Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 3 de agosto de 2019

1971: dos mapas


Ay Patria, Patria,
ay Patria, cuándo
ay cuándo y cuándo,
cuándo
me encontraré contigo?
Pablo Neruda
(Premio Nobel de Literatura 1971)







… los pañuelos Kleenex son más suaves, más prácticos que los pañuelos de tela, y más absorbentes, por eso: todos los días son días de Kleenex.


Seguramente yo no me daba cuenta de casi nada, o al menos no lo recuerdo. No lo recuerdo, pero durante aquel verano la ciudad debió de andar muy nerviosa. Yo no. Acababa de terminar la preprimaria, y a lo largo de todo el período vacacional, dilatado y de paso pachorrudo, ni siquiera alcancé a percibir atisbo alguno de los riesgos a los que habría de enfrentarme en septiembre, cuando entrara a la primaria. Muchas veces trazando enrevesadas pistas de carreras en la sala-comedor de mi casa, a veces absorto en los giros de un trompo o en el ir y venir de un yoyo, otras atrapado en la pantalla de la televisión, mis días pasaban lentísimamente en el confortable encapsulamiento de mi párvula rutina.  Bajo los alones de mi madre y de mi abuela, vivía resguardado de la historia, al margen de los asuntos de casi todos los demás y dispensado de cualquier responsabilidad.


Juan Gabriel, autor e intérprete de “No tengo dinero”, y actualmente goza del favor de la juventud [sic], refrenda su éxito cantando su nueva composición, “Me he quedado solo”, que pronto ustedes también cantarán. Estas dos canciones y otras más están incluidas en este disco RCA de larga duración, “El alma joven de Juan Gabriel”.


El presidente era Echeverría, y en junio, el jueves 10, en las calles aledañas al metro Normal, un montón de matones entrenados y pagados por el gobierno, coludidos con la policía, masacraron a más de un centenar de estudiantes indefensos. La prensa inventó que todo se había tratado de un pleito entre los jóvenes y ocultó la matanza. En los días siguientes, el oleaje represivo embraveció. En 1971, la edad mediana en el Distrito Federal era apenas de 17 años —hoy es de 34—, así que la mayoría de las personas debió de andar con miedo por las calles. Igual que había sucedido tres años atrás, los adultos no exigieron cuentas al gobierno. Diez días después del Halconazo se transmitió el primer episodio de un nuevo personaje de Chespirito, El Chavo del 8; en el último parlamento, el Chavo le dice a la Chilindrina: “A los papás que se portan mal se los lleva el ropavejero”.


Dibujos animados: en un sillón reclinable, un señor entrado en carnes se dispone a leer el periódico, y, ¡plop!, recibe un destapacañazo en la pelona. Enseguida, una turbamulta de escuincles lo asedia jugando indios contra vaqueros, y lo amarra… ¡No se apure!, la cosa es sencilla: busque… jaulas en la Sección Amarilla. Ahorre tiempo, dinero y esfuerzo… Entonces aparece, enjaulada, no la bola de chamacos latosos, sino una cigüeña. ¡Consulte la Sección Amarilla! En 1970, en México, el promedio de hijos vivos nacidos por mujer de 12 años y más era de 3.1; en 2010, de 2.3


Cursé la primaria el noroeste de la delegación Iztapalapa, en la escuela pública María Luisa Calderón Ponce. Como yo —en mi caso por primera vez—, miles de niños y jóvenes regresaron a clases el lunes 6 de septiembre que arrancó el ciclo 1971-1972. El siguiente fin de semana, sábado 11 y domingo 12, se celebró un evento que resultó muchísimo más grande y trascendente de lo que los más optimistas de sus organizadores hubieran soñado, el Festival Rock y Ruedas de Avándaro. El guateque tuvo lugar en Valle de Bravo, Estado de México, a 150 kilómetros del DF. Los 40 mil boletos que se pusieron a la venta —costaban 25 pesos— se agotaron, pero fue mucho más gente; según los más conservadores, la concurrencia alcanzó las 150 mil personas, aunque hay quienes hablan de más de 300 mil. Sin contar a los grupos del pre-festival de la mañana, actuaron once bandas, todas mexicanas: los Dug Dug’s, Epílogo, La División del Norte —ni La Revolución de Emiliano Zapata ni Javier Batiz, los primeros invitados, asistieron—, Tequila, Ritual, Bandido, Los Yaki, Tinta Blanca, El Amor, Three Souls in my Mind y el grupo que proveería los dos más célebres pretextos de los cuales se valió el status quo para denostar al Festival, Peace and Love —tocaron dos rolas incendiarias, ¡oh, escándalo!, Marihuana y We got the power, y, el colmo, su vocalista instó al público gritando¡Chingue a su madre el que no cante!” Después de Avándaro, las autoridades cerraron todos los espacios a las bandas de rock.


En uno de los libros de texto que me dieron en primero de primaria, el de Ciencias Naturales y Ciencias Sociales, aparecen los dos primeros mapas de mi vida académica. En el primero, a doble página, calada en el contorno de la República Mexicana —la superficie continental—, sin fronteras interiores, una fotografía en la que, en picada, se ve un grupo de infantes sonriendo. Nuestra gran familia. El texto explica: Vivimos en México. México es nuestro país. Somos mexicanos. El segundo mapa, también a doble página, tiene un título de una ambigüedad maravillosa: Tenemos un futuro que vivir. ¿Teníamos ya o tendríamos?. El país se muestra rodeado de agua: en el Golfo de México tres peces y tres gaviotas; en el Pacífico, una ballena, dos peces y tres gaviotas. En tierra firme, la cornucopia de recursos y la diversidad folclórica se ilustran con dibujos infantiles. El texto evidencia la enorme distancia que nos separa de aquel tiempo: Cuando crezcas muchas cosas habrán cambiado. Todo lo que tenemos puede mejorar si nos esforzamos.




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