Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 9 de julio de 2016

México: el uso ilegítimo de la violencia

Dos dedos de frente y un puñado de datos duros son suficientes para darse cuenta de que la dinámica del mundo indubitablemente enfila hacia un maremágnum de calamidades. Así que no nos hagamos: ser pesimista hoy no tiene ningún mérito. El chiste está en aceptarlo, primero, y luego en no evadirse. Eso, ya no cualquiera, porque el pesimismo no suele ser mudo —un pesimista reservado es una aberración—, y en medio del desastre nadie resulta más odioso que quienes se dedican a relatar la desventura colectiva. Por eso, pese a lo que cotidianamente nos espeta la realidad, la mayoría prefiere declararse optimista. La evidencia dicta: nos está llevando el diablo, pero la gente sonríe y suspira: Nos va a ir mejor, hay que echarle ganas…

El pensador florentino Giovanni Sartori (1924) no tiene un pelo de optimista. Confiesa que su más reciente libro —ojalá que no sea el último—, se iba a llamar Carrera hacia la ruina. Se trata una antología de ensayos descaradamente pesimistas pero bien intencionados —“el pesimismo es peligroso si nos lleva o induce a la rendición; pero el mal lo hace el optimismo o el ‘tranquilismo’ que conducen a no hacer nada”—, que terminó por titularse La carrera hacia ningún lugar. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro (Taurus, 2016). En el segundo texto, en el que despotrica contra la noción marxista de revolución violenta, Sartori subraya una estupidez que, en la medida en la que se ha generalizado, nos ha perjudicado: tomar por buena la definición de Estado como el detentor del monopolio de la violencia. Botón de-muestra: a lo largo de toda la semana pasada, en la página inicial del sitio web de Milenio, se pudo leer una pregunta tramposa bajo el pórtico de su tribuna: “¿Cómo debe ejercer la violencia el Estado?” El cuestionamiento da por sentado que no hay alternativa: tejones porque no hay liebres, y luego en el texto de presentación se resalta la fatalidad: “Lo sabemos desde siempre: estamos en el país en donde la policía le regresa las pedradas a los manifestantes o los remata a patadas en el piso…” De nuevo: la ley de Herodes, o te chingas o te jodes, “desde siempre”. 

Para empezar, Sartori sostiene que la alabanza de la violencia no es una concepción arquetípica ni tradicional, ni siquiera con raíces profundas; recuerda que incluso su paisano Maquiavelo pensaba que sólo en determinadas circunstancias hay que usarla, pero como un mal necesario, jamás como un bien. “Que la historia ruge de violencia y de sangre es desgraciadamente cierto. Pero el elogio de la violencia, la idea de que la violencia es no sólo necesaria sino también redentora no es anterior a las Reflexiones sobre la violencia de Georges Sorel”. Se refiere al libro publicado apenas en 1908 por el sindicalista francés Georges Eugène Sorel (1847-1922), en el que se defendía la tesis de que la única vía que tenía el proletariado para ganar la lucha de clases era una revolución violenta y catastrófica.

La noción de violencia positiva se propagó a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Luego, durante los años sesenta y setenta, los conceptos de fuerza y violencia se fueron igualando: “para nublar la distinción, se empezó traduciendo mal, o comprendiendo mal, a Max Weber. Su conocidísima definición del Estado lo convierte en el ‘monopolio del uso legítimo de la fuerza física’. Admitamos que la traducción puede ser también ‘monopolio del uso legítimo de la violencia’. Aun así, ¿cómo ignorar la calificación de ‘uso legítimo’? Uso legítimo es subordinación de la fuerza y/o de la violencia al Estado de derecho y a la judicialización de la política”. Valga aquí una explicación con peras y manzanas: ni desaparecer jóvenes ni matar manifestantes a balazos califica como uso legítimo de la fuerza física… Ahora bien, la diferenciación entre fuerza y violencia, el punto que el italiano quiere enfatizar, no es formal: “se entiende que la fuerza, o mejor, el uso de la fuerza puede derivar en violencia, pero como el hielo que se disuelve en agua, así también la fuerza que se transforma en violencia se convierte en violencia. Violencia es una forma brutal de hacer daño; la fuerza de por sí, no. La fuerza manda, impone, subordina; la violencia agrede, hiere, destruye. La fuerza es una vis coactiva compatible con el estado de paz; la violencia caracteriza el estado de guerra. El Estado que me impone sus leyes y que, si las violo, me detiene, me lleva a los tribunales y me condena (con procedimientos judiciales concretos) es ‘fuerza’, mientras que el agresor que me pone un cuchillo en la barriga, el asesino que me lincha son ‘violencia’”.

Después de reflexionar con Giovanni Sartori sobre la diferencia entre violencia y fuerza, y después de recordar la definición precisa de Weber del Estado —detentor del monopolio del uso legítimo de la fuerza física—, resultará transparente la atroz situación que vivimos en nuestro país con sólo traer a cuento el título del análisis recién publicado por OpenDemocracy: “Violencia sin justicia en México: la guerra y sus consecuencias”. Escrito por la socióloga Gema Santamaría, es un texto pulcro y certero, de obligada lectura. Enseguida, el núcleo de la ponderación que se plantea acerca del actual momento mexicano: “la guerra desencadenada en México es una guerra civil contra y entre ciudadanos,  de consecuencias demoledoras”… ¿Ven? Ser pesimista hoy no tiene ningún mérito.

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