Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 12 de junio de 2020

El gran danés y el vago


El gran danés… No, por favor no pienses en un perro, menos en un dogo alemán… En cambio, sí te pido que recuerdes a un filósofo copenhagués perrísimo: Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855). La primera obra publicada por el gran danés —aunque firmada con un seudónimo, Victor Eremita—, apareció en 1843, así que él debió de haberla escrito antes de cumplir treinta años: Enten-Eller en danés; en español O lo uno o lo otro (Editorial Trotta, 2006). Ahí el joven expresa: “Pídaseme lo que se quiera mientras no se me pidan razones…” Su impedimento, explica, no estriba en que haya carecido de ellas, sino justo lo contrario: “Por lo general, cuento con tantas razones y, a menudo, tan contradictorias entre sí, que por esta razón me resulta imposible aducir razones.” Y humilde punto seguido mediante, procede a tronchar en unos cuantos renglones uno de los pilares esenciales del pensamiento racionalista occidental: “Tampoco me parece que la cuestión de la causa y el efecto se tenga en lo más mínimo en pie. Unas veces, de enormes y violentas causas resulta un efecto muy pequeño e inaprensiblemente parvo y, en ocasiones, incluso ninguno; otras veces, una viva causa mínima engendra un efecto colosal.” Al gran danés le sobra razón en esto, y sobran ejemplos frescos y de dominio público… ¿Cómo diablos explicar, metiéndolo en una cadena lineal de causas y efectos, el hecho de que el asesinato, por parte de uno de tantos policías blancos abusivos, del señor George Floyd, un afroamericano contagiado de coronavirus, desempleado por la pandemia y uno entre miles de consuetudinarias víctimas del racismo norteamericano, haya catapultado la tormenta de protestas que hoy cunden a lo largo y ancho de Estados Unidos? ¿O cómo entender razonablemente que la aparición de un microscópico agente patógeno, el SARS-CoV2, causante de una enfermedad, el COVID-19, que a la fecha apenas ha llevado a la tumba a menos de 0.0052% de la población mundial, tenga de cabeza el planeta?



Nassim Nicholas Taleb (1960) es un pensador de origen libanés nacionalizado norteamericano. En su cuenta de Twitter, de entrada se presenta a sí mismo como un flâneur, es decir, un paseante callejero, un hombre afecto a vagar por las calles sin ruta ni meta predeterminadas. ¿Un vago, un ocioso? No, hay que agregar un par de características: el flâneur camina explorando, para adentro y para afuera de sí mismo. Walter Benjamin (1892-1940) perfiló muy bien al personaje: “Si el flâneur se convierte en un detective involuntario, le hace mucho bien socialmente, ya que acredita su ociosidad. Él sólo parece ser indolente, porque detrás de esta indolencia aparente está su acechanza. Así, el detective desarrolla reacciones que están en consonancia con el ritmo de una gran ciudad.” (Isabel Vila-Cabanes, Urban Walking. The Flâneur as an Icon of Metropolitan Culture in Literature and Film. Vernon, 2020). Así pues, el flâneur no es más que un peripatético urbano, un pupilo moderno de Aristóteles.  Nassim Nicholas Taleb completa su descripción tuitera: “concentrado en probabilidad (filosofía), probabilidad (matemáticas), probabilidad (lógica), probabilidad (vida real), vino fenicio, lenguas muertas.” En apretado resumen de su manera de entender las cosas, Taleb juzga, igual que Søren Kierkegaard —el gran danés también un peripatético tardío, aunque un flâneur adelantado: “acostumbro vagar por doquier al aire libre”—, que sobrevaloramos las explicaciones racionalistas y que, en contraparte, menospreciamos el peso del azar, la aleatoriedad. En el texto inicial de su libro de aforismos, El lecho de Procusto (Paidós), Nassim Nicholas Taleb expone: “… nosotros, los seres humanos, al afrontar los límites del conocimiento y las cosas que no observamos, lo oculto y lo desconocido, resolvemos la tensión embutiendo la vida y el mundo en ideas claras y trilladas, en categorías reduccionistas, en vocabularios específicos y en narraciones manidas…” No siempre sirven, pero preferimos creer que sí en vez de tener que aceptar que no comprendemos. Por descontado, una de esas narraciones trilladas e insuficientes por lo común es precisamente el encadenamiento lineal de los acontecimientos en eslabones de causas y efectos. Buena parte de los aforismos que Taleb compila en El lecho de Procusto combaten la propensión humana a explicar lo que no entendemos echando mano de las razones que, aunque no vengan a cuento, son las que tenemos. Enseguida, reducido muestrario de ellos:


Tu cerebro es más inteligente cuando no le dices qué hacer, algo que a veces descubre la gente al ducharse.

• Adaptarse a la camisa de fuerza de la restrictiva lógica (aristotélica) no es lo mismo que evitar incoherencias fatales.

• Confundir lo inadvertido con lo inexistente es una enfermedad muy reciente…

• Pedir a la ciencia que explique la vida y algunas cuestiones vitales equivale a pedir a un gramático que explique la poesía.

• Puedes sustituir una mentira con una verdad; pero un mito sólo se reemplaza con una narración.

• A la larga es más probable que te engañes a ti mismo que engañes a otros.

• En caso de opacidad, información incompleta y comprensión parcial, mucho de lo que no entendemos se etiqueta como ‘irracional’.

• Sea cual sea el tema, si no sientes que no sabes lo suficiente es que no sabes lo suficiente.

• Las mentes normales encuentran similitudes en relatos (y situaciones): las mejores mentes detectan diferencias.

• Cuanto más complejo es el sistema, más débil es la noción de universal.

• Creen que la inteligencia consiste en advertir cosas que tienen importancia (detectar pautas); en un mundo complejo, la inteligencia consiste en ignorar cosas irrelevantes (evitar pautas falsas).

1 comentario:

Marcos García Caballero dijo...

SOY MARCOS GARCÍA Y FELICITO A GERMÁN CASTRO POR SU BLOGERATURA, CUÁNDO VEREMOS YA UN NUEVO LIBRO TUYO GERMÁN?