Me
hallé estos versos:
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
— Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
El pasado, como siempre: presente. La angustia como debe
ser: arcaica e incomprensible, experimentada y arcana, primitiva e insondable.
La psique de quien padece la angustia, congruente: destartalada. El poema es
obra del sevillano Antonio Machado (1875-1939), y forma parte de la serie “Sueño
infantil”, de su poemario “Galerías” (Soledades. Galerías. Otros poemas,
1907).
Destartalado es una
palabra de origen incierto. Su significado, en cambio, es bien conocido: “descompuesto,
desproporcionado y sin orden” —RAE dixit—. También se usa como sinónimo
de desarreglado, mal acondicionado o incluso de viejo. La
definición que aporta el Diccionario del español de México del Colmex es
la que me parece más certera: “que está en estado ruinoso por efecto del
deterioro”. A diferencia de la anterior, Guido Gómez de Silva ofrece una
definición estrambótica: “Desprovisto de lo necesario” (Diccionario breve de
mexicanismos). En la jerga taurina, un astado destartalado es un animal
desproporcionado, especialmente de la cabeza (Léxico español de los toros,
1989).
Corominas (Diccionario Crítico Etimológico Castellano
e Hispano) aventura que destartalado es un vocablo “hermano del
portugués estatelado, 'extendido a lo largo y sin movimiento', y tomado
del árabe istatāla, 'alargarse, extenderse'.” La RAE no avala esa
hipótesis. Y qué bien, porque me gusta más lo que piensa Rafael Martínez Rubio:
“el adjetivo proviene del latín medieval stortilatum, a través del
italiano stortilato, ‘distorsión de la articulación de la pata del
caballo’”. Una de las pruebas que aporta proviene de un libro escrito en latín
hace más de setecientos años, Liber ruralium commodorum (Libro de
beneficios rurales), de Piero de Crescenzi (c. 1233 - 1321), en cuya
traducción al toscano encuentra:
Aviene alcuna volta, che la giuntura della gamba allato al piè si dannifica per percossa fatta in luogo duro, o per cader correndo o andando, o perché 'l piè non si posa alcuna volta diritto in terra, la quale infermità vulgarmente s'appella stortilato... (en el original latino stortilatum). (libro IX, capítulo 41)
Lo que podemos trasladar al castellano…
Sucede alguna vez que el ligamento de la pata al lado del pie se lastima por un golpe dado en un lugar duro, o por caer corriendo o andando, o porque el pie no apoya alguna vez derecho en la tierra, enfermedad esta que es conocida vulgarmente como stortilato…
Martínez Rubio explica que el morbo stortilato
provoca que la bestia equina ande “torcida, dando la apariencia de
‘destartalado’, patizambo, ladeado…”, y concluye: “Lo que para un hombre es ser
tuerto, es decir, con la vista torcida (del torceré latino) es para un
caballo ser stortilato (destartalado), es decir, con el andar torcido,
causado por una distorsión en la articulación de su pata”.
Independientemente de su origen incierto, destartalado
describe aquello que ha perdido su estructura o integridad, refiriéndose a
objetos, edificios o incluso situaciones o sensaciones caóticas, y refleja un
proceso de deterioro o desmembramiento.
Componemos todo con la imaginación y somos incapaces de vivir la realidad simplemente. Recuerdo la destartalada y antigua casa en Tajimara, el estallar de los manzanos e higueras…
El anterior es un extracto de Tajimara, el célebre
cuento del narrador yucateco Juan García Ponce (1932-2003), un texto publicado
en su libro Imagen primera (Universidad Veracruzana, 1963), con el que
en 1965 Juan José Gurrola realizó la mitad de su película Los bienamados
(1965) —la otra mitad fue a partir del cuento Un alma pura, de Carlos
Fuentes—. Una casa destartalada, una realidad que somos incapaces de vivir
simplemente sin tratar de componerla con la imaginación.
Entre los versos de Machado y las paredes agrietadas de
la casa de Tajimara, destartalado es además de una palabra un espejo:
refleja el desorden de las cosas y el quebranto del alma. Su etimología esquiva
—portuguesa o árabe o latina o quizá equina— acaba siendo tan fragmentaria como
la realidad que describe. Pero es ahí, en esa fisura entre lo que se derrumba y
lo que imaginamos, donde reside el único consuelo. La imaginación no es un
refugio, sino un acto de resistencia: inventamos órdenes donde solo hay ruinas,
tejemos sentido en la trama descosida de lo real. Como el poeta que evoca su
infancia perdida o el narrador que reconstruye una morada en ruinas, tal vez
apenas nos quede habitar lo destartalado con la mentira necesaria…