Como una potencia destructiva, la arrogancia vincula el cosmos mitológico con el desastre mental de cualquier ser humano. Mitológicamente, los griegos personificaron la arrogancia en Hybris, daimona proveniente de las entrañas primordiales, mientras que el psicoanalista británico Wilfred Bion la conceptualizó como el rostro que adopta el orgullo cuando es dominado por la pulsión de muerte.
Insolentes
Desalado
Llorona
Sísifo
Hybris
Hybris, espíritu intermedio entre lo divino y lo mortal, encarna la insolencia, la violencia, el exceso, la arrogancia. Hybris es hija de dos de los primeros entes surgidos del Caos: Érebo, la oscuridad primordial y las tinieblas, y su hermana Nix, la Noche. Érebo y Nix engendraron primero a Éter y a Hemera —la luminosidad celeste y el Día—, y luego a una extensa descendencia tenebrosa. Nix además procreó sola a varias deidades tétricas: Moros —el Destino—, Ker —la Perdición—, Tánatos —la Muerte—, Hipnos —el Sueño—, Oizís —el Dolor—, las Moiras —oficiantes de los hilos del destino—, las Keres —espíritus de destrucción—, Geras —la Vejez— y Eris —la Discordia—.
Píndaro identifica a Hybris como “la de voz insolente” y la declara madre de Kóros —la Voracidad, el Desdén—: la arrogancia engendra la insaciabilidad que impulsa a transgredir los límites. Kóros, según el Oráculo de Delfos, “ansiaba devorarlo todo”, pero estaba condenado a ser vencido por Dike —la Justicia—. Igualmente, la desmesura de Hybris no puede sostenerse mucho tiempo, porque invoca siempre a su opuesto correctivo.
Némesis
El contrapeso de Hybris es Némesis, también hija de Nix. Némesis personifica la justicia retributiva, la venganza divina que restablece el equilibrio cuando se ha cometido hybris. Su nombre deriva del griego némein, “repartir”, “dar lo que es debido”. La relación entre Hybris y Némesis articula una dialéctica esencial del pensamiento griego: la desmesura (hybris) es seguida inevitablemente por el castigo equilibrador (némesis). “La divinidad tiende a abatir todo lo que se descuella en demasía”, afirma Heródoto. Quien se atreve a rebasar los límites —quien comete hybris— atrae sobre sí la ira de Némesis, que lo devuelve violentamente a su lugar en el orden universal.
Las Moiras —Cloto, Láquesis y Átropos—, también hijas de Nix, complementan este sistema cosmológico: ellas hilan, miden y cortan el hilo del destino de cada mortal. Cloto hila la hebra de vida, Láquesis mide su longitud, y Átropos corta el hilo cuando llega el momento señalado. Las Moiras salvaguardan la moira, el “lote” o “parte” que corresponde a cada uno en la distribución cósmica. Cometer hybris es tomar de más, intentar apropiarse de algo que no le corresponde. Némesis ejecuta la voluntad de las Moiras.
La triada destructiva
Además de la arrogancia, Bion completa la triada del caos mental con la curiosidad y la estupidez. Si bien la curiosidad no es intrínsecamente patológica, en la catástrofe psicótica, la curiosidad normal se pervierte. La estupidez, en este contexto, no se refiere a una discapacidad intelectual, sino a un ataque contra el conocimiento, un rechazo deliberado —aunque inconsciente— contra el pensamiento y la comprensión. La tríada arrogancia-curiosidad-estupidez opera en sincronía; cada una aumenta o se atempera con las otras dos. La arrogancia proporciona la justificación omnipotente para el ataque de la estupidez: la ilusión de que uno ya lo sabe todo, que no necesita aprender, que es superior a la realidad misma.
Edipo
La hybris y la arrogancia
El paralelismo entre Hybris griega y la arrogancia bioniana muestra una continuidad profunda en la comprensión humana de las fuerzas destructivas que amenazan tanto el orden cósmico como la integridad psíquica. Hybris, hija de Érebo y Nix, encarna la desmesura que desafía los límites. La arrogancia, según Bion, es la cara maligna del orgullo bajo el predominio de la pulsión de muerte. Ambas concepciones reconocen que la hybris/arrogancia está ligada a fuerzas primordiales de oscuridad, ya sea el Caos mitológico o la pulsión de muerte constitucional que Freud identificó en el inconsciente humano.
La propuesta bioniana de tolerar la incertidumbre, de permanecer abierto a lo desconocido sin la arrogancia de pretender saberlo todo de antemano, recuerda las máximas délficas “Conócete a ti mismo” y “Nada en demasía”. Tanto la moral de la mesura griega como la técnica psicoanalítica de Bion apuntan hacia una aceptación de los límites humanos. Las sombras primordiales no son meramente fuerzas externas que nos amenazan; en cierto sentido, son constitutivas de nuestra existencia. Quizá la tarea, tanto cósmica como en el psiquismo individual, no es eliminar esas fuerzas oscuras —aspiración imposible y arrogante en sí misma—, sino mantenerlas en equilibrio, reconocer sus límites, aceptar la medida que nos corresponde.
Cuando el orgullo se mantiene en respeto propio bajo la influencia de las pulsiones de vida, permite relaciones genuinas, aprendizaje auténtico, curiosidad respetuosa. Cuando el orgullo se pervierte en arrogancia bajo el predominio de la pulsión de muerte, genera el desastre: el héroe mitológico que desafía a los dioses y es castigado, el psicótico cuya mente se fragmenta por ataques a los vínculos que podrían darle coherencia. En última instancia, la arrogancia nos condena a la némesis, al retorno violento a la condición humana.
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