¿Un T-Rex bailando chachachá? Sí, mientras Triquitrán (Tin Tan) canta y cabriolea a Jade (Lilia del Valle), su curvilínea cavermango…
Estaré junto a ti toda toda la vida,
En las buenas, de bajada o de subida.
Y tendrás una cueva distinguida,
Con huesos de dinosaurio.
Y será caverna moderna,
Con luz y gas, con calefacción interna, por delante y por detrás.
Tendrá reloj moderno, que nos diga qué hora son.
Tendrá tocadiscos, radio y también televisión.
La escena ocurre en la primera película mexicana en la que podemos ver la coexistencia de seres humanos prehistóricos con dinosaurios: El Bello Durmiente (Gilberto Martínez Solares, 1952).
La difícil convivencia de humanos y dinosaurios no sólo ha sido tema de comedias. El subgénero de la paleofantasía es casi tan antiguo como el cine de ficción. Las primeras películas de fantasía datan de 1896 —La Fée aux Choux de Alice Guy y Le Manoir du Diable de Méliès—, mientras que Prehistoric Peeps, de 1905, de Lewin Fitzhamon, fue la primera película que llevó “dinosaurios” a la pantalla. En 1914 fue estrenada Brute Force (1914), de D. W. Griffith, en la que, con tintes melodramáticos, se recrea la vida de hombres primitivos enfrentados a los peligros de la naturaleza —entre otros, un enorme Ceratosaurus—. Al año siguiente se estrenaría The Dinosaur and the Missing Link, un cortometraje stop-motion realizado por Willis O'Brien —el mismo que poco después se encargaría de los efectos especiales que dieron vida a King Kong (1933)—. De 1940 data la magnífica One Million B.C., dirigida por Hal Roach y Hal Roach Jr —la trama, una suerte de Romeo y Julieta troglodita: el amor de Tumak, del clan de la Roca, y Loana, de los Concha, supera cualquier dificultad, incluso batallas cuerpo a cuerpo con fieros dinosaurios—. Pero la película de dinosaurios más exitosa de todos los tiempos no sería estrenada sino hasta la última década del siglo XX —la saga sigue generando millonarias ganancias—; ya no incluyó sapiens prehistóricos, nada más contemporáneos: Jurassic Park (Spielberg, 1993). Tomando en cuenta factores como relevancia histórica, popularidad, innovación técnica, éxito comercial y reconocimiento de la crítica, ¿cuáles fueron las películas de dinosaurios más destacadas entre 1940 y 1993? Pienso que al menos deberíamos considerar las siguientes:
- The Beast from 20,000 Fathoms (Eugène Lourié, 1953). Pionera del género de “monstruos atómicos” —inspiró a Godzilla (1954)—. Un dinosaurio reanimado accidentalmente por pruebas nucleares ataca Nueva York.
- Viaje a la Prehistoria (1955). Una imperdible obra maestra del checoslovaco Karel Zeman. Desde un enfoque científico, algo inusual en el género, combina actores reales, stop-motion, maquetas y paisajes pintados.
- El remake de 1966 de One Million B.C. (Don Chaffey), protagonizado por Raquel Welch, quien se posicionó como un icono sexy sesentero.
- El western El Valle de Gwangi (Jim O'Connolly,1969). Un grupo de vaqueros captura un Allosaurus para exhibirlo en un circo, con resultados, claro, calamitosos.
- When Dinosaurs Ruled the Earth (Val Guest, 1970). La película se narra casi por entero visualmente, con diálogos mínimos en “lenguaje cavernícola”.
Resulta indiscutible que, desde Prehistoric Peeps hasta las películas de la serie Jurassic Park, los dinosaurios y su imposible convivencia con los seres humanos han formado parte importante del imaginario colectivo de la cultura de masas de Occidente, especialmente en su dimensión visual —poco ha colaborado en ello la literatura—. Con todo y el gran éxito de las superproducciones de Spielberg, creo que William Hanna y Joseph Barbera han sido quienes han hecho una contribución más profunda al imaginario colectivo en lo que toca a la familiaridad con la que hoy vemos a la fauna jurásica. Por supuesto, me refiero a la serie televisiva de dibujos animados The Flintstones, que comenzó a transmitirse en 1960 —aunque las caricaturas originales ya no se producen, la franquicia continúa activa, expandiéndose con nuevas producciones y una gama de productos—. Sea como haya sido, el hecho de que hoy día los dinosaurios nos resulten tan de nuestro mundo resulta algo insólito, toda vez que el último de ellos dejó de existir muchísimo tiempo antes de que los primeros de nosotros aparecieran en la Tierra: la extinción de los dinosaurios ocurrió hace 66 millones de años, mientras que el homo sapiens surgió de la cadena evolutiva hace apenas 0.3 millones de años.
No sólo nos separan de los dinosaurios más de 65.5 millones de años; además, la mayor parte de nuestra existencia genérica la pasamos sin saber de su existencia. La paleontología es una disciplina muy joven: los primeros fósiles de dinosaurio se identificaron y describieron en el siglo XIX, cientos de miles de años después del surgimiento de nuestra especie. Así que, durante la vasta mayoría de nuestra existencia como especie, los restos de dinosaurios que la gente llegaba a encontrar no podían ser explicados o bien se creía que pertenecían a criaturas mitológicas. De hecho, la palabra dinosaurio es muy reciente.
Fue apenas en 1841, durante una reunión en casa del geólogo William Buckland, cuando el biólogo Richard Owen sugirió por primera vez que ciertos fósiles encontrados en Inglaterra —el Megalosaurus hallado por Buckland, y el Iguanodon y el Hylaeosaurus por Gideon Mantell— podían agruparse en una misma categoría. Un año más tarde, en su informe para la British Association for the Advancement of Science, Owen acuñó el término Dinosauria, que en griego significa “lagartos terribles”. De ese modo, lo que hasta entonces eran hallazgos aislados pasaron a ser reconocidos como un grupo de animales extintos, inaugurando no sólo un campo de investigación científica, sino también una rica cantera de imágenes para la cultura popular. Ahora, si bien para los naturalistas victorianos los dinosaurios pertenecían a un “mundo anterior”, no tenían ni idea de qué tan antiguos eran realmente. Comprendían que se trataba de criaturas arrancadas de un espesor de tiempo que sólo podía entenderse con palabras —eras sin medida, antigüedad inconcebible, profundidades geológicas—. Owen y sus contemporáneos leían en las rocas una secuencia ordenada (estratos, superposiciones, cambios de faunas), pero sin unidades numéricas de medida. Sabían que aquellos huesos provenían de un estrato muy distante de cualquier memoria humana y aun de toda mitología, pero no podían decir cuántos años los separaban de nosotros. La datación radiométrica deportaría a esas bestias colosales varias decenas de millones de años antes de nuestra aparición en el planeta, pero la iconografía nos los devolvió. La distancia de 65.5 millones de años es una cifra que excede nuestra comprensión intuitiva; es una profundidad geológica y temporal que sólo puede ser aprehendida en palabras y teorías científicas. Sin embargo, en un giro fascinante y profundamente humano, nuestra cultura de masas ha domesticado a lo inconmensurable. La ciencia nos dio la palabra para nombrar a los "lagartos terribles" de una era lejana, y el cine y la televisión los convirtieron en mascotas, en villanos, en monstruos o en íconos cotidianos. La paradoja de nuestra relación con los dinosaurios radica precisamente en esto: son el testimonio de una extinción cósmica, de la vastedad del tiempo y de la insignificancia humana, pero al mismo tiempo se han convertido en una parte entrañable y humana de nuestro mundo, en un eco de la naturaleza que hemos aprendido a escuchar a través de la imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario