El miércoles 27 de agosto pudimos constatar lo que siempre hemos sabido, que la esencia del prianismo es el autoritarismo hipócrita, antidemocrático, salvaje y violento. No es una novedad, no debe sorprender a nadie con un poco de memoria; sin embargo, lo sucedido consterna, atribula. La degradación de un semejante siempre acongoja, porque nos recuerda que cualquiera de nosotros puede convertirse en una bestia. Un perro no necesita hacer nada para ser perro, una pulga es una pulga haga lo que haga; en cambio los seres humanos debemos humanizarnos y cuidarnos constantemente de no degradarnos.
El miércoles 27 de agosto el ágora nacional fue deslumbrada por la inagotable capacidad de degenerarse a sí misma que tiene la oposición. Tanta saña, tanta virulencia, tanta mendacidad encandila. Particularmente, la violencia verbal y física aterra. No hablo de miedo, hablo de algo peor. No se trata del temor que puede acompañar a la cobardía, es el terror que causan los monstruos que siguen agazapados entre nosotros. Es lo que Freud llama lo ominoso, el espanto que provoca lo familiar vuelto extraño. El episodio del miércoles nos recuerda que el pasado priísta no está del todo enterrado. Lo ominoso no asusta por ajeno, sino por demasiado cercano. El energúmeno que vimos actuar no es una anomalía de su origen, es el representante del tipo de personajes que nos gobernaban hasta hace muy poco.
Queda la tentación de usar el símil, como algunos cartonistas lo han hecho, de un gorila, para ilustrar el recurso de la violencia física, la tosquedad, la falta de raciocinio. Lo evito porque en realidad los gorilas son primates sociales, gregarios, pacíficos, que pasan la mayor parte del día alimentándose, descansando y socializando. En cambio, lo que ocurrió el miércoles 27 de agosto en la casona de Xicoténcatl al término de la última sesión de la Comisión Permanente del Congreso, más que una bestialidad, esto es, el comportamiento irracional de un animal, fue una brutalidad: violencia ruda, grosera, deliberada, la torpeza humana llevada al extremo. No vimos el proceder lioso y caótico de un atajo de bestias, sino el de un grupo organizado de sociópatas.
El miércoles 27 de agosto pudimos ver en vivo cómo un dinosaurio que está extinguiéndose se pegó un balazo en la cabeza, con el propósito cretino de quejarse después de ser víctima de un ataque.
Alejandro Moreno Cárdenas, líder nacional del PRI, sabe perfectamente que lo poco que le queda por perder es todo: la existencia de la gavilla de la cual se apropió y su modus vivendi. Desde ahí, y con la evidente intención de generar un ambiente de caos que impida la toma de posesión de las nuevas autoridades del Poder Judicial, planeó y ejecutó una chicanada en contra del presidente del Senado de la República, Gerardo Fernández Noroña. Se acercó a provocar al representante de Morena para que se desatara una trifulca, y al no conseguirlo, él mismo, apoyado por varios compinches, lo agredió físicamente. Un trabajador de la Cámara, entiendo que un camarógrafo, se interpuso, sin ninguna agresión ni física ni verbal, tratando de calmar las cosas, y Moreno lo derribó, y luego, él y otros priístas lo insultaron y patearon. Esos son los hechos. No es necesario sobre analizar el episodio: quien encabeza los restos del PRI agredió a golpes, con premeditación, alevosía y ventaja, al presidente del Senado.
El pasmo ominoso no quedó ahí: a renglón seguido, el mismo gánster salió a declarar que fue víctima de una provocación y, la locura, a insultar a Fernández Noroña y a amenazarlo: “que venga aquí para pegarle dos chingadazos a ese cabrón”.
Y ahora, para terminar, voy a referirme a lo que considero más grave de todo: la comentocracia y la mayoría de la cobertura de los medios “informativos” de la prensa tradicional minimizaron y se esforzaron por vender gato por liebre, accionaron para tomarnos el pelo, para falsear, para mantener engañadas a sus audiencias.
El Financiero, ilustrando la nota con un fotomontaje en el cual se ve a un Alejandro Moreno bravucón y a un Fernandéz Noroña ridiculizado, publicó en su sitio web: “Noroña y Alito se pelean en la sesión del Congreso: No me toques”. O sea, no fue una agresión del priísta, sino un pleito entre dos, uno de los cuales, el que ponen en primer lugar, Noroña, dijo algo, “no me toques”. No informan, tergiversan los hechos.
“Alito y Fernández Noroña se enfrentaron a golpes en el Senado…” cabeceó la nota El Economista.
“Pelea de Alito Moreno y Noroña. ¡Llegan a los golpes! Noroña y Alito se pelean en plena sesión”: Milenio.
“Con el himno de fondo Alito Moreno y Noroña se agarran a golpes en el Senado”: El Universal.
Gurú Político posteó: “¡Hay tiro! Noroña y Alito Moreno se enfrentan a golpes en el Senado.” Claro: el priísta le soltó manotazos y al menos un puñetazo y el otro intentó pegarle en las manos con su cara.
TV Azteca, a pesar de que posteó el video en el que se ve claramente la agresión de Moreno sin respuesta del morenista, tituló: “Alito y Fernández Noroña protagonizaron un episodio de tensiones que llegó a empujones…” No sólo minimizan, mienten.
Incluso, la Jornada on line se sumó al tsunami de mentiras: “… los senadores Alejandro Moreno, del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, de Morena, se enfrentaron”.
José Cárdenas, otro energúmeno, tuvo el descaro de reclamarle a Fernández Noroña durante una entrevista ocurrida horas después del evento, que “dos legisladores se agarren a golpes mostrando la poca educación que tienen”.
La señora Azuzona Uresti posteó el video que estaba tomando el camarógrafo agredido y no tuvo empacho alguno en mentir: “Esto capturó la cámara de Emiliano, el trabajador del Senado que resultó afectado durante la confrontación entre Alito Moreno y Gerardo Fernández Noroña”. Es decir, el joven no fue empujado, golpeado, pateado e insultado por los priístas, no, fue “afectado durante la confrontación entre el morenista y el priísta”.
Y luego ya en la noche, Denise Maerker en el programa de Televisa “Tercer Grado” ejecutó una marrullería mucho más sofisticada que las mentirotas de los periódicos. Primero habló mal de Gerardo Fernández Noroña, estableciendo, sin pruebas, que, como “es de conocimiento público no siempre es sereno”, y luego:
“Tampoco enfrente se encontraba un presidente del PRI de gran mesura y conocido por la sensatez de sus puntos de vista, era un hombre que fue también a pegar de golpes…” ¿Se dan cuenta? El veneno está en ese “fue también a pegar de golpes”. Esto es ya de plano perverso.
En fin, después de ver lo sucedido, circulan varios videos, más de una persona pensamos lo mismo. Por ejemplo, leí que Eder Guevara tuiteó: “Si eso hace Alito Moreno ante los ojos del mundo, imagínenselo en otros contextos donde no tenga reflectores”. También escuché a Daniela Barragán decir algo así en canal Once.
Bueno, con la prensa es lo mismo: si existiendo el video que muestra contundentemente se atreven a mentir así, ¿se imaginan el caudal torrencial de cuentos, medias verdades, falsedades, infundios, bulos, embustes con que ha bañado la prensa a nuestro país cuando, justo, tienen que mediar entre la realidad y nuestra percepción de la misma? Son un asco.
Lo ocurrido el miércoles 27 de agosto no es un episodio aislado ni el simple exabrupto de un fulano que no pudo controlarse; es una radiografía del prianismo en su ocaso y de la miseria ética de una prensa que tergiversa los hechos traicionando así su rol social. La violencia ominosa de los viejos dinosaurios políticos y la complicidad servil de los medios no sólo degradan la vida pública, también nos recuerdan la fragilidad de nuestra democracia. Ante ello, la única vacuna es la memoria crítica: no olvidar, no normalizar, no dejar que nos engañen otra vez.
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