Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 29 de abril de 2022

Odio, íd; odio ido: el suicidio de los zombis

 

Quemados

 

No odies a tu enemigo,

porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo.

Jorge Luis Borges, Fragmentos de un evangelio apócrifo.

 

Las diputadas y los diputados, federales todas y todos, 223 en total, que el pasado domingo 17 de abril votaron en contra de la reforma eléctrica propuesta por el presidente López Obrador han declarado ser víctimas de una campaña de odio. En concreto, se refieren a que no les parece nada bien que se les llame “traidores a la patria”. Además, sostienen que la supuesta operación fue orquestada desde Palacio Nacional y las oficinas de Morena. Los señores legisladores y las señoras legisladoras —las bancadas en pleno del PAN, el PRI, el PRD y MC— han contado con el respaldo de otras voces opositoras al gobierno. Así, por ejemplo, el novelista Francisco Martín Moreno tuiteó un afiche que, a la letra, dice: “Alto al odio. No a la violencia entre mexicanos”. Se trata del mismo ciudadano consciente que hace apenas unos meses, durante una etrevista, le dijo a Pedro Ferriz: “… yo colgaba…, no colgaba, ¡quema vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo capitalino…! Y además otra cosa: quien vote por Morena… será también un traidor a la patria…” 

 

 

Repudio y odio

 

Hatred is like a long, dark shadow… It is like a two-edged sword.

When you cut the other person, you cut yourself.

The more violently you hack at the other person,

the more violently you hack at yourself.

Haruki Murakami, The Wind-Up Bird Chronicle.

 

Repudio y odio no son lo mismo. Repudiar, informa el diccionario de la RAE, significa rechazar algo, no aceptarlo. Odiar en cambio es tener antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. Lo que debemos destacar está al final de definición: odiar quiere decir necesariamente desear que le vaya mal a alguien. Yo, por mi parte, repudio a quienes considero, efectivamente, traidores a la patria. Repudio, pero juro que no odio. Y por favor no vaya a creer usted que vengo a darmelas aquí de blanca paloma, pero sucede que, como Václav Havel, en ese renglón anímico soy un discapacitado: “entre los numerosos defectos de mi carácter, no se encontrará, curiosamente, la capacidad de odiar” (Sobre la política y el odio. Ediciones Rialp, 2021).

 

El latín repudium, origen de la palabra repudio, quiere decir rechazo vergonzante o acto de rechazo hacia algo que causa vergüenza. De hecho, su raíz es el también latín pudet, provocar vergüenza, con el prefijo re, esto es, vuelta hacia atrás, vuelta al punto de partida. El uso bíblico de la palabra resulta ilustrativo. Dado que el matrimonio no es una relación indisoluble por naturaleza, según la ley mosaica, un marido podía en un momento dado repudiar a su esposa y, después, celebrar, si eso le venía en gana, nuevas nupcias con otra mujer. “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa torpe, le escribirá carta de repudio, y se la entregará en su mano, y despedirála de su casa” (Deuteronomio, 24). Uso la versión Reina Valera de 1909 porque en las traducciones actuales se cambia a “carta” o incluso “certificado de divorcio”. En igual sentido, por uno de los evangelios sabemos que Jesús dijo: “Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé carta de divorcio” (Mateo, 5:31). El repudio es pues un movimiento motivado y pensado, con el que se pretende lograr algo concreto.

 

El odio es otra cosa. De entrada es un sentimiento que, lógicamente, afecta más a quien lo experimenta que a quien va dirigido. A diferencia del repudio, que tiene un cometido, quien odia se regodea en experimentarlo: el odio es una copa que se mantiene siempre medio llena. “El odio es siempre difuso. Con exactitud no se odia bien. La precisión traería consigo la sutilieza, la mirada o escucha atentas… El odio se fabrica su propio objeto y lo hace a la medida” (Carolin Emcke, Contra el odio).

 

 

Gambito


Llamar “traidores a la patria” a los diputados y diputadas del PRIANrdMC expresa el repudio de quienes pensamos que el domingo actuaron en contra de los intereses del país. ¿Por qué? Sencillo: porque votaron en contra de la soberanía energética nacional —y, al menos el PRI, aceptándolo—. Llamar traidores a la patria a quienes votaron en contra de la soberanía nacional no es odio, es repudio y tiene un propósito específico: que su actuar tenga consecuencias electorales. 

 

El día 17 la oposición cayó en un gambito: no sólo votaron en bloque en contra de la soberanía nacional, sino que se pavonearon de hacerlo. Escuché de principio a fin toda la jornada legislativa. Conforme fue avanzando, fueron cayendo más y más bajo: burlas, amenazas, mentiras, insultos… Actuaron de forma porril, pendenciera. Más que no aprobar la reforma de AMLO, defendieron la reforma de 2013. Traicionaron, de nuevo, a la patria. Y ahora no lo hicieron en lo oscurito, sino a la vista de todos y vanagloriándose de hacerlo. Quedaron evidenciados. Quizá no lo entendieron ese día, pero el domingo se hizo añicos el mito del PRIMOR; se demostró indubitablemente que hoy existe algo que nunca habíamos tenido: división efectiva de poderes; el PRI se degradó al punto de convertirse en un patiño del PAN (el PRIAN, desde el domingo, es el PANRIP); se demostró la pobreza, ya no digamos parlamentaria, argumentativa e intelectual, de la mayoría de las voces de la oposición; sucedió el prodigio de que un zombie, el PRD, se suicidara; MC se desenmascaró; y, quizá lo que será más trascendente, quedó un aluvión de pruebas para demostrarle a los electores ingenuos que en las intermedias no votaron por contrapesos democráticos, sino por representantes de intereses contrarios a los de la Nación. Recomendar que no se vote por los traidores a la patria no es un acto de odio, sino de defensa propia.

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