Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Creadores de credos

There is no God and we are his prophets.
Cormac McCarthy

Dios, enseguida de crear la fauna,  andaba de buenas, dispuesto a compartir una pizca de su omnisciencia. Satán —quien antes de caer en desgracia fungía de arcángel—se animó a preguntar para qué servían los animales.

— Son un experimento en Moral y Conducta. Observadlos y os instruiréis.

Satán echó un lente —empleó un microscopio— y luego de un periquete apuntó: — Esa bestia tan grande está matando a los animales más débiles, oh Divino.

— El tigre, sí. La ley de su naturaleza es la ferocidad. La ley de su naturaleza es la Ley de Dios. No puede desobedecerla.

Después de observar durante un rato, Satán se aventuró a comentar la obra del Creador:  —La araña mata a la mosca y se la come. El gato montés mata al ganso. El… En fin, todos se matan entre sí. El asesinato, una y otra vez. Estamos ante incontables multitudes de criaturas y todas matan, matan, matan. Todas son asesinas. 

Aunque no sería publicado sino hasta 1962 —Letters from the Earth—, Mark Twain (1835-1910) imaginó este diálogo a finales de 1909, meses antes de morir. Para entonces, había transcurrido medio siglo desde que Darwin dio a conocer On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life. Y sí…, la lucha por la vida.

La evolución de las especies involucra, además de los procesos adaptativos a las condiciones del entorno, el equivalente biológico a una espiral armamentista: para tener más posibilidades de salir airosos del constante conflicto de intereses entre los seres vivos, los organismos evolucionan armas cada vez más eficaces, a lo que los otros responden con sistemas defensivos más ingeniosos, y así sucesivamente. Según Steve Pincker, en este contexto debemos entender la persistencia de la religión en la conducta del Homo sapiens, no como una adaptación directa, sino como una enjuta, esto es, como una característica fenotípica desarrollada como un rebote de la evolución: “la religión es un subproducto de muchas áreas de la mente que evolucionaron atendiendo otros propósitos”. Para entenderlo, hay que distinguir entre los beneficios que obtienen de la religión quienes la producen y quienes la consumen, y para ello conviene revisar los expedientes no de los biólogos sino de antropólogos, sociólogos e historiadores.

De entrada, Pincker se refiere a un componente presente en todas las religiones: el culto a los ancestros. “Si eres una persona entrada en años y vislumbras el día en que pasarás a engrosar el panteón, seguramente cualquier tipo de culto a los antepasados deberá parecerte bastante bueno”. Entre los inconvenientes del envejecimiento, está la cada vez más escandalosa certeza de que uno dejará el mundo y éste seguirá girando como si nada. “Si convences a los demás de que continuarás cuidando de sus asuntos incluso después de muerto, habrás sembrado un buen incentivo para que te traten amablemente hasta el último de tus días”.

Enseguida, Pincker trae a cuento los tabús en torno a la comida, compartidos también por varias religiones. “Si usted prohíbe a un niño un determinado alimento, especialmente de origen animal, él desarrollará asco hacia esa vianda. Por eso es que la mayoría de nosotros no comemos carne de perro, cerebros de mono, gusanos…, manjares que son apetecibles en otras sociedades. Muchas veces subyacen razones ecológicas a estos tabús, pero también de control. Cuando tienes comunidades con gustos y disgustos alimenticios diferenciados, si mantienes a tus chicos alejados de la comida de tus vecinos, eso los mantendrá dentro de la coalición y ayudará a eludir una deserción, dado que para poder compartir la comida con los vecinos tendrían que degustar cosas repugnantes”.

Los ritos de paso son otro ingrediente de todas las religiones; las ceremonias que formalizan la entrada de un niño a la adolescencia o de una mujer a la etapa de procreación, por ejemplo. Pincker explica: “Muchas decisiones sociales se tienen que expresar categóricamente, sí o no. Pero mucho de nuestra biología es más bien brumoso, poco definido y continuo. Un joven no se va a dormir una noche y despierta adulto a la mañana siguiente, y sin embargo un día hay que decidir si puede o no votar o manejar un auto. No hay nada mágico en los 13 ó 18 años de edad, o cualquier otra. Pero es mucho más conveniente ungir arbitrariamente a una persona como adulta a una edad en específico, que evaluar qué tan maduro es cada individuo cada vez que pida una cerveza”. Las demarcaciones tajantes de las diferentes etapas de la vida facilitan el control social. 

Muchos ritos religiosos de iniciación, sobre todo los que implican sacrificio, de algún modo aseguran la pertenencia a un grupo social. Pincker, él mismo nacido en el seno de una familia judía, ejemplifica: “‘Acabas de tener un hijo. Por favor trae al bebé para que pueda cortarle algo de la piel de su pene’. Este es el tipo de cosas que nadie haría a menos de que se tome muy en serio su filiación a una comunidad”.

Por último, resulta obvio que tener acceso al conocimiento arcano repercute en la jerarquía social.

Indiscutiblemente la religión reporta beneficios a sus productores. “Cuando se trata de los consumidores, hay posibles adaptaciones emocionales en nuestro deseo de salud, amor y éxito, posibles adaptaciones cognitivas en nuestra psicología intuitiva, y muchos aspectos de nuestra experiencia que parecen proporcionar evidencias acerca de la existencia del alma”. En conjunto, la dimensión religiosa es una de las ficciones más poderosas de las que hemos creado para aglutinar jerarquizadamente a los humanos.

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