Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 22 de marzo de 2020

El deleite pánico


Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del pánico. La pandemia del pánico se propaga imparable.

Pánico y pandemia no comparten raíz etimológica, pero deberían. El escritor francés Roland Barthes (1915-1980), refiriéndose al origen de la palabra con la que mentamos el miedo intenso, certerísimo, señaló: “pánico se relaciona con el dios Pan; pero se pueden emplear las etimologías como las palabras (se hace siempre) y fingir creer que ‘pánico’ viene del adjetivo griego que quiere decir todo (Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI, 1982). Pánico y pandemia deberían haber estado ligadas desde el principio.

Los antiguos griegos consideraban en su amplio elenco de deidades y demás seres sobrenaturales al rústico Pan, proveniente de la Arcadia arcaica: un cuasi humano penco con cuernos y extremidades inferiores de carnero. No por nada Pan es la “… fuente de inspiración de la iconografía cristiana del diablo”. El fauno Pan, afecto a tocar la siringa, no era un ser necesariamente maligno, sino más bien salvaje, travieso y extremadamente libidinoso, rijoso e impúdico. “Eso sí, no había que hacerlo enojar, porque cuando los pastores… lo despertaban de la siesta…, Pan se vengaba aterrorizando a sus rebaños con gritos repentinos… No es nada extraño que fueran pastores los primeros en descubrir, en sus ovejas, esas estampidas inexplicables capaces de dispersar a los animales por toda la región…” Pensando en la pandemia que nos deleita, conviene subrayarlo: “el pánico de los antiguos griegos no era un fenómeno individual sino colectivo. El agente del pánico no era una persona aislada sino la masa, la multitud, la muchedumbre” (Alejandro Rabinovich, Anatomía del pánico. Penguin Random House, 2017).

Pandémico, el miedo que se ha desatado por el coronavirus COVID-19 es ya un deleite pánico. La siringa hoy es polifónica. Los medios, todos, han sido partícipes protagónicos del aquelarre, y esto tiene una explicación muy simple: el miedo es y siempre ha sido un gran negocio mediático: el amarillismo vende, la nota roja anima las cajas registradoras y las calamidades concitan la atención de propios y extraños, más incluso cuando los extraños pueden dejar de serlo pronto. ¡Ah, qué emoción: a nosotros también nos puede llevar el diablo! Y si los que padecen el infortunio son famosos internacionales y aunque sea en el sufrimiento la mayoría puede acercárseles, ¡mejor! ¡Porque ahora resulta que, en un descuido, tan sólo rascándome la nariz o saludando de mano a un contagiado, podría enfermarme de lo mismo que padece Tom Hanks y Sophie Grégoire, la esposa de Justin Trudeau! Aunque la mayoría de los medios difundan puro pánico chafa, no importa, mantienen vivo el miedo mientras nos llega el fin del mundo.

De golpe, el pánico pandémico al coronavirus vino a dar significancia a las tediosas vidas cotidianas de la inmensa mayoría de la gente. Somos bichos insaciables, y con la panza llena, es decir, cubiertas las necesidades fisiológicas, y sin la preocupación constante de ser asesinado, según Abraham H. Maslow, los seres humanos se permiten ya tratar de cubrir otras necesidades superiores, ajenas a las corporales (Toward a Psychology of Being. Reinhold, 1962). De todos los padecimientos anímicos o espirituales o psicológicos o como quiera usted llamarlos, me parece que el más difundido en el mundo es hoy el aburrimiento, el terrible tedio. El futuro, bien se sabe, ya no es lo que era antes: el mañana ya no sorprende a nadie…, o más bien no sorprendía, porque de pronto, resulta que un diminuto personaje, un virus, nos acecha a todos y su amenaza nos hermana. ¡Ah, qué reconfortante: resulta que siempre sí, sí somos todos parte de la Humanidad! Hasta andan diciendo que Bill Gates renunció a su negocio nomás para poder aislarse y evitar ser contagiado, es decir, que dizque actuó con el mismo pánico que cualquiera de nosotros puede estar experimentando. ¡El Papa ya no va a oficiar las misas de Pascua y a todos los niños y niñas mexicanas les adelantaron las vacaciones de Sema Santa! Los del Tec y los del Poli se van igual a su casa: ¡la tabula rasa al fin!

Y el pánico pandémico no es cosa que debamos únicamente agradecer a los medios, también el rebaño de ovejas hemos balado de lo lindo:

— Oye, por WhatsApp me llegó un mensaje que confirma que un grupo de expertos —que, según dicen, ha querido censurar la 4T— vio un estudio fidedigno realizado por un despacho de especialistas que afirma que un señor que vende tacos vio a un montón de muertos por coronavirus apilados en un callejón.

— Pues yo como que siento que son más los contagiados, ¿eh, Gregoria?

El viernes 13, alrededor de las nueve de la noche en la sala 75 de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, observo a una señora como de unos 50 años, con dos hijos adolescentes: los tres con sendos cubrebocas, los tres echándose gel en las manos a cada rato y frotándoselas como energúmenos. Anuncian mi vuelo y los pierdo de vista, pero el destino nos trepa al mismo avión, primero, y luego, ya en la ciudad de destino, al mismo taxi colectivo: la señora y sus dos vástagos siguen con sus tapabocas y echándose gel. La señora se comunica con alguien con su cel:

— Sí, ya llegamos… Sí, andamos más o menos protegidos… ¿En el aeropuerto? No, no te preocupes, vimos muy pocos contagiados.

¡Señora!, ¿¡"muy pocos contagiados"!? Claro, no es difícil imaginar el siguiente capítulo:

— A mí personalmente me contó la Beba Antunez que en el aeropuerto anda circulando como si nada gente contagiada.

— ¡Ay, dios mío! Nos va a llevar el diablo.

— ¿Y ya compraste papel de baño?

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