Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 22 de junio de 2025

Freud desilusiona a Einstein

  

Freud y Einstein son dos de las personas que más han influenciado la mentalidad de los seres humanos contemporáneos.  Ambos ejercieron una influencia decisiva en la manera en la que la enorme mayoría de la gente entiende hoy el mundo. La cosmovisión hegemónica actual, casi global, no podría entenderse sin ellos. Al introducir el poderoso concepto de inconsciente —con el que enterró la creencia de un yo transparente y soberano—, Freud reformuló la concepción del individuo. Por su lado, con la teoría de la relatividad, Einstein revolucionó la forma en que concebimos el tiempo y el espacio, y por tanto la realidad concreta.

 

Claro, deberíamos considerar junto a Sigmund y Albert a dos Carlos: Darwin y Marx. El primero, con su teoría de la evolución de las especies, transformó radicalmente la visión de la naturaleza y derrumbó la idea de que el hombre había sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Mientras que, apuntalado en la dialéctica, a partir del materialismo histórico, Karl Marx redefinió la comprensión de la historia, la política y la economía.

 

Los cuatro fueron coetáneos: Darwin, Marx, Freud y Einstein estuvieron vivos al mismo tiempo durante tres años. Entre 1879 y 1882, el naturalista inglés tenía entre 70 y 73 años, el filósofo y economista alemán entre 61 y 64, el fundador del psicoanálisis entre 23 y 26, y el físico entre 0 (nació en marzo de 1879) y tres años. Además, los cuatro nacieron en un área relativamente compacta, que puede inscribirse en un radio de unos 700–750 kilómetros. Todos nacen en la región que va del centro de Inglaterra al sur de Alemania y la actual República Checa.


Aunque nunca intimaron, Freud y Einstein se conocieron. Cuenta James Strachey:

Freud y Einstein… se habían encontrado en una oportunidad, a comienzos de 1927, en la casa del hijo menor de Freud en Berlín. En una carta a Ferenczi…, decía Freud: “[Einstein] entiende tanto de psicología como yo de física, de modo que tuvimos una conversación muy placentera”.

También por Strachey sabemos que, en 1931, la Comisión Permanente para la Literatura y las Artes —órgano de la Liga de las Naciones— promovió un intercambio de correspondencia entre las figuras intelectuales más destacadas del orbe en ese momento, con el objetivo de abonar en favor del propósito fundamental de la Liga: mantener la paz mundial. Una de las primeras figuras a quienes se dirigieron fue Einstein, quien propuso a Freud como su dialogante. Así las cosas, en junio de 1932, contactaron a Sigmund Freud para invitarlo a participar; él aceptó. El intercambio epistolar fue publicado en marzo del año siguiente en París, y apareció simultáneamente en alemán, francés e inglés —lamentablemente, fue censurada en Alemania—.

 


La carta de Einstein a Freud está fechada en Caputh, cerca de Potsdam, el 30 de julio de 1932. El científico escribía que el problema más urgente era ya cómo evitar la guerra. Señaló que el avance de la ciencia ha hecho ese asunto de vida o muerte para la civilización. Reconociendo sus limitaciones para abordar los aspectos psíquicos del asunto, Einstein planteaba interrogantes que, creía, sólo un especialista en la vida pulsional —como Freud— podría dilucidar. Aludía a los obstáculos psicológicos que frustran la paz, y sugería que podrían existir métodos educativos ajenos a la política para superarlos. Sostenía que quizá una solución fuera la creación de una autoridad supranacional que resolviera los conflictos internacionales, pero admitía que tal organismo sólo funcionaría si las naciones renunciaran en parte a su soberanía, e identifica dos fuerzas que impiden esa renuncia: el afán de poder de las élites políticas, y los intereses de una minoría económica que se beneficia de la guerra, especialmente la industria armamentista. Luego plantea una pregunta clave: ¿cómo es que logra una élite arrastrar a la humanidad hacia la guerra? La respuesta, según él, está en el control ideológico ejercido sobre la prensa, la escuela y, a menudo, la Iglesia. Con todo, Einstein reconocía una realidad más inquietante: que en el ser humano existe un apetito latente de odio y destrucción, que, aunque normalmente dormido, puede ser fácilmente activado y amplificado hasta niveles de psicosis colectiva. Era en este punto donde esperaba que Freud pudiera ofrecer claves para comprender y quizás prevenir esa deriva destructiva. 

 

En su respuesta —fechada en Viena, en septiembre del 32—, Freud agradece la invitación de Einstein para reflexionar sobre cómo evitar la guerra. Se declara incompetente por tratarse de un asunto político, aunque comprende que su enfoque debe ser psicológico. Coincide con Einstein en que el conflicto entre derecho y violencia es clave, y argumenta que el derecho surge de la unión de los débiles para contrarrestar la violencia individual. 

 

Freud analiza el origen de la violencia en la naturaleza humana, destacando que, históricamente, los conflictos se han resuelta por la fuerza. El derecho, como poder comunitario, intenta regular esa violencia, pero las desigualdades internas y las guerras entre grupos han persistido. Aunque algunas conquistas crearon órdenes más amplios, las guerras siguen siendo devastadoras.  El neurólogo critica la Liga de las Naciones —la ONU-florero de su tiempo—, por carecer de poder real y confiar en ideales, algo insuficiente sin una fuerza coercitiva. Freud echa mano de su teoría pulsional: el ser humano tiene dos pulsiones básicas: Eros (amor/unificación) y Muerte (agresión/destrucción). La guerra sería una expresión de este último, y no puede eliminarse, sólo redirigirse mediante vínculos afectivos y culturales que fomenten la identificación entre las personas. Desde esta perspectiva, propone dos caminos para acotar la guerra:  fortalecer la identificación y el amor al prójimo —algo en lo que insistía mucho AMLO—, y educar una élite que guíe a las masas, evitando abusos de poder.  Sin embargo, reconoce que estos cambios son lentos y que la agresión es inherente al hombre, pero confía en que el desarrollo cultural y el miedo a guerras puedan impulsar el pacifismo. Finalmente, explica su repulsa personal a la guerra como resultado de la evolución cultural, que hace intolerable la violencia organizada.  

 

En suma, Freud entendía la guerra como un mal arraigado en la psique humana, pero no imposible de mitigar mediante la cultura y la razón, aunque sin garantías de éxito inmediato. De hecho, se despide diciendo: “… le pido me disculpe si mi exposición lo ha desilusionado”.

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