Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 24 de octubre de 2014

Estado atroz

Una atrocidad, una atrocidad en todas sus acepciones: crueldad, disparate, barbaridad, insulto, calamidad. Seis seres humanos asesinados, uno de ellos con el rostro desollado; decenas de heridos, una cacería de estudiantes que duró horas y de la que resultaron 43 jóvenes desaparecidos, todo perpetrado por policías municipales de Iguala, Guerrero. Una atrocidad, y la atrocidad es apenas la punta de un iceberg, un témpano inmenso sobre el cual todos estamos parados. En la búsqueda de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa secuestrados por la policía desde el 26 de septiembre se han ido develando algunos rastros del inmenso iceberg: el 6 de octubre la PGR informó que se habían localizado nueve fosas clandestinas en los alrededores de Iguala, en cinco de las cuales fueron exhumados 28 cadáveres, cuerpos de gente que fue calcinada. Días después el procurador de la República notificó que ninguno de aquellos restos correspondía a los normalistas. Siguen pues faltando 43 muchachos, 43 semejantes que tienen nombre y apellido, y siguen haciendo falta vivos; desde el lunes, también sabemos que a 28 personas más hay que rescatarlos del anonimato, devolverles, aunque estén muertos, el nombre y completar su historia. El martes pasado, en la Barranca del Tigrillo, también cerca de Iguala, se hallaron cuatro tumbas clandestinas. Un día después, comunitarios de la Costa Chica localizaron seis fosas más en otra barranca… “Aquí, la verdad, de todos estos cerros, hemos sacado como 300 cuerpos en los últimos dos años”, le contó un comandante de la Policía Ministerial de Guerrero al periodista Juan Pablo Becerra-Acosta (Milenio; 15 de octubre).

En todo el país, no sólo en el cerro de La Parota, la costrita civilizatoria es realmente muy delgada. El México profundo no es tan profundo, está a unas cuantas paladas. Al menos en dos ocasiones, Peña Nieto se ha referido a los acontecimientos ocurridos en Iguala el pasado 26 de septiembre como actos inhumanos y de barbarie. Por su parte, Roger Bartra, en el Prólogo que escribió para Mexicanidad y esquizofrenia de Agustín Basave (Planeta, 2010), apunta: “La gran tragedia política de México a comienzos del siglo XXI radica en la profunda inmersión de la sociedad en la cultura del nacionalismo revolucionario instituida a lo largo del siglo pasado”. Sin embargo, sigue Bartra, el asunto va mucho más allá de las instituciones políticas: “estamos enfrentados más a un problema de civilización que a un dilema institucional”.

Supongamos un acto de grandiosa ingenuidad o bien un acto obligado, digamos que por tu trabajo, cualquier situación, en fin, que haga que te halles transitando por la llamada Autopista del Sol. Saliste de la Ciudad de México y tu destino es Acapulco. Supongamos que manejas una camioneta, que eres un ciudadano de bien, que no le debes nada a nadie, que traes contigo toda la documentación que te identifica a ti y acredita que eres dueño del vehículo que conduces… Supongamos que avanzas tranquilamente, Morelos quedó atrás, el atardecer pinta de naranja el paisaje, y poco después de Quetzlapa te topas con un reten: un par de patrullas y algunos uniformados, todos portando armas largas…, uno de ellos te hace señas para que te detengas… Claro, lo racional es que te detengas. ¿Frenas? ¿Atiendes la instrucción de los policías?  “La consolidación de una irracionalidad anclada en la hipocresía y la corrupción —explica Roger Bartra— se consolidó a lo largo del siglo XX, bajo la sombra de los gobiernos autoritarios nacionalistas… En este lodazal, paradójicamente, lo más racional es comportarse irracionalmente y lo más eficiente es acudir a la corrupción”. ¿Aceleras o frenas? En una fracción de segundo evalúas: recuerdas que hace apenas unos días, algunos estudiantes del ITSM campus Chilpancingo no atendieron la orden de detenerse en un retén y los policías los balearon… El estado de Guerrero está plagado de fosas clandestinas con muertos sobre quienes no ha habido necesidad de explicar nada a nadie. ¿Frenas o aceleras? ¿El que nada debe nada teme? ¿Cómo actuar racionalmente en medio de la barbarie?

Según el gobierno —es un decir— del estado de Guerrero, los policías municipales de Iguala rafaguearon a los estudiantes normalistas porque así se los ordenó una entidad omnipresente en todo el territorio nacional, El Crimen Organizado, factótum de los males mexicanos que en este caso se expresó por medio de un tal El Chucky… En estricto sentido, dicha explicación de los hechos se encuentra en el mismo campo semántico que decir que se les metió el Diablo o que la masacre obedeció a que la esposa del presidente municipal montó en cólera porque los normalistas le arruinaron un evento o que el Narco —así, con mayúscula, como si fuera un personaje— los ejecutó… La irracionalidad cunde: nadie alcanza a explicar racionalmente lo sucedido. En 2010, Bartra advertía que “no hay mucho que nos permita confiar en que las élites políticas sufran un insólito ataque de racionalidad”, y la realidad ha confirmado su aserto.

Las fuerzas federales han detenido a 24 policías municipales, 10 de Iguala, 14 de Cocula, pero ninguno de los dos alcaldes está hoy preso, uno de ellos se esfumó frente a las narices de todos. El resto de los gobernantes encabezan la feria del reparto de las culpas. Conforme pasan los días, cada vez más personas piensan lo que nadie se había atrevido a decir en voz alta hasta apenas el viernes, cuando el padre Solalinde declaró que no hay esperanzas de que los 43 muchachos estén vivos. 

Mientras tanto, a nosotros ya nos andan buscando en Comala.

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