Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Coyoacán: rumbo al misterio del niño perdido

Bien pudo haber ocurrido que los antiguos mexicanos se hayan inventado un bonito y práctico mito fundacional, tramando el relato de un heroico pasado migratorio —con todo y el climático cierre del águila devorando a la serpiente—. Pero supongamos que todo aquello no es sólo ficción, supongamos —como muchos historiadores serios defienden— que los aztecas realmente provenían del norte; en tal caso, habrían salido de un lugar llamado Aztlán-Chicomóztoc hace poco menos de un milenio —en el año 12-Caña, esto es, el 1057, según cuenta en su Crónica mexicáyotl el nieto del penúltimo y efímero emperador tenochca, Cuitláhuac, don Hernando Alvarado Tezozómoc (c. 1530-1610)—. En dado caso, llegaron al valle de Anáhuac en 1215, y debieron de haberlo hecho como Novo imagina: “indigentes y desvalidos como refugiados”. Luego de andar dando tumbos, se asentaron en Chapultepec (1272), pero menos de cincuenta años después los tepenacas los sacaron a patadas del bosque. Luego los colhuas les permiten vivir en los terrenos pedregosos de Tizapán, “en la esperanza de que allá perecieran comidos por las serpientes” —relata Novo—, cosa que no sucedería: “los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes, y las asaron y cocieron todas, y se las comieron. Grande fue el disgusto de Coxocoxtli al enterarse de que el hombre había mordido al perro; pero todo lo que se le ocurrió frente a esa ofidiofagia fue retirarles el saludo a los mexicanos…” Poco tiempo después terminaría por fin el peregrinar azteca: en 1325, contando con la venia del poderoso señorío tepenaca de Azcapotzalco, en un pequeño islote fundan México-Tenochtitlán, en su origen, un humilde caserío, y a la postre una de las ciudades más grandes del mundo. Los antiguos mexicanos vivirían sojuzgados poco más de cien años, incluso guerreando para Tezozómoc, gran señor de los tepenacas, para quien conquistaron Culhuacán. En las primeras décadas del siglo XV las cosas cambian: en 1428 “Nezahualcóyotl tuvo el quirúrgico gusto de arrancar con sus propias manos el fiero corazón de Maxtla”, hijo Tezozómoc, y primero señor de Coyoacán y luego usurpador del trono de Azcapozalco. Si el tlatoani-poeta texcocano había hecho su chamba en el norte, quien por entonces despachaba como el tlatoani en Tenochtitlán, Itzcóatl, cumplió con la suya en el sur… Salvador Novo, asumiendo plenamente su ascendencia coyoacanense, narra: “los tenochca… nos declararon la guerra —y nos dieron en toda la torre. Conquistando así Coyoacán, fue fácil para los mexica adueñarse de Tenayuca, Churubusco, Mixcoac, Tacubaya, Cuajimalpa, Tlacopan y Tecoan. Esto es, trazar, como quien dice, la trayectoria de un primer ‘anillo periférico’” (Breve historia de Coyoacán, 1967).



Coyoacán era pues parte de los dominios de la Triple Alianza cuando Hernán Cortés logró concretar la conquista del imperio Culhúa-Mexica, usando bergantines, caballos, perros, pólvora y unos cientos de soldados gachupines, pero sobre todo echando para ello al frente una marabunta embravecida de casi ciento cincuenta mil indígenas, todos ávidos de vengarse de sus opresores, los aztecas. Para 1521, había pasado ya casi una centuria de que tenochcas y texcocanos arrebataran la hegemonía del Anáhuac al señorío de Azcapotzalco. El capitán Malinche había encontrado aliados desde que desembarcó en el Golfo y también conforme fue acercándose a la ciudad gobernada en aquellos tiempos por Moctezuma Xocoyotzin. Coyoacán no fue la excepción, y además el sitio le gustaba mucho al extremeño, de tal forma que luego de la caída de México-Tenochtitlán para allá se fue con sus principales: “O sea que Coyoacán comienza a ser noticia de primera plana desde que Cortés la elige por residencia y cuartel general, mientras hace furiosamente destruir a México con el cuerdo objeto de hacerla furiosamente reconstruir. Entre una y otra acciones, pasan buenos dos años, mismos que el laborioso capitán emplea en solazarse en lo que considera su villa”. Los solaces a los que se refiere Novo “fueron de varios géneros. Muchos, del femenino”. En efecto, hasta allá y desde Cuba lo alcanzaría su primera esposa, doña Catalina Xuárez de Marcayada, quien reapareció en la vida de su cónyuge, aunque solamente por un breve período, porque, como se recordará, la pobre no pasaría viva la noche de Todos los Santos de 1522. Imposible saber qué hubiera sucedido si Xuárez no hubiera muerto —asesinada por el propio marido, según acusación de María de Marcayda—. Lo que sí se tiene por cierto es que en alguna de las habitaciones de la casona que Cortés dispuso en Coyoacán para doña Marina ambos, el conquistador y su lengua —su intérprete, se entiende—, debieron de haber concebido al mestizo por antonomasia, don Martín.

Sirva todo lo narrado hasta aquí nada más para echar cimientos a la siguiente afirmación: cuando en 1981 mandó poner en pleno zócalo de Coyoacán un conjunto escultórico que recordaba a Cortés, doña Marina y el niño Martín, puede que le haya fallado el tino político al entonces presidente de la República José López Portillo, pero nadie podrá alegar con razón que la decisión careciera de fundamento histórico. Con todo, no fue necesario que transcurrieran muchos días para que la realidad abofeteara el intento de lopezportillano de reivindicar la memoria de Cortés: tan pronto asumió la Presidencia, el nuevo tlatoani, Miguel de la Madrid, mandó quitar de la principal plaza coyoacanense el monumento en cuestión, declarando que era un despropósito honrar a un genocida. ¿Y a dónde fueron a parar? El destino del conjunto plástico es misterio que tengo ya resuelto. Quede para la próxima…



No hay comentarios: