Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 25 de mayo de 2021

El sueño del alcázar

Anoche un fresno

a punto de decirme

algo —callóse.

Octavio Paz, Prójimo lejano.

 

 

 

 

1

 

Maravillado, hace mil 625 años, el norafricano Aurelius Augustinus Hipponensis, quien habría de pasar a la historia como San Agustín (354-430), escribió: “… dentro del glorioso alcázar de mi memoria, allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos… Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice…”

 

 

2

 

Suena el teléfono. Me pongo los audífonos y tomo la llamada. Es Marcela Dóneter. Llama para saber cómo voy con el informe que me comprometí a enviarle a más tardar el día de hoy. Veo el reloj en la computadora: 23:44. Sonrío: lo que realmente quiere Marcela es entretenerme para que le mande el informe después de las doce de la noche, y entonces, por el atraso, pueda regatearme.

 

— Hola, ¿cómo vas con el informe sobre Odiseo Tranbel?

 

— Bien.

 

— Por cierto, me llamó hace rato… Dice que fuiste a verlo.

 

Ahí está, quiere distraerme. Observo en la pantalla el documento Word en el que hace apenas unos minutos acabo de terminar de teclear el informe; no me queda nada más que ponerle título, salvarlo, cerrar el archivo y enviarlo…: — Pues sí, es verdad, ayer fui a hablar con él; nada mejor que confrontar directamente lo que uno sabe con el sujeto a quien se investiga, ¿no?

 

— Pues me contó que te la pasaste muy bien…, que incluso bebieron —maliciosa, me dice Marcela.

 

Recuerdo la reunión con Trabel. El tipo evidentemente trató de ser encantador, pero su comportamiento terminó por resultar ridículo. Cuando llegué a sus oficinas ya nada más estaba él y para pronto abrió el bar…: — Sí, me preparó una especie de cóctel, algo con tequila, me parece.

 

Marcela se ríe y yo miro el reloj… Podría adelantarle algo, decirle, por ejemplo, que pude confirmar todas mis sospechas sobre las actividades secretas de Odiseo Tranbel…

 

— Y seguramente te habló pestes acerca de mí y de toda la agencia, ¿no?

 

Marcela sabe sobradamente que tenía que ser así, que fue así… No es una pregunta, es un anzuelo. Sólo intenta que pasen los minutos. No puedo permitirme caer en su juego. Debo cerrar ya el documento y enviárselo… Copio la última afirmación para, a partir de esa idea, frasear un título; me desplazo al inicio del documento…, y despierto.

 

Creo que lo primero que pensé al abrir los ojos fue que era absurdo que hubiera involucrado en el sueño a Marcela Dóneter, a quien no veo desde hace algunos años, con el recuerdo del encuentro que sostuve con Odiseo Tranbel… ¿Cuándo ocurrió? ¿Esta semana? Me levanté al baño… y antes de prender la luz lo tenía ya también dilucidado: ¡jamás!, aquello era también parte del sueño. Tuve un sueño en el cual se incluía un recuerdo, un recuerdo mucho más vívido que lo que ocurrió durante el presente onírico. Cuando desperté, hubiera jurado que la reunión con Odiseo Tranbel efectivamente había sucedido.

 

 

3

 

También en sus Confesiones, San Agustín de Hipona dice que por encima de lo sensitivo se halla “… el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos”. Las cursivas son de mi cosecha; las agrego para subrayar el hecho de que el sabio doctor de la Iglesia entiende la memoria conforme a la misma metáfora que hasta hoy empleamos en Occidente, la del archivero: “Allí están guardadas con orden y distinción todas las cosas, y según el órgano o conducto por donde ha entrado cada una de ellas… Este capacísimo retrete de la memoria recibe, en no sé qué secretos e inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria y en ella se depositan y guardan, de modo que puedan volver a descubrirse y presentarse cuando fuere necesario”.

 

 

4

 

Hay muchas maneras de entender equivocadamente. Una de ellas es emplear metáforas para comprender algo, luego olvidar que la dilucidación era sólo eso, una analogía, y así terminar entendiendo literalmente tal explicación. Al parecer, el ámbito de la neurociencia está plagado de este tipo de despistes. La doctora Lisa Feldman Barrett (Toronto, 1963) advierte que hoy día abundan seudoverdades que no son más que metáforas: “Si ha escuchado que el lado izquierdo de su cerebro es lógico y el lado derecho es creativo, eso es sólo una metáfora. También lo es la idea de que su cerebro tiene un ‘sistema 1’ para respuestas rápidas e instintivas y un ‘sistema 2’ para un procesamiento más lento y reflexivo… Su cerebro tampoco se ‘ilumina’ con la actividad, como si algunas partes estuvieran encendidas y otras apagadas. Su cerebro no ‘almacena’ recuerdos como archivos de computadora para ser recuperados y abiertos más tarde” (Seven and a Half Lessons About the Brain, 2021). ¿Ah, no? ¿Entonces? “Un cerebro no almacena recuerdos como archivos en una computadora; los reconstruye a demanda con electricidad y un torrente de químicos. A este proceso lo llamamos ‘recordar’, pero en realidad se está ensamblando.” Es decir —¡y aguas!, voy a usar una metáfora—, en la cabeza no tenemos nada parecido a un disco duro (memoria ROM); nuestro cerebro trabaja sólo con memoria RAM (Random Access Memory). Todo recuerdo se ensambla en tiempo real…, soñando incluso.

 

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