Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 18 de junio de 2020

La pasión de la posibilidad


Unfortunately, the clock is ticking,
the hours are going by.
The past increases, the future recedes.
Possibilities decreasing, regrets mounting.
Haruki Murakami, Dance Dance Dance.




Siendo apenas un mozalbete —aún no había cumplido treinta años de edad—, un gran danés decimonónico se dolía: “El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece, mucho me apesadumbra”. Por supuesto, se trataba de un lamento figurativo. Enseguida, el joven filósofo Søren Aabye Kierkegaard (1813-1855) deja el vino en paz por un rato y construye, con una sencillez envidiable, una analogía ecuestre inmaculada. “Mi alma languidece y se debilita; en vano hinco las espuelas del placer en sus costados: no puede más, ya no se pone en pie de un majestuoso salto. He perdido por completo mi ilusión”. Unas líneas más abajo, impecable, remata la idea: “De tener que pedir algo para mí, no pediría ni riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá…, eternamente ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!” (O lo uno o lo otro. Editorial Trotta, 2006).



La pasión de la posibilidad. Si está, si existe, la posibilidad tiene que presentarse aquí y ahora mismo, viva, acechando el mañana. Así que, en la medida en la que el futuro se perciba más incierto, las posibilidades se acrecientan. Por eso, la actualidad resulta una extraordinaria temporada para la pasión de la posibilidad. Hoy por hoy, trepados en la cresta de la ola pandémica, el futuro, incluso el futuro inmediato, todavía se ve lejano, distante, desdibujado. Aunque nadie se atrevería a negar la factibilidad de que el impasse pueda concluir la próxima semana, sigue vislumbrándose alejado. Toda esta situación resulta novedosa para nosotros, para los coetáneos quiero decir, tú y yo y los demás que por aquí andamos, hartos de vivir varados en la aburrida certeza de un monolítico presente continuo, acelerado sin duda, pero supuestamente condenado a la soberbia de la mejora continua, el crecimiento sostenido y otras formas de tragarnos completita la noción del fin de la historia. Porque no lo neguemos: hasta hace muy poco tiempo, la versión neoliberal era la hegemónica manera de comprender el mundo y nuestro propio devenir. ¡Pero, ah, qué trasnochada se escucha hoy la explicación del otrora venerado Francis Fukuyama (1952)! ¿Recuerdan? El politólogo norteamericano explicaba que, al igual que Kant, Hegel y Karl Marx, él entendía el “fin de la historia” no como “el fin de la ocurrencia de eventos”, sino como “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos” (The end of history and the last man, 1992). Pero pues no, sucedió que no se detuvieron ni la ocurrencia de los eventos ni mucho menos el proceso evolutivo de todos los pueblos; ya antes enero de 2020 sobraba evidencia de que quedaba muchas páginas de la historia por delante. Además la realidad vino a recordarnos que las fuerzas del cambio no se limitan a lo que los seres humanos hacemos o dejamos de hacer, sino que además otros agentes intervienen, agentes totalmente independientes de los procesos históricos en que los sapiens nos hemos venido entreteniendo a lo largo de los siglos. Pasa que, además de las ideas revolucionarias de los grandes pensadores, además de las contradicciones en las fuerzas productivas, además de la voluntad de los caudillos y los personajes ilustres, además de la tecnología y la continuidad de las tendencias históricas, el azar juega, los terremotos juegan, los bichos microscópicos juegan, el accidente y el desorden juegan…



Si durante buena parte de los ayeres recientes parecía que el mañana en nada o en casi nada se iba ya a diferenciar del presente, durante estos días hemos permanecido en una suerte de Purgatorio, provisional por definición, en el que al parecer se está decidiendo qué va a ocurrir con nosotros. ¿Qué va a pasar? ¿Qué mundo nos espera después del paréntesis pandémico? Es más, ¿realmente se cerrará algún día este paréntesis? ¿O esto no es en verdad un evento histórico de gran calado, sino apenas un bache en la súper carretera del fin de la historia y en unos meses lo habremos dejado atrás como si nada hubiera sucedido?



Yo me niego rotundamente a entender el porvenir como un regreso. Tampoco creo que esté ya definido lo qué vaya a acontecer. La pasión de la posibilidad y la creencia en la fatalidad del destino se excluyen entre sí. Si bien abundan quienes han querido dedicarse a leer inexistentes bolas de cristal, quienes apuestan a que el guion ya está escrito y sólo se requiere saber leerlo, ya sea en las estrellas o en los datos duros, hay otros que más bien se animan a proponer cómo escribirlo. Apenas el sábado pasado, sin ir más lejos, el presidente de la República se aventó a sugerir diez “acciones y actitudes” para “enfrentar la nueva realidad”, ni más ni menos. La formulación misma es ya propositiva y hay que subrayarla: “la nueva realidad”. López Obrador presentó un decálogo que mi amigo Sergio Macías, a botepronto, sintetizó en quince palabras y tuiteó: infórmate, anímate, solidarízate, aléjate del consumismo, cuídate, disfruta la naturaleza, aliméntate bien, ejercítate, ama, sueña. Hasta hace muy poco, en este país la realidad era una pesadilla; hoy conviene soñar despiertos. La posibilidad no decepciona.

No hay comentarios: