Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 22 de febrero de 2015

Triste caducidad

Acabo de leer una historia que acontece en un contexto muy similar al que estamos viendo en México, el de la franca descomposición comunitaria. Sin darle muchos rodeos al asunto, me parece innegable que abundan los signos que evidencian que el sistema de organización sociopolítica de nuestro país ha caducado ya. La novela me salió al paso de chiripa; irónicamente, tomé el libro con la intención de distraerme un rato de tanta barbarie, de tanto cinismo. Sucedió que los paratextos del libro me engatusaron. Al igual que en su edición original en alemán, una ilustración de la berlinesa Silke Schmidt lleva la voz cantante en la portada: de pie, con las manos apoyadas sobre las caderas, una mujer nos perdona la vida desde una mirada que va y viene del sarcasmo a la condescendencia. Usa una especie de turbante. La mona apenas sonríe, y a pesar de ser una caricatura se planta rotunda, como la protagonista de la novela. En la cuarta de forros, se retoma el extracto de una crítica publicada en el diario Leipziger Volkszeitung: “Aunque parezca un libro de cocina, es una fascinante novela, con un estilo mordaz y punzante. Una historia que atrapa, cautiva y divierte”. Más abajo, la propia casa editorial echa más anzuelos al agua: se prometen “grandes dosis de humor negro” y “una hilarante historia”. Total que caí en el timo y comencé Los platos más picantes de la cocina tártara (Nuevos Tiempos Siruela, 2011) con la expectativa de una lectura ligera y el ánimo dispuesto para reír. Craso error: resultó ser una de las narraciones más tristes que haya leído. Un gran texto.


La autora nació del otro lado de los Urales, en Asia. Alina Bronsky es muy joven; llegó al mundo en 1978, en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, en Sverdlovsk, una importante ciudad industrial llamada así desde 1924 en honor del dirigente bolchevique Yákov Sverdlov. Hoy la ciudad sigue siendo territorio ruso, aunque después de la desintegración de la URSS volvió a tomar su nombre original, Ekaterimburgo. Por cierto, ahí fue en donde, por órdenes directas de Sverdlov, meses después del triunfo de la revolución de octubre de 1917, fueron asesinados el depuesto zar Nicolás II, la zarina Alejandra y sus cinco hijos.

La rusa Alina Bronsky —en realidad un pseudónimo— inmigró a Alemania cuando tenía trece años de edad. Primero intentó estudiar medicina, y luego de abandonar la carrera se dedicó a trabajar en agencias de publicidad y periódicos. Hasta ahora ha publicado tres novelas, todas escritas en alemán. Debutó en 2008 con ScherbenparkBroken Glass Park, en la versión en inglés—, y de inmediato consiguió una buena acogida por parte de la crítica; fue nominada para el Premio Ingeborg Bachmann, uno de los más importantes de Europa, y ya cuenta con una adaptación al teatro y otra al cine —el largometraje homónimo fue dirigido por Bettina Blümner—. Su segunda entrega es Los platos más picantes de la cocina tártara. Finalmente, el año pasado dio a conocer Nenn mich einfach SuperheldJust Call Me Superhero, en inglés—.

En su segunda novela, Bronsky relata las andanzas de tres mujeres rusas de origen tártaro. A lo largo de un par de décadas, las últimas del siglo XX, Rosalinda, la protagonista, narra su vida, y aparejadas, las de su hija y su nieta, Sulfia y Animat. Los hechos ocurren durante período a lo largo del cual el mundo soviético se vino abajo: “La política no me interesaba. De hecho dejé de leer periódicos, porque ahí decían cosas que me ponían de peor humor. No necesitaba malas noticias del periódico, lo podía ver todo con mis propios ojos. Mientras afuera la economía se colapsaba, yo me preocupaba porque mi familia no pasara hambre”.

El marido de Rosalinda y padre de Sulfia, el gris Kalgánov, con un puesto de medio pelo en la jerarquía sindical, mientras el régimen soviético da patadas de ahogado, actúa en forma timorata para tratar de amortiguar el despeñamiento. Frente al desabasto generalizado, sólo los más gandallas alcanzan a conseguir huevos, leche, un poco de azúcar… La feria del cochupo y las mordidas es cosa de diario, las corruptelas inciden en todo, y la pobreza termina siendo lo de menos: el rompimiento del contrato social se constata brutalmente cuando la impunidad abarata la vida de las personas: “Cuando me daba tiempo, al volver del trabajo, recogía a Aminat a la salida del colegio. En aquella época desaparecían muchas niñas a plena luz del día. Más tarde las encontraban violadas y asesinadas en algún sótano”.

Gracias a los tejes y manejes de celestina de Rosalinda, las tres mujeres emigrarán a Alemania. Como la escritora, la pequeña Animat llega a Occidente apenas pubescente. Ella no volverá a Rusia. Rosalinda sí, a enterrar su pasado y dar testimonio del cambio de página de la historia: “En mi antiguo país habían cambiado muchas cosas. Ahora tenía un nombre distinto. Incluso mi ciudad se llamaba de otra manera. Todo estaba muy sucio, y todos vendían algo. Por todos lados había quioscos y tienduchas, pegados unos a otros; se vendían aliementos, ropa, libros y latas vacías de Coca-Cola”.

Efectivamente, Los platos más picantes de la cocina tártara es una novela en la que el humor negro provoca risas; capítulo a capítulo, uno acá y ahora no puede dejar de darse cuenta de qué tan próxima está nuestra tragedia a lo francamente cómico.

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