Si estás entre quienes observan que cada
vez hay menos niños y niñas, tu percepción no te está engañando. En la calle,
en las reuniones familiares, en los parques y a bordo del transporte público,
el fenómeno es ya notorio. Por donde yo circulo —y me muevo generalmente a pie,
en bicicleta y en transporte público—, cada vez uno puede toparse con menos
infantes y cada vez con más perros.
Hace unas semanas el INEGI publicó las
estadísticas de nacimientos registrados durante 2024, así que tenemos
información para saber qué tanto lo que uno ve en el día a día corresponde o no
con una tendencia nacional.
Primero un poco de contexto… Durante varias
décadas, el mundo tembló frente a la amenaza de la explosión demográfica. Como
lo oyen, “explosión demográfica”. Seguramente a los más jóvenes ya no les dice nada
esa frase. A ellos y ellas les cuento… Abundaba la raza que soñaba, en plan
pesadilla aterradora, que no tardábamos en tener que comer
galletitas verdes, es decir, comernos entre nosotros para poder sobrevivir
porque éramos demasiados. En 1968, el biólogo Paul Ehrlich publicó “La Bomba P”
(The Population Bomb), un libro que vendió más de dos millones de
ejemplares y advirtió que el crecimiento descontrolado de la población
conduciría inevitablemente a hambrunas masivas en los años setenta y ochenta. Neomaltusianismo
puro y duro… Cuatro años después, en 1972, el Club de Roma publicó Los
límites del crecimiento, un informe de expertos que reforzaba el temor al
agotamiento de los recursos naturales por culpa de nosotros, los demasiados
seres humanos. Durante más de dos décadas, desde los años sesenta hasta los
ochenta, el miedo predominante en el mundo desarrollado era que ya había —y
habría— demasiada gente en el planeta. Y
sí, entre 1968 y 1980 la población de sapiens en la Tierra pasó de 3.55 mil
millones, es decir, 3.55 millardos, a 4.44 millardos, o sea, en esos 12 años, la humanidad creció en torno
a 900 millones de personas, lo que equivale a un aumento cercano al 25%, esto
es, un demonial. Pero, ¿algo que el planeta y nosotros mismos no pudiéramos
soportar? Bueno, pues, ahora mismo somos ya más de 8.25 millardos de humanos y
que yo sepa nadie tiene que comer galletitas verdes. Más, actualmente en 2025
la obesidad es un problema de salud pública mucho más generalizado en el orbe
que el hambre. Los seres humanos producimos hoy suficiente alimento para todos.
La FAO y el Programa Mundial de Alimentos coinciden en que el problema no es la
producción sino la distribución desigual. En 2025 hay más personas con
sobrepeso u obesidad, alrededor de 2.6 mil millones, que gente con
insuficiencia alimentaria crónica, menos de 740 millones.
¿Y en cuanto al espacio? ¿Realmente somos
muchos? Miren, si todos los humanos viviéramos con la misma densidad de
población que reporta China (150 habitantes por kilómetro cuadrado),
necesitaríamos unos 55 millones de kilómetros cuadrados de territorio, es
decir, poco menos de un tercio de toda la tierra firme del planeta. ¡Quedarían
dos tercios deshabitados! No faltará quien se imagine que vivir con una
densidad de 150 habitantes por kilómetro cuadrado (habs/km²) sería complicado o
incluso poco deseable. Pues no creo que piensen lo mismo en Dinamarca, en donde
viven exactamente en la misma proporción de 150 personas por cada kilómetro
cuadrado, y menos en Italia o en Alemania, en donde se registra una densidad poblacional
de 200 y 241 habs/km², respectivamente. O por ejemplo, ¿ustedes creen que en
Suiza vivan muy mal? Bueno, ese país europeo reporta una población relativa de 227
habs/km², y si toda la humanidad viviera en esas condiciones espaciales nos bastarían
unos 36 millones de kilómetros cuadrados , es decir, una cuarta parte de la
tierra firme del planeta.
Hoy, medio siglo más tarde, nadie habla del
aumento poblacional con espanto, la dichosa explosión demográfica es un
fantasma descontinuado, y más bien el péndulo ha oscilado hacia el extremo
opuesto. Las alarmas ya no suenan por exceso de población, sino por su colapso.
Corea del Sur registró en 2024 una tasa de fertilidad de 0.75 hijos por mujer,
la más baja del mundo, y declaró una emergencia nacional demográfica. Japón vio
caer su población en casi un millón de personas en un solo año, con 686,061
nacimientos frente a casi 1.6 millones de muertes. Italia alcanzó un mínimo
histórico de fertilidad (1.18) y enfrenta lo que sus autoridades llaman un “invierno
demográfico”. España, con una tasa de 1.16, ha sido descrita por algunos
analistas como un país “en camino a la extinción voluntaria”. En general, en Europa
las cifras son desoladoras: Alemania (1.35), Francia (1.62), Polonia (1.10),
Finlandia (1.25). Todos ellos reportan, pues, tasas por debajo de la tasa de
reemplazo de 2.1 hijos por mujer necesaria para mantener una población estable.
El fantasma que recorre el mundo ya no es el de la sobrepoblación, sino el del
envejecimiento acelerado, el colapso de los sistemas de pensiones, la escasez
de mano de obra y el estancamiento económico por falta de consumidores. América
Latina, que durante mucho tiempo mantuvo tasas de natalidad relativamente
altas, tampoco escapa a esta tendencia. La región tiene una tasa promedio de
1.8 hijos por mujer, por debajo del nivel de reemplazo. Países como Puerto Rico
(0.88), Chile (1.03), Colombia (1.06), Argentina (1.16) y Uruguay (1.19) ya
están entre los de menor fertilidad del continente. Y México, nuestro país, se
encuentra justo en medio de esta transformación demográfica global. Este es el
contexto en el que debemos leer las estadísticas de nacimientos registrados en
México durante 2024.
Resulta que a lo largo de todo 2024, en
todo México se contabilizaron 1'672,227 nacimientos registrados. ¿Pocos,
muchos? Bueno, depende con qué comparemos la cifra. Podemos decir que la
cantidad de seres humanos recién incorporados al mundo en territorio mexicano
durante los 365 días del año pasado es superior a la población total de países
enteros, como Guinea Ecuatorial, Trinidad y Tobago o Bahréin. O para no echar
la vista muy lejos: resulta que el número de bebés registrados el año pasado en
el país supera a la población total de varios estados de la República Mexicana,
como Colima, Campeche y Baja California Sur, en los cuales, en cada uno, radica
menos de un millón de personas, o Nayarit (1.3 millones de habitantes),
Tlaxcala (1.4 millones) y Aguascalientes (1.5 millones). Digamos que durante
2024 se sumó a la población total de nuestro país, por vía nacimientos, tanta
gente, en este caso nueva, como la población total de Zacatecas.
También podemos decir, como para darnos una
idea, que, en promedio, hubo 4,568 nacimientos diarios en México durante el año
2024, esto es, 190 nacimientos por hora durante todo el año, casi 4 nacimientos
por minuto. Cuenta 19 segundos: 1, 2, 3, 4... 17, 18, 19 y ahí está el llanto
de un recién nacido. De inmediato, comienza de nuevo, sin detenerte, cuenta 19
segundos: 1, 2, 3, 4... 17, 18, 19 y el llanto de un recién nacido. Y así, sin
pausa, durante todo 2024. Pero de nuevo, ¿debemos considerar ese monto de bebés
mucho o poco?
Pues resulta que, con ese número de
nacimientos registrados, repito: 1'672,227, la tasa de nacimientos registrados
en 2024 por cada mil mujeres en edad fértil, es decir, mujeres de 15 a 49 años,
fue de 47.7, lo cual se traduce en una disminución de 4.5 puntos respecto al
año previo, 2023. No se confundan: 4.5 puntos puede no sonar a mucho, incluso
poco, pero es una caída fuerte, acelerada. Miren, resulta que, en números
absolutos, observamos que en 2023 se registraron 1'820,888 nacimientos en
México, o sea, 148,661 niños menos en solo un año.
Quizá esta cifra no parezca demasiado alta,
pero demos un paso atrás para tomar un poco más de perspectiva... ¿Cuántos
nacimientos crees que se registraron en México justo hace diez años, en 2014?
¿Más o menos? Obviamente, entonces nuestra población era menor. Bueno, en 2014
se registraron en México 2'463,420 nacimientos, es decir, 791,193 más que el
año pasado. Ya no se ve tan menor el monto, ¿verdad? Hablamos de una caída de
más de 32% en apenas una década.
En 2015, de acuerdo con la Encuesta
Intercensal realizada por el INEGI justo hace diez años, la población total de
México ascendía a 119.9 millones de personas. El mismo año, según los registros
vitales publicados por el propio Instituto, se registraron 2'353,596
nacimientos. En 2024, nuestra población ya superaba los 130 millones de
habitantes. Así que si comparamos 2015 contra 2024, resulta que en menos de
diez años, con más de diez millones de personas adicionales, en México
ocurrieron 681,369 nacimientos menos. Claro, la diferencia en las respectivas
tasas de nacimientos registrados es abismal: 70.1 contra 47.7 por cada mil
mujeres en edad fértil. Sin duda, cada vez se apersonan menos nuevos seres
humanos en el territorio nacional de México, y la tendencia se está acelerando.
Lo que resulta particularmente revelador en
las estadísticas de 2024 es la composición etaria de las madres. Si observamos
con detenimiento los datos, encontramos que cada vez menos mujeres jóvenes
están teniendo hijos. Las madres menores de 20 años representaron apenas 12.9%
del total de nacimientos registrados: las menores de 15 años, sólo 0.36%; y las
de 15 a 19 años, 12.53%. Es decir, la maternidad adolescente, que hace apenas
unos años era mucho más común, está disminuyendo de manera sostenida. Los grupos
de edad que concentran la mayor proporción de nacimientos son ahora los de 20 a
24 años (23.88%) y 25 a 29 años (22.59%), es decir, casi la mitad de todos los
nacimientos corresponden a madres en sus veintes. Las mujeres de 30 a 34 años
aportan 17.50% de los nacimientos, mientras que las mayores de 35 años en
conjunto apenas suman alrededor de 11%.
Lo que estas cifras nos dicen es que las
mujeres mexicanas están retrasando cada vez más la decisión de tener hijos, y
cuando lo hacen, tienen menos. La maternidad ya no es un destino temprano e
inevitable, sino una elección que se pospone para edades más avanzadas, cuando
se han logrado ciertos niveles de educación, estabilidad laboral o madurez
personal. Y aun así, después de todo, muchas optan por no tener hijos o por
tener menos de los que quizá hubieran tenido sus madres o abuelas. Ojo, y no
hablo de las parejas, hablo de las mujeres, quienes son a final de cuentas las
que traen o no hijos al mundo.
Por supuesto, el cambio de la dinámica
demográfica no se da parejo a lo largo y ancho del territorio nacional:
mientras que la tasa de nacimientos registrados en Chiapas fue de 86.7, en la
Ciudad de México, entidad en la que yo resido y veo a tan pocos niños y niñas,
es de apenas 32.8, esto es 15 puntos por debajo del promedio nacional. Para que
se den una idea de la magnitud de esta brecha: en Chiapas nacen 2.6 veces más
niños por cada mil mujeres en edad fértil que en la Ciudad de México. Son dos situaciones
completamente distintas dentro del mismo país. La tendencia es clara: en 2024,
únicamente en tres estados del país se observan tasas de nacimientos
registrados por arriba de 58 por cada mil mujeres en edad fértil: Chiapas
(86.7), Durango (58.9) y Nayarit (58.6). En el extremo opuesto, las tasas más
bajas corresponden a la Ciudad de México (32.8), Yucatán (38.1) e Hidalgo
(38.3). Y, ojo, en el grupo de entidades con tasas bajas se encuentra el Estado
de México, la entidad más poblada del país, donde vive una de cada siete
personas que habitan el territorio nacional.
Las diferencias por entidad federativa
también se observan claramente cuando analizamos los nacimientos de madres muy
jóvenes, aquellas entre 10 y 17 años. A nivel nacional, se registraron 89,527
nacimientos de madres en este grupo de edad, lo que representó una tasa de 10.1
nacimientos por cada mil mujeres de ese rango. Pero las variaciones estatales
son enormes. Chiapas, nuevamente, encabeza la lista con una tasa de 19.4, casi
el doble del promedio nacional. Le siguen Oaxaca y Michoacán, ambos con 12.8; Puebla,
con 12.5; y Guerrero, con 12.2. En contraste, en la Ciudad de México la tasa es
de solo 5.2, menos de la mitad del promedio nacional; y en Quintana Roo y Nuevo
León, de apenas 6.3. Estas diferencias reflejan no solo disparidades
económicas, sino también culturales, educativas y de acceso a servicios de
salud reproductiva.
Lo que vemos, entonces, es un país
profundamente dividido en términos de su dinámica demográfica. Por un lado,
estados como Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Michoacán mantienen patrones de alta
fecundidad, maternidad temprana y familias numerosas. Por el otro, entidades
como la Ciudad de México, Nuevo León, Yucatán y el Estado de México están
convergiendo rápidamente hacia modelos de baja natalidad, maternidad tardía y
familias pequeñas. Esta divergencia no es menor: tiene implicaciones importantes
para el futuro del país, desde la distribución de recursos educativos y de
salud hasta la composición del mercado laboral y los sistemas de pensiones.
Y mientras tanto, en las calles de la
Ciudad de México, sigo viendo más perros que niños en las carriolas. No es una
ilusión, no es una anécdota aislada: es el reflejo palpable de una
transformación demográfica sin precedentes. México se está volviendo un país
más viejo, más urbano, y con menos niños. Las familias se están achicando, cada
vez más mujeres están eligiendo caminos distintos al de la maternidad, y la
sociedad está cambiando de forma acelerada.
Quizá dentro de unos años, cuando alguien
vuelva a notar que hay más perros que niños en los parques, ya no lo diga con
sorpresa, sino con nostalgia y melancolía. Porque lo que hoy presenciamos —esa
transformación silenciosa de las calles, de las familias, de las edades— no es
sólo una cuestión de estadísticas: es un cambio en la textura misma de la vida
social. México se está reescribiendo demográficamente, y en esa nueva historia,
el ruido de los columpios vacíos pesa tanto como el de los semáforos que cambian
frente a una ciudad que envejece. No es el fin del mundo, pero sí el fin de una
época.
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