágine del negocio de los libros, en los mecanismos del gran mercado en el cual lo que menos importa es el valor literario de una obra, puesto que el timing mercadológico es lo que determina si un producto logrará o no hacer click con los lectores…, qué digo lectores, con el público…, qué digo público, con los consumidores. Habla el editor de Marcus Goldman, un cínico llamado Roy Barnaski: “La información es un flujo infinito en un espacio finito. La masa de información es exponencial, pero el tiempo que le concedemos es limitado… El común de los mortales le dedica, ¿cuánto? ¿una hora diaria? Veinte minutos de periódico gratuito en el metro, media hora de Internet en el despacho y un cuarto de hora de CNN en la noche… Y para llenar ese espacio temporal, ¡el material es limitado!”

No falta quien critique la novela del joven suizo diciendo que no es más que una caja en la que fue metiendo todos los ingredientes de un best seller, lo cual puede ser totalmente cierto, pero ahí no reside la esencia de su éxito, ése sí objetivo y contundente, sino en la manera en la que estructuró todo...: más allá de la suma de sus partes, La verdad sobre el caso Harry Quebert es una novela bien armada en la que Dicker supo contar con eficacia una buena historia. En sus páginas usted no va a encontrar enunciados poéticos o escenas memorables, tampoco concienzudas reflexiones ni descripciones o diálogos magistrales…, sin embargo, la verdad es que el mecanismo narrativo de la novela funciona y usted dará vuelta a la página una y otra y otra vez…

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