Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 6 de agosto de 2016

Ánimo emponzoñado

… es, sin duda, achaque de la tiranía el desconfiar de los amigos.
Esquilo, Prometeo encadenado.


Una ponzoña corroe México. La afirmación puede parecer tremendista; sin embargo, después de mucho pensarlo, con toda honestidad creo que describe adecuadamente lo que nos ocurre. Antes de denominar la sustancia venenosa, diré cuál es su consecuencia última: México está perdiendo viabilidad.
Van algunas muestras del emponzoñamiento.

Suegra dadivosa, gobernador permisivo

El gobernador de Veracruz, Javier Duarte, dio a conocer su declaración patrimonial. Entre otros bienes, dice ser dueño de monedas y joyas por un valor de 2 millones 50 mil pesos. Este tesorito no lo adquirió él, se lo regaló su suegra. Un detalle: en su declaración no informó las propiedades de su cónyuge. El Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) no aceptó la declaración de Duarte, porque “es una persona que sistemáticamente ha faltado a la verdad”. Efectivamente: le dicen mentiroso, y aunque eso lastime la investidura de la gubernatura, Duarte no ha demandado al director del Imco, y apuesto que no lo hará. Según la Auditoría Superior de la Federación, el daño patrimonial a Veracruz desde que Durate llegó al poder es de más de 35 mil millones de pesos. Mientras escribo, el señor sigue cobrando como gobernador.

Es México, güey

El 28 de julio circuló un video que testimonia un episodio de salvajismo. Un automovilista invade un carril exclusivo para bicicletas y, con premeditación, alevosía y ventaja, impacta al ciclista que graba el incidente. El conductor se detiene, sale del auto y quita la bicicleta de su camino, arrojándola a una jardinera. Un policía bancario se acerca a auxiliar al agredido. Mientras llama a una patrulla, trata de impedir que el bruto se fugue. Entonces sucede lo más significativo: el imbécil argumenta “Es México, güey. Capta”. Lo repite cuatro veces, como un mantra: “Es México”. Quienes hayan visto el video, saben que la cosa acaba peor: el tipejo se enfrenta a empujones y jaloneos con el policía, y logra meterse a su coche, para escapar, llevándose entre las llantas otra bicicleta. Es México, güey: aquí gana el más gandalla, aquí no hay consecuencias. Independientemente de que, dada la batahola en redes sociales y medios, se atrape y castigue al delincuente, o no, el hecho ya tiene repercusiones: una barbarie más que se normaliza. La próxima vez que circule en bicicleta y un automovilista me exija a claxonazos que no obstaculice su paso, aunque yo vaya en una ciclovía, sabré que lo más prudente será hacerse a un lado.

Parábola de los chiles meados

Presupone una considerable cuota de confianza social ponerle a la comida, digamos a un sándwich, algunos chiles de lata. No suele meditarse en ello, pero en días recientes sucedió algo que llevó a muchas personas a hacerlo: se difundió a través de Twitter una fotografía en la que se observa a un fulano en una línea de producción de la planta de Ecatepec de La Costeña, con los pantalones debajo de las nalgas, en una postura que hace suponer que está orinándose en el producto. Estalló el escándalo, y el director general de la empresa declaró: “Negamos rotundamente que se haya orinado en los chiles, porque tenemos testigos y gente que dice que no”. Claro, nadie le cree. La Comisión para la Prevención de Riesgos Sanitarios del Estado de México decomisó 12,264 latas de chiles, para analizarlas. Los resultados a los que lleguen carecen de toda importancia: si dicen que los chiles no fueron meados, la gente creerá que están mintiendo, sencillamente porque la credibilidad que tenía La Costeña antes del incidente era mucho mayor que la del gobierno del Estado de México, así que no podrá haber transferencia de capital simbólico. La credibilidad se perdió en una micción, real o ficticia.

Ciencias políticas: botones de pánico

Estudié Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas (FCPyS) de la UNAM; por entonces, finales del siglo pasado, ya en sus actuales instalaciones de CU. Jamás, durante cuatro años, tuve o supe de algún incidente en la Facultad que involucrara ningún tipo de violencia física. El miércoles pasado supe que las autoridades de la FCPyS, ante la ola de agresiones sexuales contra mujeres de su comunidad, no encontraron mejor solución que instalar 60 botones de pánico en los sanitarios para damas. La medida es pésima: explicita que la UNAM no tiene la capacidad de brindar seguridad a su gente, y normaliza el horror. Además, ¿de verdad creen que las mujeres se sentirán más seguras con botones de pánico en los baños? ¿Cómo pudimos llegar a un nivel tan degradado de convivencia? 

El tósigo

Hace unas semanas publiqué una propuesta: cambiarle de nombre al tramo norte de la calle Reforma, en el centro de Coyoacán, y ponerle Jorge Ibargüengoitia (Nexos). El texto iba con intención doble: por supuesto, recordar al gran narrador, pero sobre todo tirar una luz de bengala para llamar la atención de los constituyentes de la CDMX sobre un asunto que, espero, habrán de legislar acertadamente: las toponimias. La propuesta de cambiarle de nombre a la calle sería un acto de justicia poética, claro, pero para como están las cosas en México, tan necesitado de justicia a secas, es superfluo... El problema es que, más allá de escapar de la decadencia generalizada, todo resulta superfluo, la justicia poética, las toponimias, la nueva Constitución de la CDMX, los derechos de los ciclistas, los chiles en lata, los botones de pánico… Aceptando esto, no queda más que el desánimo…

Concluyo, pues: la ponzoña que corroe al país es el desmoronamiento de la confianza social y el desánimo que eso genera. 

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