Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 10 de marzo de 2022

¡Fuera máscaras, desfachatados!

Hace un año advertía yo en estas páginas que la desvergüenza política se había normalizado en México. El fenómeno ahora se ha extendido, a lo bestia. Sus muestras pululan por el ágora como cucarachas ambiciosas entre botes de basura. Escribía entonces que prefería mentar la aludida conducta como desvergüenza —“falta de vergüenza, insolencia, descarada ostentación de faltas y vicios; dicho o hecho impúdico o insolente”— porque me choca que se le llame cinismo. Por supuesto, es correcto decirle cínico a un señor que, luego de hacerse pasar por defensor de los derechos humanos y vivir cómodamente de ello, ande exigiendo al gobierno de México enviar armas a Ucrania —y sí, me refiero a Emilio Álvarez Icaza—. Incluso es apropiado que el presidente de la Repúblico le haya dicho cinicazo al expresidente Calderón por andar de opinante en torno a un problemón nacional que en buena medida él desató…, por decir lo menos. Efectivamente, un cínico, según la RAE, es una persona que muestra “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. Con todo, para mí resulta una falta de respeto semántico llamar cínicostanto a los desvergonzados ordinarios como a los seguidores de la escuela filosófica fundada por Antístenes y Diógenes de Sinope. Me parece tan grosero como decirles escépticos a los descreídos o estoicos a los dejados. 

 

Para no macular el cinismo de los antiguos griegos, podemos tildar el comportamiento que tanto se ha propagado en la política mexicana, además de desvergonzado, de descarado. Descaro y desvergüenza son sinónimos directos, significan atrevimiento, insolencia, falta de respeto, incluso impudicia. Y claro, decir descaro es decir desfachatez: ambos vocablos incluyen el prefijo romance des, negación, y, en el primero, cara —parte anterior de la cabeza desde el principio de la frente hasta la punta de la barbilla—, y facha —o sea cara también— en el segundo. Ahora, facha en español significa traza, figura, aspecto: El joven tiene facha de buen partido. Facha es apariencia. La palabra nos llega a través del italiano faccia, que a su vez proviene del latín facies —de la que igual se derivan faz fachada—, factura externa, apariencia. Así que desfachatez sugiere la idea de “quitarse la facha”, de andar con el interior expuesto, sin fachada. En este sentido, descararse es quitarse, más que la cara, la careta, la faz que ponemos o arreglamos para figurar. Un desvergonzado, un descarado, un desfachatado es alguien que no se ocupa guardar la apariencia propia.



Ejemplifico con un muy reciente y descomunal descaro. El Partido Revolucionario Institucional hace unos días lanzó una campaña de auto-celebración por su 93 aniversario: “93 datos que no sabías del PRI”. El mensaje con el que inician difícilmente podía ser más vacuo y memo: “Somos Piscis”. Juro que no estoy inventando. Pero ese no es el ejemplo de desfachatez que quería traer a cuento, sino el dato 48, que a la letra reza: “El presidente más guapo de México fue priísta”, e ilustran con el icono de un monito copetón que evidentemente evoca a Enrique Peña. Posiblemente a algún lector le parezca chusco el enunciado, superficial, quizá, pero pícaro, así que tal vez no lo encuentre del todo descarado. Bueno, qué me dicen del número 5: “Gobernamos durante 77 años consecutivos.” Para acabarla de fregar, el iconito que eligieron para ilustrar el desvergonzado alarde de la dictadura perfecta es un brazo o bien mostrando los bíceps o bien (mal) mentando madres o realizando ambas operaciones que no son excluyentes.

 

Últimamente hemos presenciado inauditas muestras de desfachatez política. El mismo día —sábado 5 de marzo— que ocurrieron los atroces hechos de violencia en el estadio Corregidora de Querétaro —pronto varios medios reportaron al menos 17 muertos, aunque ya para la noche el dato se acalló— me tocó en suerte ver un video en el cual el excandidato del PRI a la Jefatura de Gobierno de la CDMX, Mikel Arriola, hoy presidente de la Liga MX de fútbol, se manifestaba muy preocupado por la guerra en Ucrania y llamaba a los aficionados a dar un “Grito por la Paz”. Nada qué agregar.

 

Una panda de políticos conservadores se apresuró a plantar banderitas ucranianas en sus perfiles de redes sociales, condenando a Putin y exigiendo la paz. Otros difundieron que elevaban sus plegarias por el cese al fuego. Eso no impidió que los senadores de oposición Gustavo Madero, Germán Martínez y Emilio Álvarez, según ellos atendiendo una solicitud de la embajadora de Ucrania en México, entregaran a la presidenta del Senado una carta en la que piden que nuestro país envíe armamento a dicha nación europea. Nada qué agregar.

 

Un último ejemplo, también relacionado con la bestialidad acaecida en Querétaro. Desde antes de medianoche del sábado la coreografía del nado sincronizado ya era evidente en Twitter: ¡la culpa de lo sucedido es de AMLO! ¡Ah, caray!, ¿y cómo? Ah, pues porque él polariza al país. Casualidad de casualidades, un día antes, Calderón había tuiteado: “El ánimo de polarizar, el lenguaje incendiario, las calumnias y los insultos que se profieren todos los días desde el Palacio Nacional deben parar.  No se puede conducir al país desde el odio…”

 

Hemos sido testigos de niveles de hipocresía que, paradójicamente, vuelven transparentes a quienes los alcanzan. La estrategia del presidente ha resultado eficaz: se ha logrado desenmascarar a un montón de opositores dejándolos en la desfachatez plena.

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