Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 5 de octubre de 2025

El sujeto colectivo

 

Delirio

 

El padre del psicoanálisis pensaba que los mitos, la religión, muchas ideologías y en general buena parte de la cultura pueden ser entendidas como delirios colectivos. Según Sigmund Freud (1857-1939), la eficacia de tales “formaciones delirantes” no se sostiene ni en su coherencia lógica ni mucho menos en su correspondencia con la realidad concreta, sino que se explica porque encierran verdades afectivas e inconscientes, transmitidas y repetida desde las experiencias más primitivas del género humano.

Si uno toma a la humanidad como un todo y la pone en lugar del individuo humano aislado, halla que también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad efectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas (Construcciones, 1937).

Aquí Freud propone pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, en paralelo con el individuo. Este planteamiento freudiano forma parte de una rica tradición de conceptualizaciones de la sociedad como una entidad que trasciende la suma de sus individuos. Conforme a esta perspectiva, las sociedades desarrollan conciencia, estructuras psicodinámicas, traumas…, en fin.

 

 

Espíritu

 

Hegel (1770-1831) desarrolló el concepto de Espíritu Objetivo, la conciencia colectiva de la sociedad. Para filósofo alemán, el Espíritu Objetivo abarca “el reino de las costumbres, instituciones, leyes, normas, prácticas, rituales, reglas y tradiciones de las culturas y sociedades”. No es simplemente la suma de conciencias individuales, sino una realidad autónoma que preexiste a los individuos y moldea su desarrollo. El Espíritu se autorealiza históricamente en las instituciones sociales, creando un universo simbólico que trasciende la experiencia personal. Para Hegel, la sociedad es la encarnación del Espíritu Objetivo, la realización histórica y normativa del espíritu libre y racional.

 

 

Voluntad

 

Ferdinand Tönnies (1855-1936) distinguió dos formas de voluntad colectiva: la Wesenwille (voluntad natural), una motivación orgánica e instintiva orientada hacia el bien comunitario de la Gemeinschaft (comunidad), y la Kürwille(voluntad racional), encaminada por el cálculo instrumental que determina el funcionamiento de la Gesellschaft(sociedad).

 

 

Conciencia

 

Émile Durkheim (1858-1917) desarrolló uno de los conceptos más influyentes para entender a la sociedad como sujeto colectivo. El sociólogo francés postuló que una sociedad posee una realidad sui generis que existe más allá de las conciencias individuales. La conciencia colectiva constituye “la totalidad de creencias y sentimientos comunes al promedio de los miembros de una sociedad, formando un sistema determinado que tiene vida propia”. Esta entidad psíquica colectiva no reside en las mentes individuales, sino que existe como un orden simbólico externo que moldea y constriñe el comportamiento de la gente. La conciencia colectiva se manifiesta a través de instituciones, rituales, leyes y otras prácticas culturales que trascienden la experiencia personal. Durkheim distinguió entre solidaridad mecánica, característica de las sociedades tradicionales en las que la conciencia colectiva es muy fuerte y homogénea, y solidaridad orgánica, propia de sociedades modernas en las que esta conciencia se vuelve más abstracta y requiere sistemas legales para mantener la cohesión social.

 

 

Falsa conciencia

 

Aunque Marx (1818-1883) no utilizó la expresión “falsa conciencia”, sí desarrolló conceptos relacionados con esta idea, como el de ideología y el fetichismo de la mercancía, los cuales explican cómo las sociedades generan representaciones distorsionadas de la realidad. Friedrich Engels (1820-1895) acuñó luego el término falsa conciencia, para referirse al fenómeno. Ambos pensadores describieron cómo el capitalismo produce formas invertidas de conciencia que ocultan las verdaderas relaciones sociales de producción. La ideología es un conjunto de ideas falsas que surge de las condiciones materiales de vida en sociedades capitalistas.

 

 

Inconsciente

 

Carl Gustav Jung (1875-1961) distinguió entre el inconsciente personal freudiano y un nivel de estructuras psíquicas universales compartidas por todos los seres humanos, al que llamó inconsciente colectivo. Según el psicoanalista suizo, además del personal, “existe un segundo sistema psíquico de naturaleza colectiva, universal e impersonal, idéntico en todos los individuos”. El inconsciente colectivo jungiano se integra por instintos y arquetipos universales —patrones universales y primitivos de pensamiento y comportamiento—. Jung aplicó esta teoría para analizar fenómenos masivos, como el surgimiento del nazismo, interpretándolo como una manifestación del inconsciente colectivo a través de la influencia de Wotan, el dios teutónico de las tormentas y la guerra. 

 

 

Mente

 

Gustave Le Bon (1841-1931) analizó cómo las personas, al integrarse a una multitud, desarrollan una mente colectiva que funciona según principios diferentes a la racionalidad individual. Le Bon argumentó que en las multitudes “las aptitudes intelectuales de los individuos, y en consecuencia su individualidad, se debilitan. Lo heterogéneo es sumergido por lo homogéneo”. La multitud desarrolla características específicas: impulsividad, irritabilidad, incapacidad de razonar, ausencia de juicio crítico y exageración de sentimientos. El sociólogo francés argumentó que el alma colectiva opera principalmente a través del contagio emocional y la sugestión, haciendo que las multitudes actúen de maneras que los individuos aislados nunca lo harían.

 

 

Estructuras mentales

 

Claude Lévi-Strauss (1908-2009) desarrolló una teoría de las estructuras mentales colectivas que organizan la experiencia cultural humana. Influenciado por Jung, el antropólogo reinterpretó el inconsciente colectivo en términos lingüísticos y estructurales. Para Lévi-Strauss, la mente humana opera según una lógica estructural universal basada en oposiciones binarias, que se manifiesta en sistemas de parentesco, mitos y clasificaciones totémicas. Esta lógica no está sujeta a la realidad concreta, sino que constituye la estructura subyacente del pensamiento humano. Las culturas son manifestaciones de estas estructuras mentales colectivas, que forman parte del inconsciente colectivo, la unidad mental última de la humanidad.

 

 

Imaginación

 

Benedict Anderson (1936-2015) piensa que las naciones son comunidades imaginadas construidas socialmente a través de medios de comunicación y prácticas culturales compartidas. Argumentó que las comunidades nacionales son “imaginadas porque los miembros incluso de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus conciudadanos, ni los encontrarán, ni siquiera oirán hablar de ellos; sin embargo, en las mentes de cada uno vive la imagen de su comunión”. Esta imaginación colectiva se sostiene a través de instituciones como periódicos, novelas, censos, mapas y museos. El concepto de Anderson trasciende el nacionalismo para explicar cómo cualquier comunidad grande desarrolla formas de identidad colectiva que existen más allá de las relaciones interpersonales directas, incluyendo comunidades online y movimientos sociales contemporáneos.

 

 

Macroorganismo

 

Todas estas concepciones son metáforas que parten de un mismo símil: pensar a la humanidad como un sujeto colectivo, a un conglomerado de organismos como un solo macroorganismo. Por ello, vale recordar que el principal impulsor moderno de dicho símil, el naturalista y sociólogo Herbert Spencer (1820-1903), quien popularizó la visión de la sociedad como un macroorganismo, estableció límites claros a su planteamiento. Según Spencer, padre del darwinismo social, la mente en un organismo real reside y se concentra en una parte específica del cuerpo, mientras que en una sociedad no es una entidad centralizada, sino que está dispersa, repartida entre todos los individuos que la componen.

 

 

Nosotros

 

Al final, todas estas nociones —delirio colectivo, espíritu objetivo, conciencia común, voluntad social, inconsciente colectivo, mente de masas, estructuras mentales universales o comunidades imaginadas— apuntan hacia una intuición compartida: resulta imposible entender a la humanidad únicamente como una suma de individuos, pues está habitada por formas de pensamiento, deseo y memoria que la trascienden, que nos trascienden. Concebir a la sociedad como sujeto colectivo es una forma de reconocer que la vida de los humanos se despliega siempre en un entramado simbólico y afectivo que moldea lo individual. Esa es la paradoja: cada uno de nosotros es irreductiblemente singular, una identidad única modelada por el nosotros que nos precede, nos constituye y nos va a sobrevivir.

 

domingo, 28 de septiembre de 2025

Heterotopías

  

Utopía

 

En su libro The Story of Utopias (1922), Lewis Mumford apunta que la palabra utopía actualmente alude tanto a los sueños más disparatados de la esperanza humana y de la imaginación desbordada, como a los programas más racionales de transformar, con inteligencia y trabajo, las instituciones, la sociedad y hasta la condición imperfecta del ser humano. En lo utópico cabe lo deschavetado y lo razonable. Tomás Moro (1478-1535), quien acuñó el vocablo, era consciente de este doble sentido. Incluso, para que sus lectores captaran la paradoja, la evidenció en un cuarteto que lamentablemente suele obviarse en las ediciones modernas de Utopía. Los versos están escritos en latín y comúnmente se editan con el título “De Utopia” o aparecen simplemente como un epigrama. Esta es la versión más comúnmente aceptada:

Utopia priscis dicta ob infrequentiam,

Nunc civitatis aemula Platonicae,

Fortasse vocandum Utopia,

Eutopia, nam sic ego nunquam mea.

Que al español podríamos traducir…

Utopía, llamada así por los antiguos debido a su rareza,

Ahora rival de la ciudad platónica,

Quizá no deba ser llamada Utopía,

Sino Eutopía, pues así nunca sería mía.

 

 

Eutopía

 

El cuarteto no es un adorno, es la condensada declaración de la intención de toda la obra. Moro advierte desde el principio que su Utopía es ambivalente. Por un lado, es un “No-lugar”, una quimera, una sátira que no debe tomarse al pie de la letra porque es esencialmente irrealizable. Por otro, es un modelo ideal, un “Buen lugar”, contra el cual contrastar los defectos de las sociedades europeas de su tiempo para inspirar reformas. Moro no inventó eutopía —del griego εὖ (eu), “bueno”, “bien”, y τόπος (tópos), “lugar”— como un concepto independiente, sino como contraparte del juego de palabras con utopía para evidenciar el carácter paradójico de su libro. A lo largo de más de quinientos años de historia, utopía se posicionó como una palabra de uso común, absorbiendo ambos significados, el lugar ideal y el lugar irreal, mientras que eutopía quedó relegada al cajón de las curiosidades eruditas. Con todo, el término resulta útil para la clasificación de los mundos ficticios, de mundos estrella, sumándose a la triada si consideramos su antónimo directo: distopía.

 

 

Distopía

 

La palabra distopía se forma con el prefijo griego δυσ- (dys-), “malo”, “difícil” o “anormal” —también presente en otras tantas palabras, como disfuncióndistorsióndiscrepancia…—, y la raíz -topía (-τόπος, -tópos), “lugar”. Así que distopía se refiere a un lugar indeseable, opresivo o de degradación social. Muchos afirman que el filósofo y economista británico John Stuart Mill (1806-1873) fue el primero que echó mano del término, dystopia en inglés. En 1868, en un discurso ante la Cámara de los Comunes, criticó la política del gobierno irlandés diciendo: “No puede ser llamado gobierno utópico, sino todo lo contrario, distópico o cacotópico. O quizás sea demasiado halagador llamarlo gobierno; sería más apropiado denominarlo anarquía”. En efecto, como antípoda de utopíacacotopía —del griego kakós, “malo”— era el término generalmente utilizado —la primera aparición que se tiene documentada data de 1715, en la revista británica News from the Dead—.

 

 

Heterotopía

 

Pocas semanas antes de las elecciones de 2018, en Distopía 2018 —un texto publicado en estas mismas páginas— decía yo: Concebir y representar a detalle una utopía es utópico. Distopía y utopía son las dos caras de la misma moneda: “no hay tal lugar”, para usar la fórmula de Quevedo. Si una utopía o una distopía aparecieran cartografiadas en un mapa de este mundo dejarían de serlo: ambas son, como la idea de infinito, definibles, pero indescriptibles, de representación irrealizable…  

 

En cambio, en 1967 —Des espaces autres, una conferencia dictada en el Círculo de Estudios Arquitectónicos—, Michel Foucault acuñó un concepto para referirse a lugares muy de este mundo: heterotopía. Las heterotopías son lugares físicos reales, concretos y localizados, que también son “contraespacios”, sitios que funcionan como contra-emplazamientos, “utopías realizadas” que obedecen a reglas diferentes a las de otros lugares de la sociedad. Son lugares que representan, impugnan o invierten los espacios normativos. Son lugares de crisis o desviación: espacios que dan cabida a individuos o situaciones que se desvían de la generalidad —por ejemplo, hospitales, prisiones, velatorios…—. Su función y significado no son estables, cambian históricamente —v. g.:  cementerios—. En las heterotopías ocurre una yuxtaposición de espacios incompatibles: unen múltiples espacios reales o simbólicos —cines, teatros, estadios…—. Dan lugar a heterocronías porque rompen con el tiempo lineal —museos, bibliotecas, consultorios de psicoanálisis…—. Posibilitan experiencias intermedias entre lo real y lo irreal —elevadores, vagones, túneles…—. Funcionan mediante sistemas de apertura y cierre: están aislados, pero pueden ser accesibles conforme ciertas reglas específicas.

 

Resulta iluminador que el adjetivo heterotópico en medicina se utiliza para describir una condición en la cual un tejido, órgano o estructura del cuerpo se halla localizado fuera de su posición anatómica normal, pero sigue funcionando.

 

El pensador francés dice que el barco es la heterotopía por excelencia porque es un “pedazo flotante de espacio”, un lugar sin lugar inequívoco, que vive por sí mismo y está cerrado sobre sí mismo, pero al mismo tiempo está expuesto a la infinitud del mar. El barco funciona como un espacio aparte, autónomo, que se mueve de puerto en puerto, uniendo lugares fijos. Es un lugar que concentra imaginación y aventura.

 

Así, entre lo que no existe, lo que debería existir, lo que no quisiéramos que existiera y lo que existe de otra manera, los distintos -topoi dibujan el mapa imposible de la imaginación humana. Utopías/eutopías, distopías, y heterotopías son brújulas mentales para orientarnos en la relación entre los espacios que soñamos, los que tememos y los que realmentehabitamos. El desafío quizá siempre sea el mismo: descubrir el mundo.

 

domingo, 21 de septiembre de 2025

Huevos chilangos

  

Terrícolas

 

Primero prepara la salsa: licúa dos tomates con un pedazo de cebolla y tres dientes de ajo: sofríes con un poquito de aceite, sal y pimienta hasta que espese un poco. En otro sartén fríes unas rodajas de plátano macho maduro; que queden doraditas y crujientes. Aparte, saltea un poco de jamón en cubitos y unos chícharos cocidos. Las tortillas las fríes rápido en aceite para que no se rompan, y les untas frijoles refritos. Encima de cada tortilla montas un huevo estrellado, bañas con la salsa, y luego les pones el jamón con chícharos, las rodajas de plátano y, al final, queso fresco desmoronado. ¿Qué cocinamos? Unos huevos motuleños, motuleños como Felipe y Elvia Carrillo Puerto…

 

Motuleño no aparece en el diccionario de la RAE, pero sí en el Diccionario del español de México del Colmex: “que es natural de Motul o se relaciona con esta ciudad yucateca”. Motuleño es, pues, como hidrocálido, de Aguascalientes, un gentilicio, igual que tapatío —de Guadalajara—, guachochense —de Guachochi, Chihuahua—, regiomontano —de Monterrey, Nuevo León—, zapotlanejense —de Zapotlanejo, Jalisco—… Armadillenses son los oriundos del municipio de Armadillo de los Infante, y son también potosinos, como todos los oriundos del estado de San Luis Potosí, México, y como la gente de Potosí, Bolivia. Y con un margen de error que me parece despreciable podría decir que usted y yo y cualquier persona que conozca y nos quede por conocer compartimos un gentilicio: terrícola.

 

 

Gentilicio

 

La RAE da cuenta de tres acepciones para el vocablo gentilicio:

1. adj. Dicho de un adjetivo o de un sustantivo: Que denota relación con un lugar geográfico. 

2. adj. Perteneciente o relativo a las gentes o naciones.

3. adj. Perteneciente o relativo al linaje o familia.

Lugar geográfico, gente, nación, linaje o familia…  Probablemente para usted, lector, los gentilicios que denotan una relación con un lugar geográfico sean los más conocidos: estadounidense, rusa, constantinopolitana, coyoacanense… Claro, también hay gentilicios que se refieren a la pertenencia a un grupo familiar, tribal o dinástico: levita —perteneciente a la tribu de Leví—, judío —de la tribu de Judá—, carolingio —de la dinastía de Carlomagno—, cadmeida—descendiente del fenicio Cadmo, el fundador de Tebas—, etcétera.

 

 

Gente

 

La palabra gentilicio tiene sus raíces en el latín clásico gentilicius, que a su vez deriva de gentilis, con significado primario “que pertenece a un mismo linaje”. El vocablo tiene su núcleo en la voz latina gensgentis, que designaba la tribu, familia, estirpe o cepa. Por supuesto, gentilicio y gente comparten la misma raíz: gens, gentis, que se refería a un grupo de personas con un mismo origen o ascendencia —por ejemplo, la gens Julia era el clan familiar al que pertenecía Julio César—.

 

En la antigüedad romana el gentilicium tenía un significado diferente al actual. En lo absoluto se refería al lugar de origen de una persona, sino al nombre del linaje al que pertenecía un varón. Este nombre formaba parte del tria nomina, sistema onomástico que incluía el praenomen (nombre personal), el nomen gentile (nombre del clan) y el cognomen (apellido familiar). El gentilicium era, por tanto, un elemento identitario que conectaba al individuo con su progenie ancestral.Gentilicio se refería al linaje, no al origen geográfico. Por eso, además del gentilicium, los romanos empleaban la origo, un “indicador de procedencia u origen”, utilizado hasta la época de los Severos. Este término hacía referencia al lugar geográfico de procedencia, complementando la información genealógica. El concepto de natio también jugaba un papel en la denominación de origen. Derivado de nāscor (nacer), natio podía significar nacimiento, pueblo en sentido étnico, especie o clase. Es significativo que en los escritos latinos clásicos se contraponían las nationes, pueblos bárbaros no integrados al Imperio, con la civilitas (ciudadanía), estableciendo una distinción entre el origen étnico-cultural y la pertenencia política.

 

 

Huevos chilangos

 

La gente de la Ciudad de México tiene —tenemos— un gentilicio descontinuado: ya no somos defeños sencillamente porque el DF, el Distrito Federal, el sábado 30 de enero de 2016 dejó de existir. En julio del año siguiente —Chilangos sí, mexicas nel— yo apuntaba: “Según la RAE, para los naturales de la capital de la República Mexicana el gentilicio que nos toca es mexiqueño. A diferencia del horrible mexiquense que sí usa la gente del Estado de México, no conozco a nadie que se diga mexiqueño —más feo— o se refiera como tal a un capitalino…”

 

El gentilicio mexiqueño, en efecto, figuraba en el Diccionario panhispánico de dudas de la RAE, en cuya segunda edición lo definía como “el gentilicio de los naturales de la capital del país”. Desde su primera aparición, la palabreja enfrentó duras críticas por su casi nulo uso. La lexicografía académica proponía un neologismo de formación impecable, pero sin vitalidad en el habla. La supresión de mexiqueño culminó a finales de 2022.

 

En realidad, no es necesario darle muchas vueltas al asunto: chilango se impone. La Academia Mexicana de la Lengua establece que “el vocablo chilango designa a los habitantes de la Ciudad de México, ya sea a los nacidos ahí como a aquellos que se han asentado en ella”. Por su parte, en su aludido diccionario, el Colmex define: “que es originario de la Ciudad de México, que pertenece a esta ciudad o se relaciona con ella; capitalino”. Un estupendo gentilicio, que se establece no sólo por oriundez y pertinencia, sino también por pura relación.

 

Termino aceptando que resulta una pena para la CDMX que no existe una receta oficial o más o menos reconocida llamada “huevos chilangos”, como sí hay los motuleños o los rancheros y, por supuesto, los huevos a la mexicana. Hay hasta huevos divorciados, tirados y aporreados… Va pues la propuesta para que el gobierno de la CDMX convoque cuanto antes a un concurso a bien de llenar ese feo vacío en nuestro menú. Seguro Alejandra Frausto podría organizar muy bien el certamen. 

 

viernes, 19 de septiembre de 2025

Freud, los de Saussure y el sueño censurado


Sigmund Freud (1856-1939) y el semiólogo suizo Ferdinand de Saussure (1957-1913) fueron coetáneos. Freud publicó La interpretación de los sueños en 1900, mientras que el Curso de lingüística general de De Saussure fue publicado por sus alumnos póstumamente, en 1916. Los paralelismos conceptuales entre ambas obras me hicieron preguntarme si el libro del psicoanalista influyó en De Saussure.

 

Resulta que Freud y De Saussure nunca se conocieron personalmente ni mantuvieron correspondencia. No existe evidencia de que hayan tenido ningún contacto intelectual directo. Freud nunca leyó al lingüista, y de manera recíproca, no hay constancia de que el estructuralista conociera la obra freudiana. Pero existe una conexión curiosa…

 

Raymond de Saussure (1894-1971), el hijo menor de Ferdinand, primero estudió letras, después medicina en Ginebra y Zúrich (1914-1920) y luego se formó como psiquiatra en París, Viena y Berlín. Realizó algunos cursos con Théodore Flournoy, quien estudiaba los fenómenos relacionados con el espiritismo, el sonambulismo y la glosolalia, y quien sí conocía los trabajos de Freud e incluso intercambió correspondencia con él (la relación entre Flournoy y Freud merece una nota aparte, pero apunto sólo que aunque se profesaron un respeto intelectual mutuo, existía una divergencia fundamental entre ellos: mientras que los aportes de Freud avanzaban hacia la secularización del alma y ancló el psicoanálisis en el materialismo, Flournoy exploraba la mente sin rechazar lo paranormal). Raymond tuvo un primer matrimonio, justo, con una hija de Théodore Flournoy. En 1920, en La Haya, en el Congreso de la IPA, Raymond conoció al doctor Freud. Meses más tarde comenzaría su propio análisis en Viena con el mismísimo padre del psicoanálisis. Raymond de Saussure se convirtió en psicoanalista. De Saussure publicó en 1922 La méthode psychanalytique, libro de cuyo prefacio se encargó el propio Freud.

 

Raymond murió en 1971 de cáncer de próstata.

 

 

Enseguida, la traducción del francés al español del prefacio que Sigmund Freud escribió para el La méthode psychanalytique, de Raymond de Saussure.

Prefacio

Es con gran placer que puedo declarar al público que el presente trabajo del Dr. De Saussure es una obra de valor y mérito. Esta obra está destinada a ofrecer a los lectores franceses una idea justa de lo que es el psicoanálisis y de lo que contiene. El Dr. De Saussure no solo ha estudiado concienzudamente mis obras, sino que incluso ha hecho el sacrificio de venir a mi casa para someterse a un análisis durante varios meses. Esto le ha permitido formarse una opinión personal sobre la mayoría de las cuestiones aún flotantes del psicoanálisis. Gracias a ello, también ha podido evitar los múltiples errores y las numerosas aproximaciones que uno está acostumbrado a encontrar en las exposiciones francesas y alemanas del psicoanálisis. Tampoco ha omitido contradecir algunas afirmaciones falsas o negligentes que diversos autores repiten unos de otros; tales como, por ejemplo, que todos los sueños tendrían un significado sexual, o que la única fuerza vital de nuestro psiquismo sería, según yo, la libido sexual.

Dado que el Dr. De Saussure dice en su prefacio que revisé su trabajo, debo añadir una salvedad: mi influencia no se hizo sentir más que por algunas correcciones o algunas observaciones, pero de ninguna manera intenté modificar el punto de vista del autor. En la primera parte teórica de esta obra, yo habría expuesto ciertos temas un poco de manera diferente a él, especialmente ese difícil capítulo sobre el inconsciente y el preconsciente. Y ante todo, habría dado un desarrollo más importante al complejo de Edipo. El hermoso sueño que el Dr. Odier ha puesto a disposición del autor también puede dar a los profanos una idea de la riqueza de las asociaciones y de la relación que existe entre el contenido manifiesto de la imagen onírica y las ideas latentes subyacentes. Demuestra bien el significado que puede tener el análisis de tal sueño para el tratamiento del enfermo.

Finalmente, las observaciones que el autor hace sobre la técnica del psicoanálisis son excelentes. Son exactas y, pese a su concisión, no dejan de lado nada esencial. Son un testimonio brillante de la aguda comprensión que ha demostrado el autor. Sin embargo, el lector no deberá imaginar que el solo conocimiento de estas reglas técnicas sería suficiente para emprender un análisis. Hoy, el psicoanálisis comienza a despertar en mayor medida el interés de los profesionales y de los profanos en Francia, pero ciertamente no encontrará aquí menos resistencia de la que ha encontrado hasta ahora en otros países. Ojalá el libro del Dr. De Saussure aporte una contribución importante al esclarecimiento de las discusiones antes mencionadas.

Freud

 

El libro de Raymond de Saussure corrió mala suerte: fue censurado por la propia comunidad psicoanalítica de su tiempo. La Encyclopedia of Psychology confirma explícitamente que La méthode psychanalytique “sorprendió al público de la época y fue prohibida”. La “sorpresa” se refiere particularmente a un sueño, el sueño de Odier.

 

En el prefacio de Freud se menciona específicamente “el hermoso sueño que el Dr. Odier ha puesto a disposición del autor”. Freud destacó que este sueño podía “dar incluso a los no iniciados una idea de la riqueza de asociaciones oníricas y de la relación entre la imagen onírica manifiesta y los pensamientos latentes ocultos detrás de ella”. Charles Odier (1886-1954) era un psiquiatra y psicoanalista suizo, formado como psiquiatra en Viena y posteriormente analizado en Berlín entre 1923 y 1928. Era colaborador de Raymond de Saussure y co-fundador de la Société Psychanalytique de Paris (1926). El sueño aludido, proporcionado por Odier, pertenecía a una paciente llamada Emilie, y fue utilizado por Raymond de Saussure como ejemplo clínico en su libro.

En un jardín, cerca de un seto. Mi hermana está allí. Estamos recogiendo manzanas rojas. El sol está magnífico y resplandeciente. Cada vez que me inclino para coger una manzana, es un cangrejo enorme. Esto me es indiferente; lo encuentro natural. Lo encuentro dos veces seguidas, y las dos veces falta la garra izquierda. Mi madre está allí, y le digo: “Espero no tener que mudarme. No podría hacer una maleta”. No responde.

Según el análisis de Raymond de Saussure las manzanas que se transforman en cangrejos representaban los pechos maternos de la madre de Emilie y sus propios pechos marchitos. También simbolizaban la ansiedad sexual de la paciente. La conversión de manzanas en cangrejos simbolizaba cómo “todo lo que el amor le prometía tan bueno y sabroso” se había transformado en repugnancia debido a las experiencias con su esposo.

 

El libro fue censurado por la propia comunidad psicoanalítica porque el análisis del sueño de Odier contenía interpretaciones sexuales demasiado explícitas para la mentalidad conservadora de la época. Las referencias directas a sexualidad infantil, perversiones, y simbolismos genitales se consideraron “demasiado fuertes” para el público, incluso médico, de los años 1920.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Somos legión

  

… somos ese quimérico museo de formas inconstantes.

Borges, Elogio de la sombra.

 

 

Cerdos

 

Cada uno es multitud. En un ensayo anterior, Uno mismo no es uno, argüía: “Eso de que uno es uno es mentira, puro cuento: ficción. Uno, uno mismo, no es uno: uno es un montón. Uno es legión”. ¿Legión?

 

Con algunas variantes, Marcos 5:1-20, Lucas 8:26-39 y Mateo 8:28-34 cuentan la misma historia. Enseguida, me permito escribir una versión integrada a partir de las tres narraciones, usando todas las coincidencias y, cuando hay diferencias, optando por las variantes que aparecen en dos evangelios o que enriquecen el relato: 

Y aconteció que Jesús y sus discípulos llegaron a la otra ribera del mar, a la región de los gergesenos, frente a Galilea. Apenas Jesús bajó de la barca, se acercó un hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo. Vivía desnudo entre los sepulcros, y nadie había podido controlarlo, pues, aun cuando le ataban con cadenas y grilletes, él las rompía y escapaba. De día y de noche andaba dando voces por los montes y en las tumbas, e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús, el hombre corrió y se postró delante de Él: “¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.” Jesús le ordenó: “Espíritu inmundo, sal de este hombre. ¿Cómo te llamas?” Y él respondió: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos.” Los demonios suplicaron a Jesús que no los desterrara de aquella región. Y había allí un enorme hato de cerdos que pacían en el monte, cerca de dos mil. Y los demonios le rogaron: “Déjanos ir a aquella piara de cerdos, para que entremos en ellos”. Jesús lo permitió y los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos. En un instante, todos los animales se precipitaron por un despeñadero hacia el agua, y se ahogaron. Los lugareños vieron todo, y aterrados corrieron a contar lo que había pasado. Encontraron al hombre que antes estaba poseído, ahora tranquilo, vestido y sentado a los pies de Jesús, en su juicio y con la libertad restaurada. El hombre quería ir con Jesús, pero Él le ordenó que regresara a su casa y contara lo que el Señor había hecho por él. Asombrados y temerosos, los habitantes de la región le rogaron a Jesús que se marchara. Jesús partió de la comarca, dejando tras de sí el testimonio de la libertad que sólo Él puede dar.

 

 

Soldados

 

La palabra legión es antiquísima en nuestro idioma; su primera aparición en un diccionario castellano data de 1570 —Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, de Cristóbal de las Casas—. Legión proviene del sustantivo latino legio, derivado del verbo legere. Este verbo es de los fundamentales del latín clásico; posee el significado primario de “escoger”, “juntar” o “reclutar”. La definición de una legión como un cuerpo de tropas está intrínsecamente ligada al acto inicial de su formación, la selección deliberada de sus miembros.

 

El verbo legere procede de la raíz indoeuropea, *leg-, de la cual se derivan un montón de palabras en diversas lenguas, se asocia con la acción de recoger o juntar. Por ejemplo, el verbo griego λεγειν (legein) comparte la misma raíz y ostentaba el doble significado de “escoger” y “hablar”. La pervivencia de este concepto a lo largo de milenios y en culturas tan influyentes como la griega y la romana subraya la universalidad de la noción de agrupar y seleccionar con un propósito determinado. Aunque el significado original de legere era “escoger” o “juntar”, en latín tardío y en las lenguas romances el verbo también adquirió el sentido de “leer”, y de hecho de ahí proviene el verbo español leer. A primera vista, la acción de “reclutar soldados” y “leer un libro” parecen inconexas; sin embargo, ambas operaciones consisten en un proceso de selección y agrupamiento. De la misma manera que una legión está compuesta por hombres reclutados y agrupados, la lectura consiste en agrupar determinadas letras para formar palabras, con las que se forma una oración. La palabra legióncapta la esencia del método bélico romano: un sistema meticuloso de reclutamiento y organización. 

 

En sus primeras manifestaciones, durante la época de los reyes de Roma, el término legio se utilizaba para referirse a la totalidad del ejército, integrado mediante el reclutamiento de los ciudadanos. Este uso primigenio reflejaba el concepto de un cuerpo reunido en el sentido más amplio. Con el advenimiento de la República, la legio se dividió, con cada uno de los dos cónsules al mando de una. Con el tiempo, el término se estandarizó para designar una unidad militar específica compuesta tanto de infantería como de caballería. El tamaño de esta unidad fue variable, adaptándose a las necesidades de cada época, desde los 4,200 hombres reportados por Polibio hasta los 6,200 descritos por Tito Livio.  En cualquier caso, la legión romana no era una masa de soldados desorganizada; era un modelo de orden y disciplina. La transición del significado de legión desde una unidad militar específica a una metáfora para referirse a una multitud da cuenta del impacto psicológico y cultural de las fuerzas romanas. El tamaño, la disciplina y el prestigio de las legiones eran tales que la palabra trasmutó en un sinónimo de una cantidad abrumadora.

 

El enunciado “Me llamo Legión, porque somos muchos”, pronunciado por el endemoniado del que se habla en el Nuevo Testamento, selló la asociación del término con una multitud inmensa e indefinida. Este ejemplo bíblico resulta especialmente interesante porque, a pesar de que la palabra originalmente se refería a una unidad organizada y meticulosamente seleccionada, su uso figurado lo asocia con una aglomeración innumerable y caótica.

 

 

Holobionte

 

Cada uno es multitud. Nosotros, usted, yo, somos legión. De entrada, biológicamente, estamos peor que el endemoniado gergeseno, quien fue poseído por unos dos mil espíritus inmundos.

 

Según el consenso científico más reciente, un humano adulto promedio —un varón de 70 kg— se integra por alrededor de 37 billones de células. De ellas, una abrumadora mayoría —84%, unos 26 billones— son eritrocitos, es decir, glóbulos rojos, células extraordinariamente simples respecto al resto: sin núcleo ni orgánulos, con un metabolismo limitado —obtienen energía únicamente por glucólisis anaerobia— y una morfología uniforme. Por lo demás, dada su intensa carga de trabajo y su estructura simplificada, los eritrocitos tienen una vida corta, de aproximadamente 120 días. Así que bien podemos decir que, a nivel celular, somos un río en constante fluir: más de cuatro quintas partes de nosotros mismos se renueva tres veces al año. En cuanto a las neuronas, si bien son muchos menos y son una minoría numéricamente sorprendente de menos de 0.3% de nuestras células, integran un ejército de alrededor de 86 mil millones. Por supuesto, además de eritrocitos y neuronas, nos conforman muchos más tipos de células: por ahora se han identificado más de cuatrocientos tipos diferentes y se piensa que hay muchos más. 

 

Quizá usted esté pensando que la cantidad de células que nos integran, por muchas y más diversas que sean, no nos hace seres múltiples y no únicos, puesto que, en última instancia, cada célula es nosotros mismos. Y eso es cierto, incluso a nivel subcelular: en principio, todas las células de un individuo comparten un genoma nuclear común que lo identifica como tal. Pero no estoy pensando en nuestras propias células cuando digo que biológicamente estamos peor que el endemoniado del que hablan los Marcos, Mateo y Lucas. No, pienso en los otros, en los demás.

 

El cuerpo humano es, en realidad, un vasto ecosistema que alberga una inmensa población de microorganismos: hay en nosotros más seres vivos que no somos nosotros más que células nuestras. Somos un holobionte, una super-entidad biológica compuesta por el huésped humano y sus comunidades microbianas simbióticas. Hoy día las estimaciones sitúan la proporción en 1.3 células bacterianas por cada una humana, lo que se traduce en una población bacteriana de entre 39 billones y 48 billones de individuos. Sin embargo, esta cifra se ve superada de manera exponencial por la población viral. El cuerpo humano alberga un estimado de 380 billones de virus, una cifra diez veces mayor que la población de bacterias, de los cuales la inmensa mayoría son bacteriófagos que coexisten de manera inofensiva y regulan el equilibrio bacteriano.

 

La funcionalidad del microbioma es tan vital como su número. Las comunidades microbianas actúan como un “órgano metabólico” y un “segundo cerebro”, desempeñando roles esenciales que van desde la fermentación de fibras no digeribles para la recuperación de energía y la síntesis de vitaminas, hasta la modulación del sistema inmune y la comunicación bidireccional a través del eje intestino-cerebro. Además de las bacterias y los virus, el microbioma humano es un tapiz de vida que incluye organismos de otros dominios y reinos. Los hongos, aunque son menos abundantes, son un componente esencial. La Candida albicans, por ejemplo, es un habitante común de la boca y el tracto intestinal, pero un desequilibrio puede causar infecciones como la candidiasis. En la piel, el hongo Malassezia es un miembro residente crucial de nuestro ecosistema cutáneo. Un dominio de vida menos conocido, pero también vital, son las arqueas. En el intestino de los seres humanos la arquea Methanobrevibacter smithii es la especie predominante. Su función principal es la metanogénesis, el consumo de subproductos de la fermentación bacteriana. Por último, el cuerpo también alberga eucariotas. Los protozoos son formas de vida unicelulares; si bien muchos de los que residen en el intestino son inofensivos, algunos pueden causar enfermedades graves como la giardiasis o la malaria.

 

El valor del microbioma humano no reside en su simple existencia, sino en su funcionalidad. Las comunidades microbianas no son meros pasajeros, sino socios metabólicos, inmunológicos y neurológicos que han coevolucionado con el huésped para contribuir a la homeostasis. El microbioma es tan importante como los principales órganos como el cerebro, el hígado o el corazón. El cuerpo humano es un ecosistema simbiótico de una complejidad asombrosa, un holobionte en el que la vida humana y la vida microbiana están inextricablemente entrelazadas. Las estimaciones más recientes demuestran que, en términos de número, somos una entidad microbiana, con una población viral que supera con creces a la bacteriana y a nuestras propias células. Este vasto y diverso mundo interior no es accesorio, es un orden biológico que desempeña funciones esenciales para la digestión, el metabolismo, la modulación del sistema inmune e incluso la salud mental.

 

 

Cosmos

 

Así que uno es un demonial. El mundo de virus y microorganismos que nos habita no es un caos, sino un cosmos, un orden del cual depende nuestra vida: no es un conjunto aleatorio de microorganismos, sino legiones, un ecosistema altamente organizado y fundamental para nuestra existencia… Y quizá así, quiero decir, quizá todo sea cósmico, ordenado: quizá llamamos caos a lo que no comprendemos.

domingo, 7 de septiembre de 2025

La espiral del silencio

  

Cuando la verdad es reemplazada por el silencio,

el silencio es una mentira.

Yevgeny Yevtushenko

 

 

 

“La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. Así, textual.

 

¿Quién lo dijo? Un truhan, un bufón que ya no da risa, un bufón que ya no apuesta por la risa sino por el enojo, ya no por el sentido del humor sino por la ira: un tal Brozo. ¿Dónde lo dijo? Desde el autoexilio, en su cada vez más virtual espacio en LatinUS, que, hay que subrayar, más que responder a los intereses de los latinos lo hace a los de los US. ¿Con quién lo dijo? Teniendo como invitada a otra prócer de la Patria y ejemplo excelso de mesura y objetividad, la senadora panista Lilly Téllez. He ahí las circunstancias que forman el contexto. ¿Cómo poner en duda las palabras del amargadísimo cómico? ¡Qué importa que no haya presentado prueba alguna! Seguro él no necesita encuestas para saber lo que piensa y siente la mayoría de los más de 130 millones de seres humanos que habitamos México.

 

De nuevo: “La mayoría de los mexicanos vieron con buenos ojos el intento de madriza en el pleno del Senado”. El aserto del payaso se refería al episodio ocurrido el 27 de agosto pasado, en la casona de Xicoténcatl, cuando el presidente nacional del PRI, el senador Alejandro Moreno Cárdenas, se trepó a la tribuna, resguardado por cinco canchanchanes de su partido, para agredir a golpes, con premeditación, alevosía y ventaja, al presidente del Senado, el morenista Gerardo Fernández Noroña. Esa civilizada manera de dirimir las diferencias —“a chingadazos”, según las propias palabras del priísta aludido— fue, según Brozo, “vista con buenos ojos por la mayoría de los mexicanos”. 

 

Y si quedaba alguna duda, el estropeado payasejo dijo: “La gente le aplaudió a Alito”. Ojo: “la gente”, ya no la mayoría de los mexicanos, ahora “la gente”, toda, porque, se entiende, para el súper ego maquillado del señor Víctor Trujillo quienes no aplaudimos la conducta porril del campechano priísta quizá seamos camellos o palmeras de camellón o piedras o marcianos, pero no gente. Al menos no gente como la que conforma su auditorio.

 

La argucia del payaso de Latinus es simple y, aunque hoy potenciada por la tecnología, milenaria: se mantiene a un grupito de despistados engañado diciéndoles, pongamos, que a los marranos les salieron alas y están aprendiendo a volar o que AMLO vive en un bunker bajo tierra en Palenque o que la presidenta recibe instrucciones desde el Kremlin, o lo que sea, cualquier cosa, la barrabasada que ustedes gusten…, y además, muy importante, con frecuencia se les dice machaconamente que la mayoría de la gente piensa así, exactamente igual que ellos. Entonces, ¡bingo!, los integrantes de ese grupito de personas, no importa cuántos sean, y menos importa entre más dispersos estén, pasan a considerarse a sí mismos “la gente” —una variante común es engatusarlos haciéndoles saber que así, como ellos, piensan los inteligentes, los bien informados—. Ahora, siempre existe el inconveniente, por supuesto, de que resulta imposible mantener a nadie el 100% de su vida pegado a la pantalla mirándote y que, por tanto, todos los miembros del grupo habrán de enfrentarse eventualmente a ese molesto inconveniente que llamamos realidad, realidad en la que, además, abundan los otros, los demás, los que piensan diferente o al menos no, en este caso, como Brozo. Entonces, para defender la sugestión también tienes que proveerlos continuamente de las argucias e insultos que les permitan decirle a los molestos otros que no, que los equivocados son ellos y que, además, son, claro, una minoría rascuache.

 

El payasejo no es un caso aislado. Brozo, LatinUS, las señoras Téllez y Dresser, los señores Ciro y Alazraki, los Chumeles y los Zuckermanns, el propio Alito, el panista Romero y, desafortunadamente, con ellas y con ellos la mayoría de los medios tradicionales y sus huestes de lectores de noticias y bulos y opinócratas caídos en desgracia, actúan como una cámara de eco para un determinado segmento de la población, un segmento ciertamente minoritario pero que se cuenta por millones, haciendo pasar su postura como mayoritaria. Los discursos del payaso y el de la… senadora alimentan un sesgo de confirmación: su audiencia consume su contenido porque refuerza sus creencias previas. Buscar pruebas para seguir creyendo es más fácil que poner a prueba nuestras creencias.

 

¿Y cómo es posible que siendo en realidad minoritarios resuenen tanto y repercutan en el ágora nacional? En buena medida porque del otro lado hay una mayoría cuya postura está escasamente representada en medios. Por ejemplo, usando el mismo caso: prácticamente todos los periódicos reportaron primero en línea y al otro día en sus ediciones impresas que el episodio se había tratado de “un pleito”, de “una confrontación” entre Alito y Fernández Noroña, y no de lo que a evidentemente fue: una agresión física del priísta a la cual la parte agredida no tuvo respuesta. Así también fue difundido el asunto en la mayoría de los noticieros de radio y televisión. ¿Y los lectores, el público, las audiencias?

 

La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann explica que muchas personas tienden a ocultar sus opiniones cuando perciben que son diferentes respecto a lo que se dice en los medios hegemónicos, por miedo al aislamiento social. Postula que la opinión pública actúa como una especie de “piel social”, regulando la integración y el aislamiento. “La espiral del silencio”, así nombró Noelle-Neumann a su teoría (Elisabeth Noelle-Neumann, The spiral of silence: public opinion, our social skin, 1984). La alegoría de la espiral es acertada porque de alguna manera da cuenta de la paradójica situación que se pretende explicar: cuantas más personas callan sus posturas disidentes respecto a la versión de los hechos que los medios difunden, más palmariamente parecen ser minoría. La opinión difundida como mayoritaria se consolida y se amplifica, aunque no refleje necesariamente el parecer real de la sociedad. Un círculo vicioso que consolida el llamado“clima de opinión”: la percepción de lo que “la mayoría piensa”. Así, los medios de comunicación pueden crear la impresión de que ciertas posturas son mayoritarias cuando realmente no lo son. La opinión pública no es lo que cada uno de nosotros piensa, tampoco su agregado, sino aquello que uno considera que puede expresar en público sin riesgo de aislamiento social.

 

La violencia simbólica de la que habló Pierre Bourdieu puede, en efecto, tener cara de payaso. Lo verdaderamente importante no es la burda mentira de un bufón deslucido ni el castigo por el lamentable suceso ocurrido en el Senado, sino el modo en que se construye el consenso aparente en la esfera pública: cuando se repiten hasta el cansancio ciertas versiones, cuando se hace pasar a un segmento por la totalidad, cuando se margina a las mayorías, la mentira del silencio se vuelve más eficaz que cualquier grito. Reconocerlo es indispensable para desmontar la espiral del silencio y devolver a la ciudadanía la voz que los payasos pretenden arrebatarle.

domingo, 31 de agosto de 2025

La imitación y la estulticia

  

 

1

 

… muchos estudian más para saber que para bien vivir;

y yerran.

Tomás de Kempis, Imitación de Cristo.

 

 

Según don Tomás, a la sabiduría no se llega a través de diálogos sesudos, y ni siquiera está en el conocimiento: está en la humildad y la caridad. Imitación de Cristo, del agustino Tomás de Kempis (1379–1471) —uno de los textos más influyentes del cristianismo y uno de los más difundidos después de la Biblia— es la obra cumbre de la devotio moderna, un movimiento que surgió a fines del siglo XIV en los Países Bajos. Impulsada por Geert Groote (1340-1384), la devotio moderna propugnaba la piedad, la sencillez, la lectura meditativa, la humildad, y el rechazo de la ostentación. Kempis sostiene que cuanto más se sabe, mayor es la responsabilidad de vivir virtuosamente. Además de Kempis, en las escuelas de los Hermanos de la Vida Común, fundadas por Geert, se formaron gente como Erasmo, Calvino e Ignacio de Loyola.

 

Desiderius Erasmus nació en 1466 en los dominios del Sacro Imperio Romano Germánico, en la ciudad de Róterdam. De niño estudió con los Hermanos de la Vida Común, en Deventer. A los 21 años, ingresó en el convento agustino de Steyn. Más que la vocación religiosa, lo atrae la mejor biblioteca grecolatina de la región. Bien anota Stefan Zweig: “… es preciso cierto esfuerzo para recordar que este hombre, libre de pensamiento y que escribe tan sin preocuparse, haya pertenecido en realidad, hasta la hora de su muerte, al estado eclesiástico”. Efectivamente, Erasmo fue ordenado sacerdote en 1492, pero pronto se las arregla para vivir fuera del convento. 

 

El primer pasaporte que consigue es el puesto de secretario de latín del obispo de Cambray, con quien viaja a Italia, y a quien después logra convencer de que lo mande a París a estudiar Teología. De ahí en adelante andará en eterno periplo por Europa. Zweig describe atinadamente el programa que desde entonces dirigía la vida de Erasmo: “… actuar a la sombra del poder, apartado de toda responsabilidad, leer buenos libros en una tranquila estancia y escribir los suyos, no ser soberano de nadie ni súbdito de nadie…” Acompañando a un discípulo, William Blount barón de Mountjoy, viaja a Inglaterra, en donde, para usar la elegante fórmula de Zweig, “se curó de la Edad Media”. En la isla entabla amistad con John Fisher, John Colet, los arzobispos Warham y Cranmer, pero sobre todo con un joven brillante, Thomas More.

 

 

 

2

 

¿alguna vez la Naturaleza ha producido

un natural más bondadoso, tierno y feliz

que el de Thomas Morus?

Erasmo

 

Tomás Moro y Erasmo de Róterdam se conocieron en Londres en 1499: el humanista inglés tenía 21 años; el princeps eruditorum, 33. Moro era el primogénito de sir John More, mayordomo del Lincoln's Inn; Erasmo, hijo bastardo de un cura. Ambos se reconocen ciudadanos cosmopolitas de la República de las Letras. Erasmo se hospeda en la mansión de Moro en Bucklersbury, y ahí escribe un libro cuyo título generalmente se publica en español con una traducción traidora: El elogio de la locura.

 

El título original de la obra de Erasmo, publicado en París en 1511 en la imprenta de Gilles de Gourmont, aparece en griego (Μωρίας Ἐγκώμιον) y en latín (Stultitiae Laus), como una correspondencia bilingüe. Pero la sinonimia entre ambos términos no es del todo exacta. El griego μωρία tiene un sentido más amplio, que abarca tanto la insensatez cotidiana como la locura, el trastorno mental. En cambio, stultitia significa más bien “necedad”, “idiotez” o “tontería”. El latín cuenta con otros vocablos (insania, amentia, dementia, uecordia) para denotar distintos grados de locura. Erasmo conocía esta diferencia y empleaba esos otros términos cuando quería subrayar los aspectos más patológicos de la “estupidez”. Quien haya leído la obra sabe que Erasmo se refiere más bien a la estupidez, a la estulticia. ¿Entonces por qué usó también Moriae encomium, es decir Encomio de la locura? Porque el título es un juego de palabras con el nombre de su amigo Tomás —Moro, Moriae—, a quien dedicó el libro. En su edición para Akal, Tomás Fanego Pérez traduce Elogio de la estupidez, y en nota a pie de página entre otras buenas razones expone: “Sin entrar en consideraciones psiquiátricas, ni todos los locos son unos tontos, ni todos los tontos están locos. Creemos que el término ‘estupidez' recoge en castellano todos los posibles matices que el personaje de Stultitia puede encerrar en sí.”

 


 

3

 

La buena vida hace al hombre sabio.

Tomás de Kempis, Imitación de Cristo.

 

Tomás Moro murió porque perdió la cabeza. Quiero decir que lo decapitaron. Fue ejecutado en julio de 1535 por orden de Enrique VIII, tras negarse a reconocer la legitimidad de la iglesia anglicana y a aprobar su divorcio de Catalina de Aragón. Tenía apenas 57 años. Moro pudo haber salvado la vida si hubiera aceptado públicamente la autoridad suprema de Enrique VIII sobre la Iglesia en Inglaterra; de hecho, muchos contemporáneos que juraron lealtad sobrevivieron sin problema. La suerte de Tomás Moro tiene un aire socrático: como el filósofo ateniense, pudo haber seguido vivo si hubiera callado o cedido, pero prefirió mantener su lealtad a sus convicciones antes que plegarse al poder. Sócrates prefirió beber la cicuta antes que desmentir su filosofía o huir; Moro, el hacha antes que traicionar su fe. En ambos casos la muerte fue una elección moral. Y, claro, las muertes de Sócrates y de Moro se engarzan con la de Jesús: sus días no terminaron porque no hubiera escapatoria, sino porque se negaron a renunciar a algo que consideraban más importante que su vida.

 

En su Imitación de Cristo, Tomás de Kempis propone la emulación de la vida de Jesús. ¿Podemos entender las muertes elegidas por convicción como el epítome de la “buena vida” a la que anima Tomás de Kempis, serían la consumación de una imitación de Cristo entendida como una entrega radical a un ideal que trasciende la existencia física? 

 

Erasmo de Róterdam murió a la edad de 69 años, el 12 de julio de 1536. Falleció debilitado y enfermo, pero no en una encrucijada trágica o violenta. Murió en Basilea, Suiza, tras sufrir una recaída de una enfermedad que lo aquejaba desde hacía tiempo —probablemente disentería—. Podemos ver en Erasmo la antítesis del martirio: siempre optó por la supervivencia y el eterno periplo, desplegando una gran habilidad para navegar por las complejidades del poder. Y no fue sencillo: “Por la décima parte de las audacias que Erasmo expuso a su época, fueron llevados otros a la hoguera…; gracias a su arte literario y humanístico de envolver las cosas, en realidad Erasmo deslizó de contrabando, en los conventos y las cortes de los príncipes, toda la materia explosiva de la Reforma”. Tomo el extracto anterior del libro sobre Erasmo de Róterdam que escribió Stefan Zweig. Por cierto, exiliados, el escritor austriaco y su segunda esposa, Lotte, se suicidaron la noche del 22 de febrero de 1942 en Petrópolis, Brasil.