Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 26 de febrero de 2021

Manual de pensamiento

  

…  pensar es un proceso agotador;

es mucho más fácil aceptar creencias pasivamente

que pensarlas cuestionando rigurosamente sus fundamentos

y preguntándose cuáles son sus consecuencias…

L. Susan Stebbing, Thinking to Some Purpose.

 

 

¡Me hallé un librito utilísimo! Thinking to Some Purpose (pensar con un propósito, pensar con un objetivo, pesar con sentido), un libro que ni mandado a hacer para estos nuestros días en los que, pletórica y diversa, la confusión se propaga veloz e imparable. La confusión —cruel torpedera de la realidad compartida— se extiende por toda el ágora, en algunos casos propulsada por la auténtica perplejidad frente a los hechos insólitos que hoy vivimos —insólitos, con todo y que otros muy parecidos ya habían sucedido antes, con todo y que habían sido predichos—, en otros planeada y pastoreada con toda la mala intención de generar desánimo y descontento, y en cualquier caso atizada por nuestra capacidad de abstracción cada vez más atrofiada e incapaz de mantenerse a flote bajo la catarata de información cotidiana. La discusión pública rebosa estulticia. En este contexto, qué conveniente resulta un libro que en su portada se presenta como “un manual de primeros auxilios para el pensamiento claro, en el que se muestra cómo detectar errores de lógica en los procesos mentales de otras personas y cómo evitarlos en el nuestro”.


La autora de Thinking to Some Purpose, la inglesa Lizzie Susan Stebbing (1885-1943), fue la primera mujer en todo el Reino Unido en ocupar la titularidad de una cátedra de Filosofía —Bedford College, 1933—, y también la primera que alcanzó la presidencia de la Asociación Británica de Humanidades. Aunque vivió poco —menos de 58 años—, desarrolló una fértil carrera como divulgadora y filósofa —junto con Bertrand Russell, George Edward Moore y Wittgenstein, se le considera integrante de la escuela de la Filosofía Analítica—. En 1939, cuando doña Susana publicó su manual, ya era una respetada presencia intelectual en Europa. Nueve años atrás había publicado —aunque inicialmente ocultó su condición femenina firmando como “L. S. Stebbing”— A Modern Introduction To Logic, después Logic in practice en 1934 y Philosophy and the physicists en 1937.

 

En el prefacio a su Thinking to Some Purpose (Penguin ‘Pelican’ books series), L. Susan Stebbing explica qué persigue con su obra: “Estoy convencida de la urgente necesidad de que en una sociedad democrática la gente piense con claridad, sin las distorsiones debidas al sesgo inconsciente y a la ignorancia no reconocida. Nuestros errores de pensamiento se deben en parte a fallas que hasta cierto punto podríamos superar si viéramos claramente cómo surgen. El objetivo de este libro es hacer un pequeño esfuerzo en esta dirección.” Por supuesto, un planteamiento enteramente pertinente y oportuno para nosotros, aquí en México y ahora en febrero de 2021.

 

Stebbing parte del postulado de que las personas podrán tener pensamientos equivocados, pero, de entrada, no llegan a ellos ni por estupidez ni por perversidad, aunque quizá sí caen en ellos por inercia e incluso por pereza. “Tengo la esperanza”, escribe, de que el electorado no desea pensar con deshonestidad ni apoyar la deshonestidad de algunos políticos o la ineficacia de determinadas políticas públicas. Sin embargo, y aquí está el meollo de su planteamiento, asegura que la mayoría de los ciudadanos “está preparada de manera imperfecta para seguir adecuadamente una discusión”, esto es, y esquivando el eufemismo, sostiene que la mayoría de la gente no está entrenada para participar en el debate de público…, lo cual, claro, no impide que lo haga. Por supuesto, José Ortega y Gasset estaría de acuerdo con la británica, toda vez que él alertaba precisamente que el hombre-masa, el esnob, el no calificado, ha tomado por asalto el proscenio de la vida pública y lo ha hecho defendiendo el derecho a la vulgaridad y a la falta de pertinencia (La rebelión de las masas, 1929). Si el diagnóstico era entonces certero, en la actualidad no sólo sigue siéndolo, sino que la situación se ha agravado. Las redes sociales son un muestrario repleto de la expresión, muchas veces desbocada y fogosa, de quienes asegurar tener todo el derecho a opinar sin el menor empacho sobre los temas más complicados y profundos, aunque no sepan del asunto más allá de generalidades y medias verdades, aunque no se den un momento para masticar las cosas mentalmente, y lo hacen, aunque casi siempre sus opiniones no sean más que ecos, repeticiones irreflexivas: Desde mi muy particular punto de vista…/ Aunque no soy experto en el tema… / Personalmente creo… En este lastimero contexto es en el cual la filósofa quiso incidir, porque, afirma, “si vale la pena mantener las instituciones democráticas, entonces los ciudadanos de un país democrático deberían decidir sus votos sólo después de la debida deliberación”. ¿Y a qué se refiere con una “debida deliberación”? El debate debe darse a la luz de los hechos y debe estar guiado por la evaluación de las evidencias de las que se dispone, además, implica “la capacidad de descartar, en la medida de lo posible, los efectos de los prejuicios, y evadir la distorsión producida por los temores injustificables y por las esperanzas irrealizables”. Y el reto no se limita a pensar a partir de evidencias y tratando de hacer a un lado nociones preconcebidas, miedos e ilusiones, también es imprescindible no pensar sin dirección o con muchos puertos en mente, sino “pensar de manera relevante”, es decir, pensar con un propósito específico, definido y evaluado. “Perseguir un objetivo sin considerar lo que implicaría su realización resulta una estupidez: el resultado puede ser afortunado, pero no sabio.”

 

Así que no, pensar no es tarea fácil. Haga una pausa y piénselo un rato…

 

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