Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 26 de octubre de 2025

Idealismo, locura y verdad

  

Karl Marx (1818-1883) le dedicó su tesis doctoral al papá de su novia:

Usted, mi amigo paternal, fue siempre para mí un argumentum ad oculos [prueba visible] de que el idealismo no es un producto de la imaginación, sino de la verdad.

Las palabras del joven Karl —entonces tenía 23 años— no expresan un oxímoron, aunque sí una tensión conceptual cercana a la paradoja. La tensión entre imaginación y verdad funciona dialécticamente: se afirma que el pensamiento idealista no inventa, sino que descubre lo verdadero.

 

En su tesis doctoral —Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro—, quien habría de convertirse en el pensador más influyente del materialismo histórico presentaba la filosofía de Epicuro (341 a. C. – 270 a. C.) como una crítica frontal al determinismo fatalista de Demócrito (c. 460 –370 a. C.). Marx defende la idea de que la filosofía de la naturaleza de Epicuro es superior a la de Demócrito por la idea del clinamen, la desviación espontánea del átomo. Demócrito defendía un determinismo mecánico regido por la Necesidad, mientras el clinamen —sin el cual los átomos caerían en líneas paralelas sin encontrarse nunca, imposibilitando la formación de los cuerpos— actúa como la indeterminación del átomo, como la ley interna de la materia que rompe el fatalismo y sienta el fundamento ontológico de la irrupción de la autoconciencia y la libertad. Marx utiliza a Epicuro para establecer un materialismo dialéctico.

 

 

 

 

Publicada en 1970 en Leningrado —hoy San Petersburgo— por la editorial soviética Nauka, Demokrit: Teksty, Perevod, Issledovaniya —Demócrito: textos, traducción e investigaciones— es considerada la obra más completa y sistemática jamás realizada sobre la vida, la doctrina y la recepción del filósofo de Abdera. El filólogo e historiador bielorruso Solomon Luria (1891–1964) dedicó más de cuarenta años a reconstruir el pensamiento de Demócrito, cuyas obras originales se perdieron casi por completo. Luria reunió, clasificó y tradujo al ruso todos los fragmentos conocidos y los contextualizó con un vasto aparato crítico, acompañado de un extenso estudio introductorio sobre el atomismo, su influencia en Epicuro y la transmisión del corpus democriteo. El libro fue editado póstumamente por los colegas de Luria del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS —hasta ahora, el libro sólo ha sido traducido al italiano y al inglés—. En una época en que el materialismo dialéctico dominaba el horizonte filosófico soviético, la obra de Luria no fue un mero trabajo académico, sino también una reivindicación: el intento de devolverle voz al primer pensador que concibió un universo hecho de átomos y vacío. 

 

 

 

 

En su Vida de don Quijote y Sancho, Miguel de Unamuno (1864-1936) cuenta que Hipócrates viajó a Abdera a curar de locura a Demócrito, y que luego de hablar un rato con él concluyó que no era un loco sino un sabio. ¿De dónde saca esta anécdota?

 

El episodio no es verídico, al menos no desde el punto de vista histórico. Aunque Heródoto de Halicarnaso (c. 484 – 425 a. C.) fue efectivamente contemporáneo de Demócrito (c. 460-370 a.C.), el historiador no menciona esta anécdota en sus Historias. De hecho, no existe evidencia histórica confiable de que Hipócrates y Demócrito se hayan conocido realmente. Se trata de un relato apócrifo que pertenece al género de la pseudoepigrafía antigua. La anécdota tiene su origen en un conjunto de cartas atribuidas a Hipócrates —Cartas del Pseudo-Hipócrates—, en realidad escritas entre el siglo I a. C. y el siglo I d. C., es decir, varios siglos después de la muerte de Demócrito e Hipócrates. Las cartas que compilan la narrativa completa del supuesto encuentro entre Hipócrates y Demócrito son las numeradas del 10 al 17 en la edición de Littré del siglo XIX. Los pobladores de Abdera escriben a Hipócrates pidiéndole que acuda a curar al filósofo, quien, según ellos, había enloquecido porque se reía de todo constantemente y se dedicaba a disecar animales para estudiar la bilis causante de la locura. Cuando Hipócrates finalmente visita a Demócrito, lo encuentra escribiendo un tratado sobre la locura. Tras conversar con él, el médico concluye que el filósofo no está loco, sino que es el hombre más sabio, y que su risa es la respuesta razonable ante la locura colectiva de la humanidad.

 

 

 

 

El suegro de Marx era un romántico embebido de cultura clásica y un hombre hondamente intimado con la filosofía idealista alemana —Kant, Fichte, Schelling y Hegel—. El señor se llamaba Ludwig von Westphalen, en 1841 tenía 70 años y estaba muy enfermo. En el último párrafo de la misma dedicatoria, Karl agregaba:

No necesito orar por su bienestar físico. El Espíritu es el gran médico versado en magia, a quien usted se ha confiado.

Seguramente el tal Espíritu era el hegeliano; pero quien haya sido, al parecer no juzgó pertinente intervenir: Ludwig von Westphalen fallecería un año después. Johanna Bertha Julie von Westphalen, Jenny, y el doctor Karl Heinrich Marx contraerían nupcias en 1843.

 

 

 

 

Cervantes (1547-1616) no menciona la historia de Hipócrates y Demócrito en el Quijote, aunque sí hace algunas referencias indirectas a la locura ambigua del protagonista que recuerdan el patrón de esta anécdota. Por ejemplo, en el capítulo 30 de la primera parte, el cura describe a don Quijote de la Mancha diciendo:

… fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si se le trata de otras cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino de muy buen entendimiento.

 

 

 

 

En su tesis, Marx cuenta que, según Demetrio y Antístenes, Demócrito viajó a Egipto, Persia, el Mar Rojo, India y Etiopía para estudiar geometría con sacerdotes, convivir con caldeos y gimnosofistas, impulsado su insatisfacción y su insaciable deseo de aprender. Enseguida, más que dialéctico casi poético, escribe:

El saber que él tiene por auténtico es vacío; el que le ofrece un contenido carece de verdad. La anécdota de los antiguos puede ser una fábula, pero es verdadera en cuanto expresa la contradicción de su naturaleza.

Y luego, citando como fuente a Cicerón (siglo I a. C.), refiere que Demócrito se habría privado a sí mismo de la vista para que el entendimiento no se oscureciera en él. Esta otra historia es también leyenda filosófica, no un hecho histórico. La anécdota seguramente fue inventada para simbolizar la epistemología atomista que privilegiaba el conocimiento racional sobre el sensible. Pero, de nuevo, no es simplemente una falsedad. Como el propio Marx dice, puede ser una fábula, pero es verdadera en cuanto a lo que expresa.

 

Todo idealismo, incluso el de un materialista, llevado a su extremo, roza la locura, quizá porque se atreve a tomar en serio la verdad. Demócrito se reía de los demás y lo llamaron demente; Hipócrates lo escuchó y comprendió que la locura residía en los demás. Don Quijote enloqueció de tanto leer verdades imposibles, y Marx comprendió perfectamente que muchas verdades tienen que ser develadas en forma de ficciones. Entre la risa de Abdera, los molinos de La Mancha y la comprensión materialista de la realidad, acaso toda búsqueda de la verdad pase por ese mismo riesgo: el de parecer insensata ante los ojos del mundo. La cordura colectiva protege del pensamiento; la locura solitaria, a veces, lo engendra. La locura no siempre es el extravío de la razón: a veces es su consecuencia más honesta. 

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